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lunes, 3 de enero de 2011

Personajes de la Biblia: Moisés


Desde la encomienda de Barcelona continuamos con el apartado dedicado a las figuras más importantes de las Sagradas Escrituras.

Volvemos a recorrer el Antiguo Testamento para conocer mejor a un personaje especial: Moisés; y lo hacemos recuperando un texto del teólogo protestante J.R.Porter que fue publicado en su libro cuya traducción al español es “La Biblia”.

Deseamos desde Temple Barcelona que su contenido os guste.

Moisés destaca durante la opresión de los israelitas en Egipto, episodio que se describe al principio del Éxodo. Suele decirse que la opresión tuvo lugar durante el mandato del faraón Ramsés II (h. 1279-1212 a.C.) y que el Éxodo se produjo durante el reinado de su hijo y sucesor Mernefta. (h. 1212-1204 a. C.) Ramsés fue un gran constructor y fundó la ciudad que lleva su nombre en el delta oriental del Nilo. Según el Éxodo 1, 11, Ramsés se erigió gracias al trabajo obligado de los israelitas. Conviene aclarar que los antecedentes históricos de Moisés no constituyen el interés principal de la Biblia. El faraón anónimo de la narración aparece como el opresor por antonomasia. Sus actos resultan harto improbables, sobre todo el deseo de acabar con la numerosa fuerza laboral de esclavos hebreos, como refiere el Éxodo 1, 15-22.

El relato de la opresión egipcia es una narración minuciosamente constatada y dividida en tres fases de creciente gravedad. Pretende allanar el terreno para el surgimiento de la figura heroica de Moisés. A la muerte de José y sus hermanos, los descendientes prosperan en Egipto (Éx 1, 7). Un nuevo faraón llega al trono, se alarma ante la magnitud y el poder de los israelitas y los somete a esclavitud. La población aumenta a un ritmo todavía más veloz y el faraón ordena a Sifrá y Puá –parteras de las hebreas- que maten a todos los varones israelitas recién nacidos. Es posible que el relato utilice el número dos como artilugio narrativo más que para decir realmente que la población hebrea sólo contaba con dos parteras. Éstas desacatan hábilmente la orden y el faraón se limita a decretar que, al nacer, los varones hebreos sean arrojados al Nilo (Ex 1, 22).

En ese momento, Moisés nace en la casa de Leví; más adelante sabemos que sus padres se llaman Yokébed y Amram. Su madre mantiene en secreto el parto hasta que le resulta imposible ocultar al pequeño, momento en que lo coloca en una cesta impermeable y lo deja entre los papiros de la ribera del Nilo. Miriam, la hermana de Moisés (cuyo nombre no aparece hasta Éx 15), ve que la hija del farón encuentra al niño y se percata de que es hebreo. Miriam se acerca a la princesa y le ofrece una nodriza hebrea para el pequeño. La nodriza es la propia madre de Moisés, que lo cría. Posteriormente el niño es adoptado por la princesa y lo llama Moisés (Éx 2, 10). En realidad, Moisés es un nombre hebreo que significa “hijo” y que figura en forma abreviada en nombres como el del faraón Tutmés. El narrador desconocía el origen del nombre y desplegó el relato de forma que respaldase su explicación, hecho que en la Biblia se repite a menudo. Dice que el nombre (Mosheh en hebreo) procede del vocablo hebreo mashah, “sacar”, por lo que alude a que Moisés fue sacado del Nilo.

Muchas culturas presentan paralelismos con esta historia. La más próxima es la leyenda del rey asirio Sargón (h. 2334-2279 a. C.), según la cual su madre lo parió a escondidas, lo puso en una cesta de junco impermeable con betún y lo arrojó al río. Fue rescatado por Akki –“el sacador de agua”-, que lo adoptó como hijo. Con el correr del tiempo Sargón conquistó los favores divinos y se convirtió en un gran gobernante. El relato de Moisés se ocupa de temas legendarios y no da cuenta de cuestiones desconcertantes como, por ejemplo, por qué tenía una hermana mayor, ya es presentado como el primogénito.

Moisés en el Sinaí

Después de cruzar el mar Rojo, los israelitas se internan en el desierto hasta llegar al monte Sinaí, donde Dios transmite a Moisés las Leyes divinas por las que el pueblo de Israel debe regirse. La entrega de la Ley es el elemento principal del Pentateuco, como demuestra el espacio dedicado a la cuestión: veintiún capítulos del Éxodo, todo el Levítico y gran parte de los Números. La sección más importante, que determina lo que sigue, es el relato que comienza en el Éxodo 19 sobre la gran teofanía (manifestación de Dios) en cuanto el pueblo llega al monte sagrado (Ex 19, 2). Este fragmento largo y complejo abarca diversos componentes realizados en épocas distintas, cuyos orígenes son diversos, pero los temas fundamentales están claros.

La narración pone de relieve el papel singular de Moisés como mediador de la palabra divina. Es la única persona capaz de hablar directamente con Dios y recibir instrucciones para transmitirlas al pueblo. Esta función queda de manifiesto por las diversas citas que Moisés hace la cumbre de la montaña para reunirse con la deidad. La imagen bíblica de Moisés presenta características que recuerdan a reyes, sacerdotes y profetas posteriores que también figuran cm mediadores. Moisés sienta las bases de un aspecto importante del futuro de la nación israelita. En el Sinaí, Moisés es explícitamente mediador de la Alianza, el acuerdo formal entre Dios y el pueblo, compromiso que define a Israel como nación. Los términos de la Alianza se manifiestan como leyes dadas por dos, leyes que los israelitas deben acatar. La Alianza sigue el modelo de los tratados establecidos en Oriente Próximo entre un jefe supremo y su vasallo. Dios promete que, si se rige por la Alianza, el pueblo se convertirá en “un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éx 19, 6). Moisés expone la promesa divina y el pueblo la acepta (Éx 24, 7). La narración incluye la entrega de los Diez Mandamientos y otras disposiciones legales. De hecho, según la Biblia, la Ley básica israelita fe entregada por Dios a Moisés en el monte Sinaí.

Por lo visto, el episodio del Sinaí se configura a partir de las tradiciones de culto de los israelitas, quizá por una fiesta periódica de la renovación de la Alianza. Por ejemplo, los pormenorizados ritos de purificación previos a la teofanía (Éx 19, 5-10) sirven de preparación para participar en el culto. La teofanía propiamente dicha está acompañada de la tormenta, el fuego y de movimientos sísmicos (Éx 19, 16-18). Aunque ocasionalmente estos fenómenos han dado pie a postular que el monte Sinaí fue un volcán, en realidad se trata de rasgos típicos de la manifestación divina. El sonido de la trompeta, que se menciona varias veces, representa la llamada a la ceremonia religiosa y cabe la posibilidad de que la nube de humo que separa Yahveh del pueblo (Éx 19, 18) se base en el rito del incienso.

Por último la comida sagrada y el rociado con sangre del sacrificio, que sellan la Alianza (Éx 24, 5-8), aluden a un ritual de culto.

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