© 2009-2019 La página templaria que habla de cultura, historia y religión - Especial 'Proceso de los templarios'

domingo, 14 de julio de 2019

De la globalización y la inmigración al multiculturalismo y la diversidad religiosa

La democracia política y social defendida en el pasado siglo XX, bajo la idea de la defensa nacional, basada en las opciones que ofrecía la derecha o la izquierda, pasó a encallarse a principios del siglo XXI dando paso a la apuesta de relaciones multinacionales cuyo epicentro de entendimiento acabaría siendo la economía global. Este proceso económico de transformación de la sociedad hasta nuestros días se le ha llamado Globalización o nuevo orden mundial.

La aceptación de la globalización
Al aceptar esta realidad global la sociedad debe asumir una serie de cambios que vienen incrementándose durante estas dos décadas que llevamos de siglo, entre ellos el de la población, fomentada por la inmigración, al instalarse personas de muy diversos orígenes, en especial en las ciudades, en busca de mejores oportunidades con la esperanza de conseguir una mejor calidad de vida. Esto ha dado lugar al concepto de Multiculturalismo.

El multiculturalismo, en el mejor sentido del término, pretende aunar lo local y lo global, dando paso a la idea de democracia cultural, desplazando a un segundo plano la democracia política y social, tan arraigada en el siglo pasado. 

La democracia cultural, a diferencia de la democracia nacionalista, debe llevar a la transformación de las diversas costumbres culturales que se presenten en la sociedad, evidentemente, siempre y cuando estas se hallen dentro del marco jurídico de esta última, con la intención de reconocer a todos los individuos como iguales.


Problemas de la democracia cultural
Se debe tener en cuenta que en una sociedad multicultural se presentarán diversidad de individuos que profesarán diferentes religiones, donde la democracia cultural también deberá admitir y acoger la diversidad religiosa como integración entre iguales.

Para evitar posibles conflictos, que pudieren derivarse de núcleos del fundamentalismo religioso y que estos se conviertan en un peligro para la integración y el civismo de la sociedad, los estados deberán buscar fórmulas que minimicen los riesgos tanto de las rupturas identitarias como del auge del supremacismo, reduciendo la repulsa hacia lo diferente.

El pensamiento existencial como regulador del nuevo orden mundial
Debemos tener en cuenta que la religión juega un papel muy poderoso en la socialización, es capaz de ordenar la convivencia siguiendo unas normas morales que emanan de ella.

La religión, al igual que el multiculturalismo, se manifiesta tanto en lo local como en lo global.

Teniendo en cuenta ambas realidades, las naciones que se propongan conseguir la integridad plena de los individuos que conforman las sociedades multiculturales, deberán ser sus estados los mediadores interreligiosos y, que bajo el diálogo con las distintas religiones oficiales, en especial las de carácter universal, puedan recoger conceptos e ideas que converjan en pos del bien del individuo y el de su entorno, y desarrollar temarios educativos que deberán impartirse como asignatura obligatoria durante el periodo escolar, con la intención de formar e influir positivamente en lo público, en la globalidad de la sociedad. Un posible nombre para dicha asignatura podría ser Pensamiento existencial.

Con esta medida no se pretende que desaparezcan las religiones, cosa improbable teniendo en cuenta la gran cantidad de información y medios de los que disponemos actualmente, sino que la práctica de cada fe religiosa deberá permanecer en el ámbito de lo privado.

De lo religioso a lo espiritual
Como observamos la semana pasada, el ser humano está formado por una parte espiritual que viene de Dios y que necesita ser tenida en cuenta para que el hombre pueda desarrollarse plenamente. Esa plenitud no puede quedar relegada a lo privado sino que debe compartirse de manera pública para sentirse un individuo libre.

Un Estado moderno, que ha aceptado la globalización como la mejor forma de convivir en la multiplicidad de culturas, debe tener en cuenta la naturaleza espiritual del individuo y garantizarle que, si así lo decide libre y voluntariamente, pueda ir al encuentro de lo divino.

En ese sentido la democracia cultural no puede actuar de forma independiente y necesita de la regulación filosófica de lo existencial como garante conciliador de la vida humana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario