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martes, 13 de abril de 2010

Las sociedades secretas: Los valdenses, los cátaros y los hesicastas.


Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con otro texto sobre las sociedades secretas, del experto orientalista, Ramiro Calle, de su libro “Historia de las sociedades secretas”.

Deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.

Imagen de un monje hesicasta.

Los Valdenses

El nombre Valdense deriva del fundador de esta secta, llamado Pierre Valdo, comerciante de Lyon que, aunque quiso oponerse a sus fuertes inclinaciones espirituales, cedió finalmente a ellas, hasta tal punto que abandonó privilegios, riquezas y familia para viajar libremente y enseñar su doctrina. Pronto contó con numerosos adeptos. En sus comienzos nada hay que denote que los valdenses fueran unos herejes, ya que lo único que deseaban era la fraternidad universal, la igualdad y eliminar las incorrecciones cometidas por la Iglesia. Aun cuando Pierre Valdo murió en 1190, sus discípulos no abandonaron por ello la misión propuesta y se establecieron en diferentes regiones y países. La furia de las Cruzadas cayó implacablemente sobre ellos, pero ni aun así pudieron ser aniquilados.

Los Cátaros

Los cátaros surgieron probablemente a lo largo del siglo XII, en Bulgaria. Hay que señalar que desde sus comienzos fueron perseguidos con inusitada insistencia. Los cátaros que se establecieron en Italia fueron conocidos con el nombre de patarios, y los que se establecieron en Francia con el de albigenses. Como muchas de las sectas que aparecieron en aquella época, pretendían combatir los pecados de la Iglesia y llevar la igualdad a todos los seres humanos.

De los patarios apenas se tienen datos. Se les conoce con ese nombre debido a que se reunían en un barrio de Milán, llamado Pattaria. Luchaban por imponer la justicia social, la igualdad entre los hombres, y estaban en desacuerdo con el matrimonio y la procreación.

Los albigenses eran muy dualistas en su concepto del Universo: lo dividían entre un Espíritu Benigno y un Espíritu Maligno, el Alma y la Materia, el Bien y el Mal…Llevaban una existencia muy austera y no aceptaban la carne en su alimentación, así como tampoco la leche ni los huevos. En realidad eran unos ascetas, y no cabe duda de que hombres de una gran honestidad. No creían en la creación del mundo –lo consideraban eterno- y sí en la transmigración de las almas.

Aun cuando durante las primeras décadas los albigenses se vieron protegidos por la fortuna, después habrían de soportar la cólera desatada por la cruzada que contra ellos envió el Papa Inocencio III. A partir de ese momento, un trágico destino era todo lo que estos herejes podían esperar.

Los Hesicastas

Una de las sectas cristianas más curiosas e interesantes es sin duda alguna la de los Hesicastas. En unos momentos históricos (siglo XIV) en que la violencia estaba en todo su auge, en que el odio y las rencillas estaban a la orden del día, en que las plagas arrasaban poblados enteros, en que el hombre era desconfiado por naturaleza y en que la Iglesia ortodoxa se desenvolvía en un pomposo lujo, esos monjes quietistas que eran los hesicastas se apartaban en la soledad de sus monasterios y, mediante diversas técnicas y la oración, trataban de alcanzar el éxtasis místico que les condujese a la unión con la divinidad.

En un silencio aboluto, estos monjes, a los que se les conoció por el sobrenombre de “almas-ombligo”, se sentaban en el suelo –como si se tratara de yoguis o monjes Zen- y, dirigiendo la mirada al ombligo, comenzaban su meditación; a veces largas y fecundas meditaciones que duraban varios días.

Existen determinadas semejanzas entre algunas técnicas hesicastas con los yoguis. Aparte de la vida austera y muy sencilla del hesicasta, entregado a la meditación y a la castidad, igual que el yogui, se sabe que estos monjes empleaban algunos métodos de interiorización parecidos a los del Radja-Yoga y determinados ejercicios respiratorios similares al pranayama. En el tratado Méthodos se explica:

“Luego, sentado en una celda tranquila, haz lo que te digo: cierra la puerta y eleva tu espíritu por sobre todo objeto vano y temporal; entonces, apoyando tu barbilla sobre el pecho y dirigiendo la mirada corporal con todo el espíritu hacia el punto medio del vientre, o sea, el ombligo, comprime la respiración de aire que pasa por la nariz de modo que no respires cómodamente, y explora mentalmente en el interior de las entrañas para encontrar ahí el lugar que acostumbran a frecuentar todas las potencias del alma. Al principio encontrarás tinieblas y espesura empecinada; pero si perseveras y practicas esta ocupación noche y día, encontrarás, ¡oh maravilla!, una felicidad ilimitada…”

Muy significativas son las palabras del monje Nicéforo:

“Tú, pues, siéntate, concentra tu espíritu, introdúcelo en el conducto nasal por donde el aire respira penetra en el corazón, empujándolo y oblígalo a entrar en el corazón junto con el aire respirado. Conseguido esto, lo demás sólo brindará alegría y delicias. Al igual que cuando un hombre vuelve a su casa después de un viaje no sabe cómo se encuentra a causa de la alegría que siente al contemplar a sus hijos y a su mujer, del mismo el espíritu, cuando se une al alma, se llena de voluptuosidad y de alegría inefables.”

Mediante las técnicas respiratorias y de introspección, mediante la oración sincera y la meditación, a través de una vida ascética y pura, los hesicastas iban conquistando superiores niveles de conciencia y se iban aproximando al anhelado éxtasis.

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