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viernes, 7 de septiembre de 2012

Descubriendo a María Magdalena




Desde la encomienda de Barcelona para esta nueva temporada vamos a investigar quién fue verdaderamente la figura de la Magdalena mencionada en los Evangelios. Lo hacemos de una manera muy especial, porque es la patrona del Gran Priorato Templario de España – SMOTH-MIT, al cual pertenecemos.

Pero este recorrido histórico lo vamos a hacer con la ayuda del licenciado en teología por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, D. Lluís Busquets Grabulosa. Para este primer capítulo hemos creído oportuno dar a conocer la posible faceta intelectual que tuvo María Magdalena y su –también probable- influencia en la comunidad cristiana.

Por ello hemos seleccionado unos textos del libro del mencionado licenciado “Els evangelis secrets de Maria i de la Magdalena”.

Desde Temple Barcelona os invitamos a recorrer esta interesante cuestión.

¿María Magdalena llegó a ser evangelista?

Lo primero que debemos examinar es el hecho que ha salido recientemente a la palestra sobre la posibilidad de que la Magdalena sea autora del cuarto Evangelio atribuido al “Discípulo amado”, erróneamente identificado como el apóstol Juan, y que para una mayoría de expertos sería de un seguidor anónimo.

El promotor de esta hipótesis es el padre Ramon K. Jusino. La tesis es doble: a) se debe identificar a la Magdalena con el desconocido “Discípulo amado” del cuarto evangelio en la tradición anterior de la comunidad del cuarto Evangelio; b) la Magdalena se postula, por lo tanto, como fundadora y abanderada de lo que ha venido a llamarse comunidad joánica.

Sus teorías se apoyan en las investigaciones de Raymond E. Brown, en la evidencia interna del texto y en las pruebas y vínculos externos, especialmente en la relación con los hallazgos de la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi. Hoy no hay problema en admitir que la versión escrita de las tradiciones del cuarto Evangelio formó parte de la trayectoria vital de la comunidad joánica conformada por los seguidores del “Discípulo Amado”. Brown ofrece la  hipótesis de una composición después de la expulsión de los cristianos de las sinagogas. Y esboza tres fases: 1) una versión precanónica, originada por el “Discípulo amado”; 2) la escritura del Evangelio por parte del autor principal (el evangelista propiamente dicho); 3) una redacción final después de la muerte del “Discípulo amado” que acabaría constituyendo la versión canónica. Como para Brown el autor de un texto evangélico es la persona a partir de cuyas ideas se origina el libro y no quien las plasma en el papiro con un cálamo, Jusino afirma que la contribución de la Magdalena se produjo en la primera fase; que después el Evangelio pasó por diferentes estadios de modificación y que el resultado redaccional último fue, por motivos que desconocemos, la supresión del nombre de Magdalena como líder de su propia comunidad y como autora promotora del cuarto Evangelio. En esta evolución, Brown postula que la comunidad joánica se dividió en dos antes de la redacción final del Evangelio por un desacuerdo cristológico interno: la mayoría (Brown los denomina Secesionistas) acabaron en setas gnósticas, en el docetismo y en el montanismo; la minoría (denominados Apostólicos) se habrían ido amalgamando en la Iglesia ortodoxa emergente. Jusino aduce que la versión precanónica del Evangelio, en la época del cisma, identificaba a Magdalena como el “Discípulo amado”, la fundadora de la comunidad, hasta que el redactor final procuraría ensombrecer y hacer desaparecer esta escandalosa presencia femenina.

Ahora bien, ¿consiguió el redactor final hacer desaparecer a Magdalena como Discípula Amada? Convendrá analizar la coherencia interna del Evangelio en los momentos en que hace referencia al Discípulo Amado.

El análisis interno resiste, pues, la hipótesis. Desde el punto de vista externo, admitido que el Evangelio nace en la comunidad joánica, hay que saber que a continuación fue tan apreciado por cristianos gnósticos que el primer comentario que se conoce de él es obra del gnóstico Heraclio (hacia el año 180). Y en algunos de sus escritos, como ya veremos, se mantiene la rivalidad entre Pablo y el “Amado”, como aparece al final del canónico, de lo cual se infiere algún tipo de relación entre el cuarto Evangelio y los textos de la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi.

En definitiva, debemos permanecer abiertos a la participación de Magdalena en la denominada comunidad joánica y en la elaboración, en fases iniciales, del cuarto Evangelio.

La imposición del machismo jerárquico

Los testimonios gnósticos nos demuestran que los primeros cristianos debatieron intensamente problemas tan básicos como el significado de las enseñanzas de Jesús, la naturaleza de la salvación, el valor de la autoridad profética, el rol de las mujeres y los esclavos en las primeras comunidades y otros temas afines. El “relato dominante” fue producto de disputas – a veces, lamentablemente, de imposiciones- y no un punto de partida. Tenemos buen ejemplo de ello en los fragmentos recuperados de algunas epístolas atribuidas a Pablo (que  nunca debieron salir de su mano), cuando, con tufo a misoginia, niega cualquier papel activo de las mujeres en la liturgia: 1Co 11, 6-12; 1Tm 2, 11-14. Había, claro, otros problemas. ¿Podían considerarse cristianos los grupos que no pensaban que la muerte de Jesús supusiera algún valor salvífico y que no esperaban su retorno como los que originaron el ya mencionado Evangelio de Tomás, nuestro propio Evangelio de María o el Evangelio de la Verdad? Los dos últimos coinciden en que no hace falta ser salvado de pecado alguno, sino del error, la angustia y el terror. La crucifixión de Jesús no es la salvación en sí misma; somos redimidos del sufrimiento, no por el sufrimiento.

En la antigüedad cristiana, “María Magdalena sería considerada y valorada como la mujer gnóstica por excelencia”, escribe el jesuita padre Alcalá. Decir eso supone, como siempre se ha afirmado, que el Evangelio de María es gnóstico (y la prueba de ello, por anacrónica que hoy nos resulte, es el cuadro trazado por los intelectuales más polemistas frente a la herejía, como Ireno de Lyón). Sin embargo, esta concepción da por descontados dos puntos de llegada: el primero, que el conflicto estaba presente, es decir, que había tensiones entre los cristianos del grupo de la Magdalena y los que podríamos denominar protoortodoxos (Pedro, en el Evangelio de María, representará esta postura). Todo lo cual, en este sentido, supone aceptar la discusión y el debate entre las primeras comunidades, un debate en que el papel de la mujer es centro de discusión en tiempo de los paulinos- los sucesores de Pablo- y la Didajé. Basta con tener presentes los textos que acabamos de tildar como misóginos de 1Co 11, 6-9 y 1Tm 2, 9-14 –donde se impone que las mujeres renuncien a hablar y enseñar públicamente en las comunidades- para darse cuenta de que, desde los orígenes, existió una lucha sorda para imponer el liderazgo patriarcal masculino en la jerarquía eclesial frente al femenino; nuestro Evangelio, como veremos, constituirá un desafío directo a esta autoridad jerárquica masculina.

El segundo punto de llegada se deduce del anterior: la Magdalena y el grupo que ella encabezaba salieron perdedores ante la imposición machista jerárquica. No se trata de un simple problema de género (ya suficientemente escandaloso entre los seguidores de un Jesús que nunca hizo discriminaciones entre hombres y mujeres), sino de una intelección de Jesús, impuesta con expurgación de textos, manipulaciones, amaños, desconfianzas, intimidades, exigencias sobre maneras de hacer, tradiciones, liturgias, en definitiva, con todo tipo de coerciones para acabar imponiendo un relato dominante triunfador y, por tanto, como el único ortodoxo. Un relato que todavía hoy se asienta como tal. Basta ver con qué argumentos tan débiles impide la jerarquía actual el acceso de la mujer a los ministerios sacerdotales.

¿Debemos esperar en el futuro “otro” relato, un nuevo relato más allá del “dominante” hasta la fecha? Están trabajando en ello algunos investigadores, escrituristas, historiadores, exégetas y teólogos. ¿Cómo será? Es imposible pronosticarlo, pero deberá ser más complejo y otorgar más protagonismo a grupos diversos de cristianos capaces de debatir, valorar, idear soluciones y llegar a éxitos y fracasos en su intelección de Jesús. Y deberá devolver a la mujer el papel y los roles que se le robaron a lo largo de los siglos.

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