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lunes, 19 de agosto de 2019

La soledad del individuo

La soledad podemos palparla fría, como la sábana que envuelve un desalentado cuerpo moribundo o cálida, como la sonrisa del niño que comienza a caminar sin que nadie le sujete.

Cuando la sensación relativa, en forma dañina, se apodera del cuerpo suele hacerlo adentrándose entre las grietas de una mente resquebrajada por un pavor infundado. Es la misma persona que cree sufrirla quien inventa esa creencia por un deseo destructor que acecha a los hombres hasta acorralarlos contra su voluntades.

Pongamos un ejemplo drástico: un colectivo de personas deciden aislar a un individuo encerrándole en una celda completamente vacía, insonorizada y en la más completa oscuridad. Aún, en ese desesperante tormento de privación de su libertad, tal individuo gozaría de la compañía de su propia conciencia, porque es el protagonista principal de su ser.

De forma científica, podríamos asociar la soledad a la unidad, al principio de las cosas, al Creador; puesto que la soledad más genuina se halló en Dios antes de decidir crear la materia y, aún así, siempre le acompañó la libertad de su pensamiento divino.


No existe libertad sin soledad, porque es el bullicio agitador de gentes y de cuanto nos rodea lo que nos ata intensamente a las obligaciones que aceptamos con los que tenemos cerca, alejándonos de completar una vida liviana y serena. La soledad no es una condena sino una liberación.

A veces, las personas caminamos consciente o de manera involuntaria hacia el aislamiento social; tras esa elección, contraria a la naturaleza humana, puede hallarse el angustioso abandono de un ser querido, una inesperada ruptura sentimental, la incomprensión de una persona por su entorno o, simplemente, el no sentirse valorado.

Aislamiento y soledad no deben confundirse, ya que la soledad se viste de tranquilidad mientras que el aislamiento se cubre de rabia.

Contra la eterna batalla que es vivir, donde nunca se alcanza la victoria, -como diría el genio de Bécquer: "Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea pudiendo, una vez vacío, apartar los ojos de ese otro mundo que llevo dentro de la cabeza"- nos queda luchar abriendo los ojos y avanzar hasta el espacio inhóspito en el que creemos hallarnos y actuar eliminando las sombras de imaginadas siluetas que se nos presentan juguetonas y desafiantes, comprobando lo absurdo de que somos un sueño donde recreamos otras vidas anheladas.

Debemos comportarnos como el niño pequeño, ese que todavía no camina solo, que intenta levantarse mediante el impulso de sus piernas diminutas sin pensar dónde acabará cuando esté de pie, porque su deseo solo está en caminar por sí mismo.

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