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viernes, 9 de julio de 2010

Personajes de la Biblia: Felipe y Simón el mago


Queremos hoy viernes, compartir un texto del profesor de teología, J.R. Porter, en la sección que hemos llamado: “Personajes de la Biblia”; donde de manera fácil y resumida nos habla de la influencia que tuvieron los personajes bíblicos para poder entender mejor tanto el Antiguo Testamento como también el Nuevo Testamento.

Esta vez hemos elegido a dos personajes del Nuevo Testamento, cuyo texto lo hemos extraído del libro “La Biblia”, efectuado por el profesor anteriormente citado.

Desde la encomienda de Barcelona, confiamos que su lectura la encontraréis interesante.


Simón el Mago, cae al suelo ante las oraciones de Simón Pedro.


Para Lucas, autor de los Hechos, la muerte de Esteban y la persecución que desencadenó tuvieron consecuencias positivas: la difusión del evangelio desde Jerusalén hasta Judea y Samaria. Según Hechos, la misión samaritana fue emprendida por Felipe, uno de los siete helenistas ordenados por los apóstoles. Felipe predicó en “una ciudad de Samaria” (Act 8, 5), probablemente Sebaste, erigida en estilo grecorromano por Herodes el Grande en el emplazamiento de la antigua ciudad de Samaria (algunas versiones de Hechos dicen simplemente que Felipe bajó a “la ciudad de Samaria”. Cabe la posibilidad de que también tomara como base de su misión el centro religioso samaritano de Neápolis, cerca de la antigua ciudad de Sikem (la moderna Nabulus).

En hechos se afirma que Felipe llevó a cabo muchos actos de curación en Samaria (Act 8, 4-7). Los habitantes de la región era muy receptivos a los milagros ya que desde hacía tiempo estaban cautivados por un practicante de artes mágicas o mago llamado Simón, al que en la tradición bíblica se conoce como Simón el Mago (Act 8, 9). Los discípulos de Jesús solían competir con obradores de milagros aparentemente parecidos. Aunque los samaritanos reconocieron los poderes divinos de Simón, se dice que las curas de Felipe fueron más numerosas y sorprendentes, lo que le permitió ganar muchos conversos. Simón también quedó impresionado por los actos de Felipe: se convirtió, fue bautizado y se sumó a las obras de Felipe (Act 8, 12-13).

La segunda parte de este relato destaca la autoridad específica de los doce apóstoles –representados por Pedro y Juan- están en condiciones de conferir el Espíritu Santo, hecho que practican imponiendo las manos en los conversos samaritanos (Act 8, 16-17). Cabe la posibilidad de que este acto tuviese una consecuencia física, como hablar en lenguas extrañas, porque Hechos refieren que, al “ver” que Pedro y Juan poseían la posibilidad de transmitir el Espíritu, Simón intentó comprar este poder (Act 8, 18-19; de aquí proviene la palabra “simonía”, que alude a la compra o la venta de una cosa espiritual).

Pedro castigó seriamente a Simón por su osadía (Act 8, 20-23) y, pese a que los Hechos de los apóstoles describen el arrepentimiento de Simón (Act 8, 24), la tradición cristiana sólo recuerda la condena de Pedro. A partir del escritor cristiano Justino, del siglo II d.C., Simón el Mago se consideró el origen de la herejía gnóstica y se lo tomó por un anticristo. Se decía que estaba acompañado de una tal Elena, originalmente una prostituta de Tiro que, de acuerdo con las especulaciones gnósitcas, Simón el Mago consideraba una emanación divina de su propia mente. A partir de la confrontación con Pedro en Hechos se produce una sucesión de duelos milagrosos entre Simón y el apóstol en diversas ciudades del Imperio romano hasta que, por último, Simón tiene un fin ignominioso.

El segundo relato sobre Felipe (su encuentro con el eunuco etíope; Act 8, 26-40) tiene lugar cuando regresa de Samaria a Jerusalén en compañía de Pedro y Juan. Al parecer, esta narración está influida por la historia del profeta Elías. Al igual que Elías, un ángel del Señor ordena a Felipe que emprenda un viaje (Act 8, 26; compárese con 2 Re 1, 3). Según Hechos, Felipe conoce al eunuco, alto funcionario de Candace (reina de los etíopes) en el camino de Jerusalén a Gaza. En realidad, “Candace” es el título empleado por diversas soberanas del reino de Meroe, en el actual Sudán. El eunuco “había venido a Jerusalén a adorar” y “leía al profeta Isaías” (Act 8, 27-28), por lo que presumiblemente se había convertido al judaísmo o estaba a punto de hacerlo. A petición del eunuco, Felipe explica el pasaje que está leyendo y que corresponde a Isaías 53, 7-8. Felipe lo interpreta desde la perspectiva cristiana y transmite al eunuco “el evangelio de Jesús” (Act 8, 35).

Es la primera vez que el Nuevo Testamento identifica explícitamente a Jesús con la figura del siervo sufriente de Isaías 53, por lo que este capítulo se convirtió en un texto decisivo de las primeras prédicas cristianas. A continuación el eunuco es bautizado (Act 8, 38). Al parecer, el relato de su conversión refleja las prácticas bautismales de la primera Iglesia. El candidato es instruido en la fe (Act 8, 35), solicita formalmente ser bautizado (Act 8, 36), a lo que le sigue el reconocimiento de su fe. Algunas versiones de Hechos incluyen la siguiente confesión: “Creo que Jesucristo es hijo de Dios” (Act 8,37).

Es posible que el hecho de que el converso sea eunuco y etíope tenga importancia simbólica. Técnicamente, la Ley judía impedía que los eunucos ingresaran en el recinto del Templo y participaran del culto, si bien Isaías 56, 4-5 afirma que los eunucos que respetan el pacto encontrarán su lugar en la casa de Dios. Es posible que en este punto en Hechos se considere que dicha condición se ha cumplido. Varios versículos de los salmos y los profetas aluden a que quizá es significativo que el eunuco etíope estuviera a cargo del tesoro real.

Se dice que, después de bautizar al eunuco, “el Espíritu del Señor arrebato a Felipe” (Act 8, 38). Según Hechos, posteriormente reapareció en la ciudad de Cesarea (Act 8, 40). Al parecer, Felipe se instaló a vivir en Cesarea, ya que más adelante se comenta que residía allí con cuatro hijas solteras que poseían el don de la profecía (Act 21, 8-9). Aproximadamente en la misma época, Pedro partió de Jerusalén y se asentó en el puerto de Yoppe (Act 9, 43), predominantemente griego. Es posible que estos desplazamientos de Felipe y Pedro reflejen el deseo de la Iglesia de predicar en las zonas costeras de Palestina con menor influencia judía. Quizá en esa región el evangelio recibiese una acogida más calurosa que en lo que se había convertido en el ambiente hostil de Jerusalén.

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