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martes, 25 de agosto de 2009

Los vestidos y el ajuar de los templarios


Todas las órdenes monásticas han puesto en sus respectivas reglas un especial interés en uniformar a sus miembros. La uniformidad es una señal de identificación, pero a la vez, salvo distintivos especiales asignados a los cargos y autoridades, representa el espíritu de igualdad y de hermandad entre los frailes, resaltando así el espíritu de compañerismo que debía regir entre ellos.

Durante los primeros años de la Orden, entre 1120 y 1129, no portaron ningún hábito específico, sino que vistieron con las “ropas seglares” que recibían como limosna. No había por tanto ningún signo distintivo para diferenciar a los templarios de cualquier otro caballero que estuviera en Tierra Santa en aquellos años. Ahora bien, a partir de la regla de 1129-1131 se fijó un estricto equipamiento que cada caballero o sargento debía cumplir so pena de ser castigado por romper la uniformidad.

Era la propia Orden la que suministraba a sus miembros todo cuanto necesitaban, tanto los vestidos y el ajuar de diario como, por supuesto, el equipo militar propio y el de sus monturas.

Todo el equipamiento, sean los vestidos sean los complementos, tenía que ser sencillo y austero, por lo que estaba prohibido cualquier tipo de adorno que supusiera el menor indicio de lujo, como por ejemplo repujados de plata o de un efecto similar; incluso los zapatos tenían que denotar sencillez, y no llevar ni cordones ni estar rematados en punta. Ahora bien, semejante sobriedad no implicaba ni desaliño ni descuido, de modo que, en su simplicidad, los hábitos tenían que estar siempre limpios y sin remiendos.

La uniformidad se aplicaba en función de las categorías a que pertenecían los templarios, porque dentro de cada una de ellas no había distinciones, ni siquiera el maestre disponía de un hábito especial. Las dos principales, caballeros y sargentos, utilizaban los hábitos con colores diferentes.

Los caballeros vestían un hábito y capa o manto blancos, de inspiración cisterciense y en señal de absoluta pureza y castidad, con el único distintivo de la cruz patada roja estampada sobre el hombro izquierdo, privilegio otorgado por el Papa Eugenio III en 1147. Algunos autores han interpretado el uso de este color con la idea de salir de la oscuridad, se entiende que de este mundo, para conciliarse con el Creador, en consonancia con la imagen de caballeros celestiales vestidos de blanco apareciéndose en las batallas.

Los sargentos portaban un hábito y un manto de color marrón, a veces grisáceo o negruzco, con la misma cruz roja. Esos hábitos debían ser sencillos, sin adornos y sin siquiera contener un pedazo de piel.

A cada templario se le proporcionaba dos camisas (una de lino para el verano), dos pares de calzas, dos calzones, un sayón corto cortado en zig-zag, una pelliza, una capa, dos mantos (uno de invierno, forrado de piel de oveja, nunca con pieles preciosas, y otro de verano), una túnica, un cinturón ancho de cuero, dos bonetes (uno de algodón y otro de fieltro), y un ajuar accesorio compuesto por una servilleta, una toalla de aseo, un jergón, dos sábanas, una manta de estameña ligera, una manta gruesa de lana de invierno (blanca, negra o a rayas), un caldero, un cuenco para la cebada del caballo y tres pares de alforjas.

Los vestidos y los elementos del ajuar no eran un regalo, sino un préstamo que el usuario no podía modificar de ninguna manera, salvo permiso del comendador, así como tampoco podía utilizar otras ropas que no fueran las proporcionadas por el hermano pañero. Así los prescribe la regla en siete capítulos (del XX al XXVII), vamos sólo a poner como ejemplo el capítulo XX: De la calidad y forma de las vestimentas, que dice así:

Ordenamos que las vestimentas sean siempre de un color, por ejemplo, blancas o negras, y de un grueso tejido; y otorgamos a todos los caballeros profesos tener hábitos blancos en verano como en invierno, si ello se puede, a fin de que aquellos que han despreciado una vida tenebrosa reconozcan por su vestimenta blanca que una vida luminosa les ha reconciliado con su Creador. ¿Qué significa la blancura, sino la castidad y la integridad? La castidad es la tranquilidad del espíritu y la salud del cuerpo. A menos que alguno de los caballeros no se conserve casto hasta el final, entonces jamás podrá llegar al descanso eterno ni ver a Dios, según el testimonio del apóstol San Pablo: “Guardar la paz con todo el mundo, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebr. 12,14). Pero para que esta clase de vestimenta no tenga nada de arrogante y superfluo, ordenamos que todos la tengan de manera que cada uno pueda vestirse y desvestirse, calzarse y descalzarse ellos solos. Los que tengan este oficio, tengan cuidado de que el hábito no sea ni muy largo ni muy corto, sino conforme a la talla de cada uno; que den a los hermanos la cantidad de tejido que haga falta. Cuando tengan nuevos hábitos, que devuelvan los viejos en el acto, para que sean almacenados en el guardarropas, o en otro lugar que el oficial quiera, para servir a los sirvientes de armas y otros sirvientes, y alguna vez a los pobres.

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