© 2009-2019 La página templaria que habla de cultura, historia y religión - Especial 'Proceso de los templarios'

miércoles, 1 de julio de 2009

La Sexta Cruzada (1227-1229)


En 1227 el nuevo Papa, Gregorio IX, hizo otro llamamiento a la Cristiandad. La Sexta Cruzada se puso en marcha y a su frente iba a colocarse por primera vez un jefe indiscutible, Federico II, emperador de Alemania, que se puso en marcha en septiembre de 1227. A pesar de haber sido excomulgado por el Papa, Federico II desembarcó en Acre y fue recibido como un verdadero libertador; hasta los templarios le mostraron toda su fidelidad, pese a la enemistad del emperador con el Papa. Federico se casó con Isabel, la hija del rey de Jerusalén Juan de Brienne; y al morir, recién nacido, el hijo de ambos, Federico, se coronó rey de Jerusalén.

El objetivo de Federico era uno solo: Jerusalén. Con apenas diez mil soldados, de ellos ni siquiera mil caballeros, se puso en marcha desde Acre hacia la Ciudad Santa en la segunda mitad de 1228. A los templarios se les planteó un grave conflicto. No podían ir a la par que Federico II, pues su plan estaba condenado por el Papa, pero no podían faltar a sus votos de acudir en defensa de los cristianos en Tierra Santa.

el rey Federico II.

El maestre Pedro de Monteagudo decidió seguir a Federico, pero a una cierta distancia. Los templarios no irían a Jerusalén al lado del emperador, pues estaba excomulgado, pero se mantendrían al alcance de la retaguardia por si los cristianos eran atacados para poder intervenir en su defensa. Con esa actitud el maestre Monteagudo creía cumplir los dos preceptos: obedecer al Papa al no ayudar directamente a Federico y estar listos para ayudar a los cristianos por si era necesario; los hospitalarios decidieron hacer exactamente lo mismo. Pero en el camino, el emperador hizo gala de su habilidad diplomática. Ofreció a los maestres del Temple y del Hospital que cabalgaran a su lado pero sin atenerse a sus órdenes; su ejército no era el del emperador de Alemania, sino el de Cristo, les dijo. Los dos maestres accedieron y templarios y hospitalarios se adelantaron hasta unirse al grueso del contingente.

Entretanto, Federico estaba negociando un acuerdo con el sultán de Egipto sobre Jerusalén. En 1229 esta ciudad había perdido gran parte de su importancia; tantos años de luchas y muertes habían esquilmado a la población, que estaba muy disminuida. Además, buena parte de sus murallas había sido derruida, y ya no tenía para los musulmanes la importancia estratégica de antaño. Al sultán de Egipto no le causó demasiados problemas aceptar un pacto sobre la ciudad con Federico II, que lo único que pretendía era regresar a Europa revestido con la aureola de haber sido quien devolviera Jerusalén a la Cristiandad.

Ambos soberanos llegaron al acuerdo de que Federico recibiría Jerusalén, Nazaret y Belén, pero los musulmanes conservarían Hebrón. Los Santos Lugares de todas las religiones serían respetados y los musulmanes mantendrían bajo su control la explanada del Templo de Salomón y sus dos mezquitas, la de la Roca y la de al-Aqsa, ambas abiertas al culto islámico.

En cuanto se enteraron de las cláusulas del tratado, los templarios se enfurecieron, como también los hospitalarios y el patriarca de Jerusalén, que los acompañaba. Federico los había engañado. Los templarios querían recuperar su antigua sede de al-Aqsa; hacía más de cuarenta años que habían sido expulsados de allí por Saladino y su orgullo quedó muy herido al comprobar que al-Aqsa, el lugar en el que se había fundado la Orden, iba a seguir siendo una mezquita y que en la mezquita de la Roca una inscripción que había ordenado colocar Saladino siguiera anunciando a todos cuantos pudieran leerla que “Salah ad-Din purificó esta Ciudad Santa de los politeístas”.

El emperador entró en Jerusalén el 17 de marzo de 1229 y él mismo se coronó como rey en la iglesia del Santo Sepulcro; a la ceremonia no asistieron los maestres del Templi ni del Hospital, ni por supuesto el patriarca, pero sí Hermann von Salza, el maestre de la Orden Teutónica, quien realizó un encendido elogio de Federico II. El emperador se sintió desairado y planeó vengarse de los templarios, a los que acusó de traición, pues sospechaba que pretendían asesinarlo. Pero los caballeros de Cristo eran demasiado poderosos incluso para Federico, quien intentó secuestrar al maestre Monteagudo una vez que regresaron a Acre, pero desistió porque el maestre siempre iba protegido por una formidable escolta de caballeros. Federico II abandonó Tierra Santa el 1 de mayo de 1229; embarcó en Acre tras recibir una lluvia de inmundicias en su camino por las calles de la ciudad hacia el puerto. Tierra Santa volvía a quedar huérfana, y ahora sin siquiera un rey presente, pues aunque nominalmente lo era Federico II, sus intereses estaban exclusivamente en Europa.

El maestre de la Orden Teutónica, Hermann von Salza.

El desconcierto también se cebó en la Orden del Temple, que a la muerte de Monteagudo en 1232 eligió como nuevo maestre a Armand de Périgord, quien en los primeros años de su mandato realizó acciones alocadas, como el ataque suicida a la fortaleza musulmana de Darbsaq, donde murieron varios caballeros y otros muchos fueron apresados. El caos general condujo a nuevos enfrentamientos entre templarios y hospitalarios, en torno a los cuales, y ante la ausencia de otra autoridad en la zona, se congregaron los nobles y los soldados cristianos. En su desesperación y soledad, los templarios llevaron a cabo acciones impropias de su condición de caballeros; en octubre de 1241 atacaron la ciudad de Nablús, mataron a todos sus habitantes y quemaron la gran mezquita. La Orden parecía abocada a convertirse en un organización al margen de lo que hasta entonces había sido. Claro que semejantes demostraciones de fuerza bruta la convirtieron en el único poder de referencia en los territorios cristianos de Tierra Santa.

Aunque en los primeros años de su mandato Armand de Périgord se vio sumido en el caos general que se extendió por Tierra Santa tras la marcha de Federico II, en los últimos dos años, 1243-1244, logró varios éxitos diplomáticos que restañaron los errores de la década 1230-1240. Armand, ante la división que se había extendido entre los musulmanes de Egipto y los de Siria, aprovechó la ocasión para recuperar el solar fundacional en Jerusalén. A finales de 1243 llegó a un acuerdo con el gobernador Ismail de Damasco, quien aceptó que los musulmanes se retiraran de las mezquitas de la Cúpula y de al-Aqsa. Los templarios regresaron a Jerusalén y se ofrecieron para dirigir la reconstrucción de las arrumbadas murallas y de la poderosa fortaleza conocida como la torre de David. Las buenas noticias llegaron a Roma y el Papa Inocencio IV elogió a los caballeros, con lo que volvieron a recuperar parte del prestigio perdido en los años anteriores.

Aún así, la recuperación de su casa matriz en la explanada del Templo fue efímera. Ayud, sultán de Egipto, lanzó un ataque contra su enemigo, el señor de Damasco, al que ayudaron los templarios. En el verano de 1244 Ayub se dirigió contra Jerusalén; los templarios casi habían acabado las fortificaciones, pero no fueron suficientes para resistir el ataque de los egipcios, apoyados por varios regimientos de feroces jinetes joresmios, mercenarios reclutados por Baibars en Asia Central; la división en el bando musulmán era la misma que en el cristiano. Los defensores no eran muchos y la ciudad cayó en manos musulmanas el 11 de junio; de los seis mil pobladores cristianos que había en ella sólo se salvaron trescientos. Jerusalén fue saqueada y la iglesia del Santo Sepulcro, tal vez la más venerada de la Cristiandad, fue quemada.

Los egipcios aprovecharon su ventaja para asolar el sur de Palestina, y aunque los cristianos se rehicieron, fueron derrotados el 17 de octubre de 1244 en la batalla de La Forbie, al noreste de Gaza. Las tropas musulmanas las dirigía un general aguerrido que en los años siguientes sería el azote de los cristianos; se llamaba Baibars, y algunos lo consideraron un segundo Saladino. En la batalla murieron cinco mil cristianos. En ella participaron trescientos caballeros templarios, de los que sólo se salvaron treinta y tres, y entre ellos no estaban ni el mariscal ni el maestre Armand de Périgord, que cayeron en el combate. La cabeza del maestre fue cortada y exhibida como trofeo de guerra en las puertas de El Cairo.

El final de la presencia cristiana en Tierra Santa parecía ahora más próximo que nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario