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martes, 18 de agosto de 2009

El Veredicto y su Ejecución



El 12 de marzo de 1312, en el concilio de Vienne, se decidió la disolución del Temple. Unos días después, el 20 de marzo, llegó a esa ciudad Felipe IV, el único monarca que se presentó allí. El día 22 de ese mismo mes el Papa Clemente V publicaba la bula Vox in excelso, por la cual se disolvería el Temple, aprobando lo dictaminado en el concilio unos días antes. Y para mayor paradoja, en la misma bula se anunciaba la organización de una nueva cruzada para el año 1319. Como medida de gracia, algunos templarios fueron perdonados.

En los días siguientes se procedió al reparto de los bienes de la Orden recién suprimida; en la bula Ad providam, el 2 de mayo, se dictaminaba que todas las posesiones de los templarios pasaran a integrar el patrimonio de la Orden del Hospital, exceptuadas las que habían tenido en los reinos de Castilla, Mallorca, Aragón y Portugal, que irían a manos de las órdenes de Montesa y Cristo, pues allí continuaba la guerra contra el islam. Esto se ratificó en una nueva bula, la Nupes in generali, de 16 de mayo. La concesión al Hospital no le salió gratis; Felipe IV consiguió que los hospitalarios, le entregaran doscientas mil libras tornesas como compensación por los bienes recibidos en Francia.

Los templarios que no fueron ejecutados o que no huyeron se colocaron en diversas órdenes. A lo largo de 1313 el Papa fue logrando que estos caballeros fueran acogidos entre los hospitalarios, sus antiguos rivales, o en las órdenes militares creadas en la península ibérica, o incluso en monasterios.

A principios de 1314 ya nada quedaba del Temple, salvo su maestre, el anciano Jacques de Molay, y los principales cargos de la desaparecida orden, que seguían recluidos en prisión. Por supuesto, su presencia constituía un problema para el rey de Francia y para el Papa. Tal vez habían esperado que Molay muriera pronto, dada su avanzada edad y las malas condiciones de su vida, pero había logrado sobrevivir a seis años y medio de prisión y de tortura.

El 18 de mayo la comisión que lo juzgaba, presidida por Felipe de Marigny, secretario de Felipe IV y arzobispo de Sens, condenó a Jacques de Molay a cadena perpetua; por la bula Considerantes, de 6 de mayo de 1312, el Papa había reservado el derecho a juzgar a Molay. Con el maestre también fueron condenados los caballeros templarios Godofredo de Charnay, preceptor de Normandía, Hugo de Pairand, visitador de Francia, y Godofredo de Bonneville, preceptor de Aquitania. Al oír la condena, Jacques de Molay, que a su edad y en sus condiciones no tenía otra cosa que perder que la vida, declaró solemnemente que era inocente de cuantos cargos le habían acusado y por los que había sido condenado, retractándose de todo cuanto había declarado con anterioridad, alegando que lo había hecho por haber sido sometido a tortura. Godofredo de Charnay hizo lo mismo que su maestre, y añadió que sólo en una ocasión había renegado de Cristo, pero que lo había hecho con la boca pequeña y a causa de la tortura, y no con el corazón. Algunos templarios los apoyaron.

¿Fue un arrepentimiento espontáneo o un súbito gesto de valentía lo que llevó a Molay y a Charnay a declararse inocentes? Las opiniones de los historiadores son a este respecto muy variadas. No hay duda de que el maestre tenía unos setenta y seis años y nada esperaba ya de la vida. Su moral, su resistencia y su ánimo debían de estar muy quebrantados, pero tuvo el valor suficiente como para proclamar su inocencia a sabiendas de que le conduciría a la muerte en la hoguera.

Desde luego, las autoridades algo imaginaban al respecto, porque la declaración de inocencia del maestre conllevó su condena a muerte de manera inmediata. Y se hizo de modo tan rápido que Jacques de Molay, Godofredo de Charnay y treinta y siete templarios más fueron quemados al atardecer del mismo día 18 de mayo en el que por la mañana habían proclamado su inocencia. Todo estaba muy preparado; los templarios, con su maestre al frente, fueron conducidos a una pequeña islita en el río Sena conocida con el nombre de islote “de los judíos” o “de las cabras” y allí fueron quemados.

Templarios martirizados en las hogueras de París.

La ejecución del maestre y de los demás templarios se ha rodeado de una aureola de leyenda. Una tradición recoge las últimas palabras que pronunció Jacques de Molay antes de morir. Mientras las llamabas alcanzaban su cuerpo, se asegura que pidió venganza para los asesinos y que lanzó una maldición sobre el linaje real de Francia fundado por Hugo Capeto en el año 987 y que habían reinado en el país interrumpidamente desde entonces.

Fuera como fuese la muerte del último maestre templario, lo cierto es que la maldición pareció cumplirse, pues uno a uno los principales responsables de la supresión del Temple y de la ejecución de De Molay fueron sucumbiendo unos pocos meses después.

El 29 de noviembre de 1314 murió Felipe IV el Hermoso, rey de Francia. Corrieron varias versiones sobre su fallecimiento; unos dijeron que fue en una cacería, al caer del caballo mientras perseguía a un jabalí, otros que se enganchó del estribo y que fue muerto por el ataque de un jabalí al no poder librarse del caballo, otros que tuvo un derrame. Sucediera como sucediese, el rey que había destruido el Temple entregó su corazón y la legendaria cruz de oro de los templarios, de la que se había apoderado, al monasterio de dominicas de Poissy; corazón y cruz se perdieron en un incendio en 1695. Los descendientes de Felipe IV son conocidos con el nombre de “los reyes malditos”. Le sucedieron sus dos hijos Felipe V y Carlos IV; este último murió en 1328 sin descendencia, pese a haberse casado tres veces; fue el último monarca de los Capetos.

Guillermo de Nogaret, el canciller de Francia, murió poco después.

Enguerando le Portier de Marigny, chambelán e intendente de finanzas, que se había hecho cargo del tesoro del Temple de París y lo había administrado en nombre del rey, fue condenado a muerte y ahorcado por herejía en abril de 1315 por un tribunal en el que estaba como miembro su propio hermano Felipe, secretario real y arzobispo de Sens.

El Papa Clemente V falleció el 20 de abril de 1315; a él se debe el traslado de la sede pontificia de Roma a Aviñón, donde se iniciará lo que se ha dado en llamar “la segunda cautividad de Babilonia” y que desembocó a finales del siglo XIV en el Cisma de Occidente, que a punto estuvo de provocar la segregación de la Iglesia católica.

El 13 de septiembre del año 2001 la investigadora Bárbara Frale aseguró haber encontrado en el Archivo Secreto Vaticano un pergamino de un metro de longitud en el que, tras la declaración de Jacques de Molay, ante los delegados del Papa Clemente V, éste absolvía a los templarios de toda culpa de herejía y apostasía. Esta absolución papal nunca se hizo pública.

Pergamino de Chinon, encontrado por B. Frale

Pero el Temple no desapareció del todo con la muerte de Molay; el 24 de junio de 1314 participaron en la batalla de Bannockburn 432 templarios, entre ellos Henry Saint-Clair, barón de Rosslyn, el mítico lugar escocés donde se supone que se refugiaron los últimos templarios. Pelearon al lado del rey Robert Bruce y derrotaron al ejército inglés de Eduardo II. Ahí se fundó la Real Orden de Escocia.

En 1315 los templarios se habían desvanecido; unos se habían reintegrado a la Iglesia incorporándose a las diferentes órdenes, incluso a la de los hospitalarios, o ingresando en monasterios, algunos se hicieron caballeros errantes en busca de fortuna, y otros regresaron con sus familias. Sus destinos fueron muy diversos y los que huyeron se afeitaron la barba para nos ser identificados. Bernardo de Fuentes, templario aragonés, se hizo mercenario y entró al servicio del emir musulmán de Túnez; allí alcanzó altos cargos y regresó a Aragón como embajador en 1313. Everardo, antiguo templario, clérigo de Bar-sur-Aube, se vio envuelto en 1316 en un asunto de brujería. Son unos pocos ejemplos de un destino personal sobre el que queda mucho por investigar.

¿Por qué desapareció la Orden del Temple? Eran poderosos, tenían una extensa red de encomiendas por toda la Cristiandad, habían sido la principal fuerza armada en la defensa de Tierra Santa y se habían ganado el reconocimiento de papas, reyes y nobles durante dos siglos. Pero en su contra pesaron factores muy poderosos:

-La crisis se había cebado en los reinos de Occidente provocando la bancarrota de algunos monarcas, que vieron en la confiscación de las propiedades de los templarios un remedio para paliar sus dificultades financieras; especialmente Felipe IV de Francia, cuya hacienda estaba arruinada por las deudas contraídas por su padre a causa de la guerra contra Aragón y por él mismo en la guerra de Flandes.

-El papado se encontraba en una situación muy débil tras la muerte de Bonifacio VIII. Clemente V le debía la tiara papal al rey de Francia y desde 1305 hasta finales del siglo XIV la Iglesia, que incluso trasladó la sede pontificia a la ciudad de Aviñón abandonando Roma, giró en torno a los intereses de Francia. Al perder el apoyo del papado, que a su vez había perdido la independencia, los templarios se quedaron sin la cabeza que los había protegido hasta entonces.

-La pérdida de Tierra Santa y la caída de Acre supusieron en la cristiandad un fuerte impacto; algunos la achacaron a los templarios, que no habrían sabido defender los Santos Lugares, e incluso los consideraron culpables de la derrota ante el islam.

-Las riquezas de los templarios, o al menos la leyenda que se creó sobre su fabuloso tesoro, los convirtió en objeto de envidia por señores y villanos.

-Su orgullo y la sensación de superioridad que mostraban les acarreó la animadversión de muchos, que ansiaban verlos caer de su elevada posición.

Tras casi dos siglos de existencia, la Orden del Temple se convirtió en un simple recuerdo. Nadie abogó por su defensa, nadie se puso a su lado para evitar su eliminación.

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