© 2009-2019 La página templaria que habla de cultura, historia y religión - Especial 'Proceso de los templarios'

miércoles, 26 de enero de 2011

Los antecedentes a la Primera Cruzada


Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con el apartado dedicado a las Cruzadas, y que de manera resumida, el periodista e investigador Juan Ignacio Cuesta, nos explica brevemente en que contexto histórico se llevó a cabo la conquista de Tierra Santa.

Esta vez hemos extraído de su libro “Breve historia de las Cruzadas”, un apartado que nos habla sobre el principio que acabaría provocando el que el Papa Urbano II proclamase la Primera Cruzada.

Desde Temple Barcelona deseamos que su lectura os sea gratificante.

Mosaico de Alejo I de la iglesia de Santa Sofía

Los turcos invaden Tierra Santa

Tras la muerte de Basilio, comienza una época de debilidad de Bizancio que terminará con una nueva invasión, esta vez, bajo el mando de Selyuk. Los turcos “selyúcidas”, recién incorporados al Islam, avanzaron hacia el sur, entrando en Siria y Palestina. Las ciudades fueron ocupadas paulatinamente. En 1070 entraron en Jerusalén y, un año después, el ejército imperial cayó bajo sus armas en la batalla de Manzikert, donde Diógenes el Griego fue hecho prisionero. El Imperio tuvo que desprenderse de gran parte de Asia Menor. Antioquía fue incorporada en 1084. En 1092 los cristianos habían perdido todas las ciudades importantes en aquella región que ahora estaban ocupadas por las autoridades turcas, que controlaban todo gracias aun poderoso ejército.

Los peregrinos, empeñados en acudir a los Santos Lugares, cosa que constituía una obligación ineludible, sufren con este cambio, puesto que los nuevos dueños y controladores del territorio estaban frecuentemente poco atentos a facilitarles las cosas, cuando no interesados en aprovecharse de la situación. La inseguridad en los caminos, los muchos “controles” en los que los cristianos eran despojados de sus bienes, la constante presión que hacía que muchos no pudieran llegar a su destino o fallecieran en el viaje fue constante y un problema irresoluble. A veces fueron víctimas de torturas, secuestros y todo tipo de vejaciones. Estos musulmanes recién llegados no se vieron obligados a facilitarles las cosas a los cristianos. El resultado fue que acudir a visitar el Santo Sepulcro se convirtió en algo muy difícil y peligroso, lo que acentuaba los enormes sufrimientos provocados por la falta de alimentos y agua, además de enfermedades entonces totalmente desconocidas para ellos.

Por otra parte, los turcos aunque coincidían en creencias y prácticas religiosas con sus enemigos más cercanos, eran un pueblo belicoso e intolerante con una necesidad importante de invadir otros territorios aledaños. Creían que acosar a sus vecinos y a los peregrinos garantizaba su seguridad. Establecieron así un complejo sistema de vigilancia para evitar el constante riesgo de contaminación con todos los demás. La sensación de inseguridad que tenían les hizo ser mucho más duros y crueles de lo que realmente les hubiera sido necesario.

Las noticias sobre este estado de cosas se conocieron en Occidente, y poco a poco, reyes, señores, soldados, estamentos religiosos y gran parte del pueblo llano tomó conciencia de que era necesario hacer algo para frenar la expansión de los “infieles”, que empezaban a ser una amenaza importante. El peligro que significaban para el flanco sur del cristianismo los musulmanes de la península Ibérica empezaba a inquietar a todo el mundo. Una frontera tan cercana entre las culturas europea y asiática resultaba intolerable política y militarmente, en un momento en que la presión demográfica permitía tener a disposición gente dispuesta a luchar por una buena causa.

El emperador de Bizancio Alejo Comneno

La gran figura que pararía los intentos de expansión turca fue el general Alejo Comneno, que asumió la responsabilidad de parar a los invasores. Sin embargo, sus tropas eran realmente escasas desde la época de la muerte de Basilio Bulgaroktonos. No tuvo más remedio que buscar apoyos externos. Debían venir más soldados aunque fueran extranjeros. Lo más conveniente sería reclutar un ejército capaz de hacer retroceder a sus enemigos. Según el mandatario, los mejores eran los normandos, unos fieros guerreros que habían peleado en la conquista del reino de Inglaterra en 1066, incluso expulsado a los mismos bizantinos del sur de la península Itálica.

Hay que considerar que, en temas militares, a veces resulta conveniente tratar de convertir a nuestros perores enemigos en amigos útiles y razonablemente leales, imitando la astucia de sus antecesores, los grandes estrategas de la Roma imperial.

Varios emisarios partieron como embajadores ante el Papa Urbano II, en busca de facilidades para el reclutamiento de las gentes, gracias a su gran experiencia adquirida cuando promulgó la “Tregua de Dios”. Esta consistía en no combatir desde la tarde del miércoles hasta la mañana del lunes.

La primera medida instaurada por el pontífice fue convocar el Concilio de Piacenza en 1095. Se encargó la presidencia civil al rey Enrique IV, cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico. Éste presionó para impedirlo, porque tenía un mejor candidato para ocupar el “Sillón de San Pedro”, más conveniente para sus intereses. Así se impediría ayudar al basileus bizantino, que lo que realmente obtuvo fue una invasión de desarrapados que luego los enemigos llamarían los infranyat, ifrany, farany o, más comúnmente, los frany (en árabe los franceses).

Desde luego, no era eso lo que esperaba, con lo que sus planes se frustraron, con gan decepción por su parte. La “chusma” que venían tenía tan mala fama, que intentó quitárselos de en medio lo más pronto posible, estimulándolos para que estuvieran el menor tiempo posible y continuaran camino de Jerusalén.

Los turcos fueron quienes se encargaron de “neutralizarlos”, exterminándolos, esclavizándolos o vendiéndolos como mano de obra. La precipitación y la improvisación de Pedro el Ermitaño, el furibundo propagandista que se puso a la cabeza de este primer escarceo, fue una de las causas de que la primera y segunda expediciones del “ejército del pueblo” cayeran casi por completo cuando se produjo el desastre de Xerigordón.

Sin embargo, el altivo Alejo Comneno era un emperador oriental-greco-romano influyente, prestigioso y muy inteligente, sobre todo.

El escritor Amin Maalouf nos lo describe como “quincuagenario, de menguada talla, ojos chispeantes de malicia, barba cuidada, modales elegantes, siempre cubierto de oro y ricos paños azules,… que tenía fascinado completamente al rey Kiliy Arslan, hijo de Suleimán su enemigo turcómano… Como todos los guerreros nómadas, sueña con conquistas y pillajes”.

No debiera extrañarnos entonces que, asustado por un “ejército” tan poco fiable, o sea, casi más peligroso para él que el de sus enemigos naturales, lo mandara a su suerte, un desastre seguro. Es sin duda el responsable del desastre del arranque de la Primera Cruzada. No porque lo quisiera así, sino que se vio obligado a ello por las circunstancias y el pragmatismo. Si la organización política de la Europa de aquel tiempo hubiera sido distinta, probablemente hubiera recibido las tropas que necesitaba, y la primera gran maniobra militar en contra de los turcos hubiera tenido más éxito.

Alejo no consiguió la ayuda de sus vecinos y supuestos amigos, pero el papel de Bizancio como lugar estratégico e intermedio entre dos mundos siguió siendo decisivo, sobre todo facilitándole las cosas poco más tarde al auténtico vencedor y héroe del “segundo acto” de la Primera Cruzada, Godofredo de Bouillón.

Su premio por ser más sensato, ponderado y mejor guerrero que quienes se dejaron llevar por un entusiasmo desmedido, y una excesiva confianza en recibir ayudas desde instancias sobrenaturales, fue conquistar por fin Jerusalén, y con ello todos los centros simbólicos-religiosos de la ciudad más santa para los cristianos y judíos, pero también para los musulmanes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario