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jueves, 6 de mayo de 2010

Las sociedades secretas: El Maniqueísmo, los Sufíes y los Derviches.


Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con nuestra difusión, sobre las diferentes peculiaridades que nos ofrecen las distintas sociedades secretas, surgidas en distintos puntos del planeta.

Con la narrativa del orientalista español, Ramiro Calle, que nos proporciona una visión clara en su libro "Historia de las Sociedades Secretas", nos disponemos a compartir la siguiente recopilación.

Deseamos que disfrutéis con su lectura.

Imagen de una reunión de derviches.

El Maniqueísmo

El maniqueísmo es un sistema filosófico-religioso que fue creado por Manes, persa nacido alrededor del año 216. Rebosante de misticismo, deseando fervientemente reformar la moral, alentar la vida del espíritu y universalizar el amor, Manes, a partir del año 242, comenzó a realizar prolongados viajes: La India, China, etc. Regresó a Persia en el 270, en donde despertó la animadversión y la cólera de los magos. ¿Cómo murió Manes? Es difícil saberlo, pues existen varias versiones: una sostiene que fue despellejado vivo, otra que murió de hambre en una cárcel, y una última que cuenta como los magos le hicieron crucificar. Como quiera que fuese su muerte, es indiscutible que se debió a los magos, lo que convirtió a Manes en un mártir para sus seguidores. Del siglo IV al VII, el maniqueísmo obtuvo una enorme difusión y se extendió por el norte de África y por el Asia Occidental. San Agustín perteneció durante diez años a este sistema.

La doctrina del maniqueísmo es muy similar en ciertos aspectos al zoroastrismo, conteniendo también elementos de judaísmo, budismo y mitraísmo. Fundamenta su doctrina en un riguroso dualismo entre el aspecto positivo y el negativo, el mundo de la luz y el mundo de las sombras, el bien y el mal; pero trata de ir más allá de ese dualismo, de trascenderlo. Manes –cuya doctrina es sumamente esotérica para algunos- concibió un sistema cuyos principios resultan muy interesantes, aunque muchas veces hayan sido tergiversados o mal interpretados.

Los Sufíes

Los sufíes representan el más puro misticismo musulmán. Reciben su nombre del vocablo “suf”, que significa lana, porque la prenda con que cubrían la parte superior de su cuerpo estaba confeccionada con este tejido. Aun cuando posteriormente habrían de surgir múltiples sectas sufíes, y cada una seguiría sus propias técnicas místicas, todas ellas tendrían como fin básico y espiritual a fin de llegar a la comunión mística con la divinidad. En los comienzos del sufismo, durante las primeras décadas del siglo IX, los más renombrados sufíes fueron Yazid Bastami, Tirmidhi, Jonyad y Hallaj, este último sometido a suplicio, sin que llegara a anular su mística alegría y su envidiable paz interior.

La situación de aquellos primeros heterodoxos religiosos fue muy difícil, y no cabía mayor inseguridad para sus vidas, pero aun así demostraron un valor inquebrantable y una fe únicamente similar a la de los primeros mártires cristianos.

Los Derviches

Los derviches son determinados ascetas musulmanes o egipcios; que al igual que los Aissauas se sirven de unos muy peculiares procedimientos para desencadenar diversos estadios de conciencia. Han existido múltiples órdenes derviches –las primeras fueron formadas por los Almohades- y cada una emplea sus propios métodos, aunque todos ellos resultan similares. Algunas órdenes derviches han sido sufíes y sus miembros han alcanzado una sorprendente elevación espiritual.

Los derviches se reúnen en grupos para llevar a cabo sus danzas del éxtasis. Colocados en círculo, comienzan a bailar con un ritmo muy lento y mesurado, a la vez que en voz baja van pronunciando el nombre de Dios y frases de naturaleza místico-religiosa. Pasado un tiempo, el ritmo de la danza se va acelerando progresivamente y la voz de los danzantes va subiendo considerablemente de tono. El ritmo se hace febril y delirante; los giros se suceden con increíble movilidad; de los más profundo del ser, casi como en un rugido, sale el nombre de su dios. Finalmente los danzantes van cayendo exhaustos en el suelo; únicamente en compañía mística con su dios. Las danzas y los cantos son animados con la melodía sutil y esponjosa de las flautas. Todo ello colabora a crear un especial clima de adoración y misticismo.

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