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viernes, 11 de diciembre de 2009

Las Sociedades Secretas: La Francmasonería


Siguiendo con nuestra promesa de iluminar tanto oscurantismo sobre las sociedades secretas que existen en todo el mundo, hoy le toca el turno a la francmasonería; que tantas polémicas y tanto secretismo ha despertado en nuestra sociedad.

El texto lo hemos recogido del libro del escritor y orientalista español, Ramiro Calle, de su libro “Historia de las sociedades secretas”.

Desde la encomienda de Barcelona, esperamos que sea de vuestro agrado.

Se le ha querido buscar a la masonería un origen mucho más remoto del que seguramente tiene, todo ello por ese afán de remontar todo lo esotérico a Egipto, Mesopotamia y Grecia. No han faltado quienes han asegurado que los primeros masones fueron aquellos que construyeron el Templo de Salomón. Así como a todo elegido se le rodea de una fantasiosa leyenda, a toda sociedad iniciática se le busca –o se le pretende buscar- un origen misterioso y lejano. Pero en cuanto a la masonería no parece haber dudas. Francmasón (albañil liberto) era el nombre con que se designaba a los constructores de la Edad Media, que, para sentirse protegidos de las arbitrariedades de la época, se asociaban y agrupaban en colegios, consiguiendo incluso unos privilegios especiales y obteniendo el amparo eclesiástico. Tal era la denominada masonería operativa, constituida por personas cuyo digno oficio era el de la construcción. Porque las circunstancias así lo requerían, llevaban sus reuniones en absoluto secreto y se vieron obligados a crear determinados signos y señales para reconocerse unos a otros. Pero en aquella primitiva masonería nada había de mágico o religioso. Debe señalarse, empero, que algunos alquimistas buscaron refugio en estas reuniones, lo que nos permite deducir el porqué de determinados símbolos herméticos en el frontispicio de tantos templos. Mediante esta fraternal unión, los constructores pudieron gozar de una confortable seguridad. Posteriormente, se aceptaron como emblemas la escuadra, el compás y la regla, instrumentos básicos e imprescindibles en la construcción. Había cinco grados: aprendiz, oficial, compañero, maestro, inspector de obras y arquitecto.

En el siglo XVII, la masonería iba a sufrir una total transformación en todos los sentidos; se produjo así el paso de la masonería operativa a la especulativa. El escenario de esta metamorfosis fue Inglaterra. Las cofradías de constructores comenzaron a permitir la entrada de personas que eran totalmente ajenas a la profesión y que eran consideradas como “masones aceptados”. Gran número de los masones aceptados resultaron ser personas importantes e influyentes. Al abrir sus puertas la masonería operativa, entraron en ella, con paso firme, toda clase de personas, y entre éstas no podían faltar los rosacruces.

Los Rosacruces entran en la masonería con todo su pomposo cargamento de tradiciones, conceptos esotéricos, símbolos herméticos y pretensiones supra-naturales. Llevan consigo los complicados rituales, las enigmáticas ceremonias y un deseo ferviente de mejorar a su manera la raza humana. Ellos introdujeron los grados, la complicada iniciación y el legendario mito de Hiram. Los verdaderos masones, los constructores, terminan siendo desplazados; los nuevos masones no se interesan por los edificios materiales, sino por los morales, y si se interesan por expresiones tales como la piedra bruta o la piedra tallada es para significar el menor o mayor progreso espiritual. No se busca la unión como defensa contra el tiránico feudalismo, sino como medio para llegar a una fraternidad universal y a un perfeccionamiento de la humanidad.

No cabe duda que muchos miembros de la masonería se han servido de ésta para sus fines materiales, sin importarles lo más mínimo poner la misma en entredicho y acelerar su degeneración. La masonería llegó a ser una sociedad tan poderosa que los cimientos tenían que ceder. A ella han pertenecido aristócratas, ministros, intelectuales y personas de las más variadas profesiones y estratos sociales. Catorce presidentes norteamericanos han sido masones: Washington, Monroe, Jackson, Polk, Buchanam, Johnson, Garfield, Mac Kinley, Teodoro Roosevelt, Taft, Harding, Franklin Delano Roosevelt, Truman y Eisenhower.

En 1717, cuatro logias londinenses fundaron una gran logia, a fin de llevar a cabo un reglamento estable de la masonería. Era el golpe definitivo que conduciría a la muerte y desaparición de la masonería operativa.

Hay que destacar a dos hombres como máximos artífices de la constitución de la masonería. Se trata de los pastores protestantes James Anderson y Jean-Teophile Desaguliers.

La masonería penetra en Francia en 1730, ganando muchos adeptos tanto entre la burguesía como entre la aristocracia. Pero lo que la mayoría de estos adeptos buscaba en la masonería era un medio de disipación y entretenimiento. Así, inevitablemente, tenía que surgir una crisis en el seno de la masonería, ya que ésta había sido creada con una finalidad muy diferente a la de divertir a sus miembros.

Andrés Miguel Ramsay (1686-1743) iba a influir de forma importante en la masonería. Hijo de padre luterano y madre anglicana, nacido en Ayr, Escocia, estudiante en la universidad de Edimburgo, secretario particular del conde de Wemyss y escritor, Ramsay fue un viajero incansable. Se traslada a Inglaterra y en 1730 consigue el doctorado de la universidad de Oxford. Quiso llevar sus ideas reformistas a la gran logia de Inglaterra, pero no se le permitió entrar en ella. Vuelve a Francia y, en 1736, pronuncia un célebre Discurso en la logia de Luneville.

Se extendió ampliamente sobre la masonería e indirectamente provocó la creación de los altos grados, que serían agregados a los grados básicos (grados operativos). Ramsay señaló, para la enorme sorpresa de muchos, que determinados principios había que relacionarlos con los de los cruzados (en especial a los templarios); y se refirió a la existencia de otra masonería diferente a la de Anderson: la de los príncipes escoceses. Su Discurso resultó en muchos sentidos desconcertante y levantó lacerantes críticas, pero, bien o mal asimilado, lo cierto es que iba a desencadenar un nuevo rito: el de la masonería escocesa, sobrecargada de ocultismo, doctrinas esotéricas, símbolos y ceremoniales, y, por supuesto, todos esos grados, cada uno de los cuales tiene su propia denominación.

Los grados de rito escocés consta de treinta y tres grados, mientras que el rito de Misraim goza de noventa grados, que se agrupan en cinco series: a) Grados simbólicos; b) Grados filosóficos; c) Grados místicos; d) Grados cabalísticos; e) Soberano Gran Maestro Absoluto.

La masonería fue concebida como una sociedad espiritual, por lo que, desde el momento en que sus ambiciones sean materiales en lugar de espirituales, pierde su verdadero significado. Por este motivo se ha hablado de una total degeneración de las ideas originales de la sociedad.

Si la francmasonería hubiera permanecido en su puesto, como sociedad iniciática y espiritual, no se le hubiese acusado de proponerse aniquilar todas las religiones, de cometer execrables crímenes políticos, de pretender someter bajo su dominio a todos los países, de ser un partido político enmascarado que servía a los británicos, a los bolcheviques o a los judíos.

Como dice el adagio con profunda sabiduría: “A cada gusano su gusto: los hay que prefieren las ortigas.”

1 comentario:

  1. Interesante. Se echa de menos información sobre la situación actual de este movimiento en España. Gracias

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