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viernes, 11 de marzo de 2011

Organización y gobierno de los Templarios: Iª parte


Desde la encomienda de Barcelona queremos proseguir con el encuentro histórico de la Orden del Temple. Mucho se ha especulado sobre los Templarios y sobre un halo de misterio que siempre los envuelve. Otros autores creaban otras tantas fábulas todavía más complejas que las anteriores; confundiendo (más si cabe) a los interesados en el Temple.

Para poner lucidez a este asunto, hemos seleccionado el siguiente texto de la historiadora y especialista en la Orden del Temple, Mrs. Helen Nicholson. En él nos habla de la organización y el gobierno que utilizaron los Templarios para regirse.

Desde esta vuestra humilde Casa, deseamos que su contenido os sea de interés.

La organización de la Orden del Temple siguió una línea muy similar a la del Hospital de San Juan y a la Orden Teutónica. Al igual que estas órdenes, estaba gobernada por un maestre que la dirigía desde el cuartel general en Oriente junto con varios grandes oficiales encargados de distintos temas específicos de la administración, que a su vez estaban asistidos por otros oficiales subordinados. Las tierras que poseía la orden en Europa estaban divididas en provincias, de cuyo gobierno se encargaba un comendador provincial que a su vez también disponía de unos oficiales subordinados responsables de la dirección de las distintas casas. Los oficiales de la orden en Oriente se mantenían en contacto con los hermanos de Occidente por medio de un sistema de capítulos generales. Pero como la Orden del Temple apenas estuvo en vigor durante dos siglos, su organización y gobierno nunca llegó a ser tan sofisticado como los de las otras dos órdenes militares de carácter supranacional.

Por ejemplo, a mediados del siglo XIV los hermanos del convento central del Hospital de San Juan fueron divididos con fines administrativos en “lenguas” –divisiones lingüísticas-, de las que se elegían a los grandes oficiales de la orden. Esa misma diferencia lingüística también se produjo entre los templarios, aunque las “lenguas” nunca pasaron a ser divisiones oficiales de la orden. En el siglo XIV, el Hospital de San Juan desarrolló una costumbre en virtud de la cual ningún hermano que no fuera caballero podía ocupar un cargo superior en la orden. Al parecer, esta costumbre también fue una práctica habitual en la Orden del Temple, pero existen muchas dudas acerca de ella porque no se ha conservado ninguna acta de sus capítulos generales. Es probable que todos esos documentos se guardaran en la casa madre y se perdieran con el resto del archivo central de los templarios; en cualquier caso, la Orden del Temple fue disuelta antes de que empezara la clasificación y conservación sistemática de ese tipo de documentación.

La elección del maestre de la Orden del Temple era de por vida. Se llevaba a cabo en una asamblea en la que se reunían los oficiales de la orden en Oriente y todo el convento, esto es, los hermanos que vivían en el cuartel general de la orden, cuya sede fue Jerusalén hasta 1187, Acre entre 1191 y 1291 y Chipre a partir de 1291. No se sabe con seguridad si “el convento” era únicamente los hermanos que combatían o si también incluía a los miembros que no hacían uso de armas (los criados y los clérigos).

Los estatutos jerárquicos, redactados antes de 1186, establecían el procedimiento de la elección del maestre. La fecha era fijada por un oficial llamado “el gran comendador”, que habría hecho las consultas pertinentes con el mariscal, los comendadores de las regiones de Jerusalén, Antioquía y Trípoli y otros oficiales. Se desprende de los estatutos que era más importante realizar una elección acertada que una elección rápida. Todos los hermanos de Occidente que no podían asistir a la elección debían ayunar y rezar para que Dios iluminara a los electores; también pedían a las demás órdenes religiosas que elevaran sus plegarias en ese sentido. En la asamblea en la que se llevaba a cabo la elección se nombraba a trece electores –ocho hermanos caballeros, cuatro hermanos sargentos y un hermano capellán- mediante un complejo procedimiento cuya finalidad era garantizar la máxima intervención divina en el proceso electoral. Esos trece electores representaban a Cristo (en la figura del hermano capellán) y sus doce discípulos. Debían proceder de distintos países, aunque nunca se estableciera una división específica de naciones. La elección se llevaba a cabo por mayoría, y era preferible que el nombramiento recayera en un hermano que ya se encontrara en Oriente, en vez de en uno que estuviese en Occidente. Aunque el maestre era elegido de por vida, unos cuantos acabaron dimitiendo de su cargo: Evrard des Barres dimitió y posteriormente ingresó en la Orden del Císter, mientras que Felipe de Milly se reincorporó a la vida secular después de presentar su dimisión.

El maestre era el máximo responsable de la orden, acaudillaba a los hermanos en el campo de batalla cuando estaba presente y era el representante de la orden ante el mundo. Además, era el líder espiritual que Dios había designado para la orden. La Orden del Temple no experimentó las continuas disputas acerca de la constitución de la orden y el papel y la autoridad del maestre que caracterizaron al Hospital de San Juan, bien fuera porque el maestre de los templarios siempre seguía los consejos de sus grandes oficiales y gobernaba según lo establecido, como debe hacer todo líder, bien porque los templarios solían preferir a un maestre que dirigiera la institución desde el frente, como corresponde a un comandante militar.

Los oficiales de las órdenes militares tenían su propio sello para validar los documentos aprobados por la orden. El gran sello del maestre del Temple tenía dos caras; en una aparecía la cúpula circular de la iglesia del Santo Sepulcro, y en la otra, el símbolo propio de la orden: dos caballeros a lomos de un mismo caballo. También había otro sello más pequeño, con una sola cara, que representaba la cúpula circular del Santo Sepulcro. No se trata de la cúpula de la Roca, que es octogonal, ni de la mezquita de al-Aqsa, que es de base rectangular. Las imágenes del sello recordaban a todos los que lo vieran que los templarios defendían el Santo Sepulcro y eran los humildes caballeros de Cristo.

El maestre no gobernaba la orden solo. Los estatutos jerárquicos hablan de los capítulos generales que se celebraban en el cuartel general de la orden o en una de sus casas principales en Oriente, aunque también podían convocarse en Occidente. Los capítulos generales eran las reuniones que mantenían el maestre, el convento central y los principales oficiales de la orden en Europa. Eran como las cortes que celebraban los príncipes seculares, en las que se hablaba de los asuntos económicos y comerciales y se dirimían las causas legales. En ellos, además de elegirse a los principales oficiales de la orden, de fallarse los casos de disciplina y de tratarse cualquier otra cuestión planteada por el maestre, el convento o los capítulos provinciales, también se decidía qué hermanos dejaban de ser aptos para el servicio activo en Oriente y debían ser “retirados” a Europa occidental. La única documentación existente relativa a las decisiones tomadas en esas reuniones son las referencias que se hacen de ellas en la colección de retrais, o resoluciones legales, anexa a la Regla de la orden. También encontramos algunas referencias a los capítulos generales en las actas del proceso de 1307-1312.

No sabemos con seguridad con qué frecuencia se reunían los capítulos generales. Las demás órdenes religiosas que también los celebraban tenían distintas regulaciones en ese sentido: en el caso del Cister eran anuales, y en el caso del Hospital de San Juan su frecuencia era menor. No se ha conservado ninguna normativa relacionada con el procedimiento que debía seguirse en la celebración de los capítulos generales. A juzgar por lo que establece la Regla en materia de capítulos semanales ordinarios y por la práctica de la Orden del Hospital, probablemente comenzaran y concluyeran con una seri de plegarias pronunciadas por el capellán y presididas por el maestre. Los oficiales provinciales entregarían el símbolo de su cargo (el sello) y presentarían sus cuentas. Este informe sería verbal (auditum), esto es, escuchado por todos los presentes (o lo que es lo mismo, sus cuentas serían “auditadas”). También se dictaban regulaciones de carácter general. […]

[…] A mediados del siglo XII, los grandes oficiales en Oriente eran, por orden de importancia: el senescal (dapifer en latín), el mariscal –el comandante militar, el pañero-, encargado del vestuario y del equipamiento de as casas, y el comendador de la provincia de Jerusalén, que también hacía las veces de tesorero. A finales del siglo XII, el cargo de senescal fue suprimido, y el gran comendador asumió algunas de sus funciones. Todo esto suele llevar a confusión, porque en la orden también había el cargo de otro “gran comendador”: el que era nombrado a la muerte de un maestre para gobernar la orden durante la vacante de poder, encargado también de organizar la elección del nuevo maestre. La tendencia de la orden a llamar “comendador” (en latín, preceptor) a cualquier oficial complica la labor de los historiadores cuando intentan averiguar las estructuras de mando de la orden (fin de la primera parte).

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