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domingo, 12 de abril de 2009

Los cátaros.


Nos hemos encontrado con algunas personas que se han puesto en contacto con nosotros y nos han pedido información referente a los cátaros. Aunque nuestra Orden nada tiene que ver con el catarismo, hemos creído oportuno desde la Encomienda de Barcelona escribir algunos renglones al respecto.

Según el escritor orientalista Ramiro Calle, en su libro “Historia de las sociedades secretas”, los cátaros surgieron probablemente a lo largo del siglo XII, en Bulgaria. Hay que señalar que desde sus comienzos fueron perseguidos con inusitada insistencia. Los cátaros que se establecieron en Italia fueron conocidos con el nombre de patarios, y los que se establecieron en Francia con el de albigenses. Como muchas de las sectas que aparecieron en aquella época, pretendían combatir los pecados de la Iglesia y llevar la igualdad a todos los seres humanos.

Hay que recordar que durante esta época, algunos monarcas corruptos, hicieron valer su poder para presionar a la Santa Sede, a deponer a Papas y nombrar a otros elegidos por ellos con el fin de “allanar el camino” a las pretensiosas políticas del monarca en cuestión. Dando la validez de la Iglesia, necesaria por aquel entonces para recibir la aprobación legítima; o lo que era lo mismo, el sí de la Iglesia. Fue precisamente los excesos de los monarcas y algunos papas, los que hicieron que surgieran discrepancias contra la Iglesia, generándose corrientes reaccionarias como fue el caso del “catarismo”.

De los patarios apenas se tienen datos. Se les conoce con ese nombre debido a que se reunían en un barrio de Milán, llamado Pattaria. Luchaban por imponer la justicia social, la igualdad entre los hombres, y estaban en desacuerdo con el matrimonio y la procreación.

Los albigenses eran muy dualistas en su concepto del Universo: lo dividían entre un Espíritu Benigno y un Espíritu Maligno, el Alma y la Materia, el Bien y el Mal, etc. Llevaban una existencia muy austera y no aceptaban la carne en su alimentación, así como tampoco la leche ni los huevos. En realidad eran unos ascetas, y no cabe duda de que hombres de una gran honestidad. No creían en la creación del mundo – lo consideraban eterno- y si en la transmigración de las almas.

Aun cuando durante las primeras décadas los albigenses se vieron protegidos por la fortuna, después habrían de soportar la cólera desatada de la cruzada que contra ellos envió el papa Inocencio III. A partir de ese momento, un trágico destino era todo lo que estos herejes podían esperar.

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