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lunes, 29 de noviembre de 2010

Leyendas templarias: El maestre templario de Nostra Senyora dels Àngels y La Vera Cruz de Bagà.


Aunque ayer fueron las elecciones al “Parlament de Catalunya”; con el consiguiente cambio de rumbo que democráticamente elegimos la mayoría de catalanes, hoy no pensamos hablar de política. Pero en honor a la fiesta electoral de poder expresarse libremente, hoy queremos felicitarnos desde la encomienda de Barcelona compartiendo unas leyendas templarias catalanas.

Para ello hemos extraído del libro “Codex Templi”, unos textos escritos por el investigador histórico medieval, el valenciano, D. Santiago Soler Seguí.

Desde este humilde rincón, deseamos que su lectura la encontréis gratificante.

Convento de Nostra Senyora dels Àngels, Horta de Sant Joan (Tarragona)

El maestre templario de Nostra Senyora dels Àngels

Cuentan las viejas tradiciones populares que el antiguo santuario de Nostra Senyora del Àngels, situado en la bella villa de Horta de Sant Joan, fue construido por dos gigantes, Rotlá y Farragos, tras encontrar una imagen de la Mare de Déu dels Àngels. En el interior del magnífico santuario hay tres sarcófagos de piedra, los cuales muestran enigmáticos y misteriosos signos, como rosetones, “espantabrujas” o cruces célticas. Se dice que una de estas enigmáticas tumbas pertenece al santo maestre templario, frey Bertrán Aymerich (1177), el cual poseía maravillosos libros que mimaba y cuidaba con cariño. Debajo de las otras dos losas se hallan los restos de los dos gigantes constructores.

Tan importantes y determinantes eran aquellos libros que el mismo maestre decidió esconderlos en un arca que colocó en el fondo de una cripta, lejos de miradas extrañas.

Al parecer, aquellos libros contenían los secretos y misterios de los grandes constructores –conocimientos que se remontan a los orígenes de los tiempos, transmitidos por los mismísimos gigantes jentilak (gentiles) que levantaron el primer santuario-. Durante mucho tiempo, cuenta la leyenda, las madres de la comarca encendían una vela y pasaban alguna prenda de sus hijos por las tres tumbas, para que éstos crecieran fuertes y sanos como los gigantes, y, a la vez, fueran inteligentes y sabios como el viejo maestre.

Y también se asegura que el día de San Juan, si alguien de corazón puro raspa algunas limaduras de estos sarcófagos y se las toma antes de conciliar el sueño, disueltas en agua, se le aparecerá el fantasma del maestre Bertrán, el cual le concederá la sabiduría y el conocimiento para poder descifrar los misteriosos grabados de los sarcófagos y encontrar la cripta donde se encuentran los mágicos libros.

La Vera Cruz de Bagà

La siguiente leyenda tiene como escenario la población catalana de Bagà, en la baronía de Pinós, aunque, en realidad, la historia comienza muy lejos de allí, en las tierras moras de Almería. Se trata de un relato en el que, de nuevo, las sagradas reliquias obran prodigios: un prisionero templario, en trágicas circunstancias, logra el favor del Cielo.

Esta leyenda de don Galcerán de Pinós y la Vera Cruz de Bagà:

Corría el año 1147, cuando don Galcerán de Pinós, natural de Bagà, participaba valientemente en una expedición cristiana que pretendía la conquista de Almería. Después de mucho combatir, el templario cayó prisionero de los musulmanes. Al conocer su padre, el barón de Pinós, el triste destino de don Galcerán, rápidamente entró en negociaciones con el caudillo moro para fijar un precio por el rescate de su hijo. El musulmán exigió un pago excesivo: gran cantidad de dinero, joyas y cien doncellas cristianas para su harén.

Como pudo, el barón reunió el dinero, al tiempo que marchaba, desolado y compungido, hacia el puerto de Salou para embarcar rumbo a tierras sarracenas.

Pero en la prisión sarracena estaba a punto de ocurrir un hecho prodigioso: el caballero templario, cautivo en su celda, se encomendó a la Vera Cruz de Bagà y a San Esteban, en cuya iglesia se guardaba la sagrada reliquia, e imploró su libertad.

Y así fue como el mismísimo san Esteban se le apareció en su celda, reconfortándolo y consolándolo. En un santiamén, ambos esaparecieron como por ensalmo, ante el estupor de sus guardianes.

Al amanecer, en el puerto de Salou, el padre de don Galcerán estaba preparado para embarcar. De pronto, ante él, apareció su hijo, cargado de cadenas y dando gracias a san Esteban. Pero nadie pudo saber cómo se había obrado el milagro.

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