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viernes, 28 de enero de 2011

Templarios en Palestina: Iª parte


Desde la encomienda de Barcelona continuamos de nuevo con otro texto interesante del escritor y novelista Piers Paul Read, extraído de su libro “The Templars”, donde con una lectura sencilla, nos transporta en el tiempo, hasta los primeros pasos de los Templarios en Palestina.

Desde Temple Barcelona confiamos que este nuevo texto os gustará.

Después del concilio de Troyes, Hugo de Payns volvió a Palestina. Algunos de sus lugartenientes se quedaron en Europa para reunir reclutas, solicitar donaciones y establecer una administración. Aunque los títulos y funciones de los oficiales Templarios en esta etapa son imprecisos, los registros hacen referencia a procuradores, senescales y maestres provinciales. Payen de Montdidier, uno de los nueve fundadores de la Orden, parece haber quedado a cargo del territorio francés al norte del Loira; Hugo de Rigaud recibió donaciones en el área de Carcasona, Pedro de Rovira en Provenza, y un futuro maestre de la Orden, Everardo de Barres, en Barcelona. […]

[…] En Inglaterra, como hemos visto, los Templarios recibieron una cálida bienvenida del rey Enrique I. A la muerte de éste, habían establecido sus cuarteles generales en la parroquia de Saint Andrew, en Holborn, cerca del extremo norte de la actual Chancery Lane. Las donaciones de tierra más generosas fueron en Lincolnshire y Yorkshire. Tanto en Yorkshire como en Lincolnshire la Orden siguió el provechoso ejemplo de los cistercienses de criar ovejas cuya lana se exportaba a los tejedores de Flandes. Se supiera o no en la época de la fundación de la Orden, una gran parte de los fondos recaudados por los Templarios y los hospitalarios se usaba para mantener las casas, llamadas preceptorías: la norma no era el servicio militar en Palestina, sino la administración de propiedades y la vida semimonástica en Europa occidental. La organización financiera y administrativa de una preceptoría templaria, como la de un monasterio cisterciense, era simple; y “algunos Templarios a cargo de fincas vivían casi en soledad”. […]

[…] En el continente, importantes beneficios provenían de príncipes ya familiarizados con las necesidades de Outremer, como Alfonso-Jordán, conde de Toulouse, hijo de Raymond y medio hermano de Bertrand, conde de Trípoli; y de aquellos que estaban comprometidos en combatir a los musulmanes en la península Ibérica. […]

[…] El hecho mismo de que la Orden del Temple pudiera asumir ese compromiso militar en un segundo frente en 1114, demuestra su éxito en el reclutamiento de caballeros. Las razones para unirse a ella eran diversas, aunque sería un error subestimar el fervor religioso. El consenso entre los historiadores, que alguna vez vieron las cruzadas como un débil pretexto para el pillaje y la rapiña, apunta ahora a favor de una motivación penitencial. […]

[…] Frecuentemente, donación y compromiso iban combinados. Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer fueron elogiados por sumar sus bienes a la Orden. En el norte de Provenza, Hugo de Bourbouton se unió a los Templarios en 1119, y donó tierra suficiente para fundar la preceptoría de Richerenches, una de las que mejor se conservan hasta el día de hoy; lo hizo –sostuvo- obedeciendo una de las órdenes de Cristo en el Evangelio de San Mateo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y cargue con su cruz y sígame. Pues quien quisiere salvar su vida la perderá; mas quien perdiere su vida por amor de mí, la encontrará”. […]

[…] La familia Bourbouton provenía de una clase social apenas más baja que la de los grandes magnates de Europa occidental. Era el mismo caso de Hugo de Payns, Godofredo de Saint-Omer, y de la mayoría de los que ejercían el liderazgo de la Orden. Sin embargo, la Orden apeló también a caballeros más pobres y, en sus comienzos, el linaje caballeresco no parece haber sido una calificación necesaria para el ingreso. Obviamente, el postulante debía estar familiarizado con el combate a caballo, y tener experiencia, ya fuese en el campo de batalla o al menos en competencia de justas. De hecho, las órdenes militares eran menos exclusivas que los monasterios: el alfabetismo no era un requerimiento; pocos de los caballeros sabían leer o escribir, y, por cierto, no en latín. Los encargados de recitar el oficio eran los capellanes, y lo único que se les exigía a los hermanos era que rezasen la cantidad prescrita de Padrenuestros en las horas fijadas.

Había sin duda postulantes con motivaciones de todo tipo. Nobles como Hugo, conde de Champagne, o Harpin de Bourges, se unieron al Temple tardíamente en su vida, después de perder a sus esposas; uno por separación, el otro por fallecimiento. Los caballeros más jóvenes y con pocos recursos se sentían atraídos por las “perspectivas de viaje y ascenso en el mundo”. Estaba también la atracción magnética de Tierra Santa. Hay casos de caballeros que habían viajado a Palestina por su propia cuenta –por ejemplo el primo de Roger, obispo de Worcester- uniéndose a una orden militar cuando sus recursos se les agotaban.

Conforme crecía en poder y riqueza, la Orden comenzó a ofrecer una estructura de progresos comparable a la de la Iglesia. Muy pronto, los grandes maestres de las órdenes militares se convirtieron en figuras importantes no sólo en Siria y Palestina, sino también en Europa occidental. Los maestres provinciales y otros oficiales, con enormes recursos a su disposición, adquirieron el mismo estatus de sus pares más altos en el reino. Su fama de honestidad y buen juicio los convertía en asesores de confianza de papas y reyes. […]

[…] Cuando sus emisarios Hugo de Payns y Guillermo de Burres regresaron a Jerusalén con fuerzas que habían reclutado en Europa, el rey Balduino II se embarcó de inmediato en su proyectado asalto a Damasco. En noviembre, Balduino condujo a su ejército –que incluía un contingente de Templarios-, desde la fortaleza fronteriza de Banyas, y acamparon a nueve kilómetros de Damasco. Desde allí, Guillermo de Burres partió en una expedición de pillaje con el contingente europeo, que, impacientemente por saquear, estaba fuera de control A unos cuarenta kilómetros del campamento principal, la expedición fue atacada por la caballería sarracena: sólo cuarenta y cinco sobrevivieron. Balduino, esperando atrapar al enemigo con la guardia baja mientras celebraba la victoria, le ordenó a su ejército iniciar el ataque; pero cuando éste lo hizo, comenzó a diluviar de tal manera que los caminos se hicieron intransitables y tuvieron que abandonar la maniobra contra Damasco.

Hay poca información sobre las actividades de Hugo de Payns y los primeros Templarios en los años inmediatamente posteriores. La primera fortaleza asignada a una orden militar –Bethgibelin, situada entre Hebrón, en las colinas de Judea, y Ascalón, sobre la costa- fue concedida en 1136 a los Hospitalarios. Es probable que los Templarios concentraran sus recursos en la tarea para la cual habían sido destinados en un principio: proteger las rutas que solían transitar los peregrinos. […]

[…] La primera fortaleza importante asignada a los Templarios no se hallaba en el reino de Jerusalén sino en la frontera más septentrional de las posesiones latinas, en las montañas de Amanos. Esta angosta cordillera se extiende al sur de Asia Menor y, con picos de entre dos y tres mil metros de altitud, crea una barrera natural entre lo que era en aquella época el reino armenio de Cilicia y el principado de Antioquía; y también entre Alepo y el interior sirio, y la costa mediterránea.

La ruta a través de esas montañas desde Alepo o Antioquía hasta los puertos del golfo de Alexandretta y Puerto Bonnel (Arzuz), es por el Paso de Belén, también conocido como el paso sirio. En la década de 1130, a los Templarios se les dio la responsabilidad de proteger la región montañosa fronteriza entre el reino de Cilicia y el principado de Antioquía: la marca de Amanos. […]

[…] En 1130, el príncipe de Antioquía, Bohemundo II, fue asesinado mientras combatía a los turcos danishmendos, y su cabeza embalsamada fue enviada por el emir Ghazi como obsequio al califa de Bagdad. […]

[…] Seis años más tarde murió Hugo de Payns. El cabildo general de los Templarios se reunió en Jerusalén para elegir a un nuevo gran maestre, Roberto de Craon, que, aunque conocido como “el Borgoñés”, provenía en realidad de Anjou y era sin duda el candidato favorito de Foulques. Había ganado fama de excelente administrador, e, inmediatamente demostró su cabal comprensión de las necesidades de la orden Templaria al conseguir privilegios adicionales y excepcionales del Papa Inocencio II, publicados en una bula de 1139, Omne datum optimun. (fin de la primera parte)

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