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lunes, 28 de marzo de 2011

Organización y gobierno de los Templarios: IVª parte


Después del duelo hacia la memoria de mi querido padre, volvemos a la rutina de esta vuestra casa para poner en orden algunos de los aspectos que más interés ha suscitado al público admirador del Temple.

En esta cuarta y última parte dedicada a la organización y el gobierno de los Templarios, la historiadora y especialista en la Orden del Temple, Mrs. Helen Nicholson, nos habla de aquellas personas que sin ser propiamente “caballeros”, tuvieron el reconocimiento tanto moral como legal de formar parte del Temple.

La autora anglosajona, en su libro “The Knights Templar”, nos ilustra positivamente sobre estos hechos.

Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que su contenido sea de vuestro interés.

En uno de sus sermones, Jacques de Vitry, obispo de Acre, señala algunos de los problemas que se suscitaban cuando unos hermanos de origen humilde conocían la prosperidad relativa de la Orden del Temple. Cuenta que tuvo noticia de un hermano que, en toda su vida en el mundo exterior, nunca había recostado la cabeza en un cojín, y que cuando ingresó en la orden se acostumbró tanto a dormir con el cojín que, una noche en la que se lo quitaron porque tenían que lavar la funda, no dejó descansar a nadie en el convento con sus constantes quejas y lamentos. Otros hermanos que habían pasado miseria y necesidades se volvieron tan orgullosos cuando ingresaron en la orden y les fue asignada alguna tarea menor, que empezaron a faltar el respeto a los caballeros seculares.

Pero también hubo casos a la inversa: hermanos de una condición social superior que mostraban menosprecio por los de origen más humilde, y los que, aprovechándose de su poder, trataban mal a los que carecían de él. Jacques pedía a sus feligreses que no despreciaran a los hermanos por ser hijos de padres humildes. En noviembre de 1309, el hermano Ponzard de Gizy, comendador de Payns (Aube), en Francia, alegó, como parte de sus acusaciones contra la orden, que los hermanos menores sufrían las represalias de los oficiales. Todas estas actitudes reflejan los conflictos que se vivían en la sociedad de la que procedían los hermanos.

Cuando la orden fue fundada, sus escuderos y criados no podían formar parte de ella. Esta política no tardó en cambiar, y el personal auxiliar fue admitido como miembro de pleno derecho. También se podía ingresar en la orden por un período limitado de tiempo, como hizo el conde Foulques V de Anjou o Ramón Berenguer IV.

Los hermanos sargentos o hermanos sirvientes podían actuar como guerreros o prestar sus servicios sin tomar las armas. Aunque la Regla restringía su acceso a los altos cargos, muchos ejercieron de comendadores y ocuparon puestos subalternos. El grueso de los hermanos lo integraban los sargentos. La Regla establecía que los sargentos y los miembros asociados debían llevar la capa negra (el color tradicional de los hábitos monásticos, símbolo del pecado del hombre), mientras que la blanca (símbolo de pureza) estaba reservada al uso exclusivo de los hermanos caballeros. Si esta norma se puso en práctica, no es de extrañar que la gente de la época soliera confundir las capas negras de los hospitalarios con las también negras de los sargentos del Temple, y no consiguiera distinguir una orden de otra. Los sargentos que no tomaban las armas eran fundamentales para el funcionamiento de la orden, pues mientras que los guerreros eran enviados a Tierra Santa, donde su presencia era siempre necesaria, los sirvientes, como, por ejemplo, los pastores, se quedaban en la patria, en la casa en la que habían entrado originalmente. Se suponía que no tenían que asistir a las reuniones del capítulo provincial, y si estaban al frente de una camera que no disponía de capilla y que estaba ocupada por menos de cuatro hermanos, probablemente tampoco asistieran a ninguna reunión dominical del capítulo. La vida de esos hermanos apenas se diferenciaba de la que llevaban los labriegos de su vecindad.

La Regla de la orden prohibía la admisión de hermanas. Esta restricción tenía sentido en una orden militar, pues la presencia de mujeres en un ejército habría distraído a los hombres y alterado la disciplina. Pero en Occidente, lejos de los frentes de guerra, las consideraciones militares perdían su importancia. la razón que da la Regla cuando establece su exclusión de la orden es que las mujeres pueden desviar a los hermanos de su camino espiritual. Otros órdenes religiosas del siglo XII también tenían esa norma por la misma razón, como por ejemplo la del Císter. […]

[…] Sin embargo, en la práctica tanto cistercienses como premonstratenses siguieron admitiendo mujeres con regularidad, mientras que los caballeros teutónicos aceptaban su ingreso como hermanas de pleno derecho, y sus casas a veces estaban adosadas a las de los hermanos varones. De hecho, las órdenes religiosas se veían prácticamente obligadas a aceptar el ingreso de mujeres porque con ellas llegaba dinero, influencia y otro valioso regalo: el favor y el apoyo de familias. Una orden que se negaba a aceptar a la mujer perdía mucho más de lo que ganaba, y ninguna orden religiosa habría estado dispuesta a negar el ingreso a mujeres piadosas que podían mejorar la espiritualidad de su comunidad.

Los templarios tuvieron al menos un convento de monjas. En 1272 el obispo Everardo de Worms cedió a la Orden del Temple la titularidad del convento de Mühlen, y la responsabilidad de su administración y del cuidado de las hermanas que lo habitaban. […]

[…] Cabe destacar que muchas de las mujeres que aparecen documentadas como hermanas o asociadas de la Orden del Temple estaban en casas de Cataluña. Probablemente este hecho se deba a que ha llegado a nuestras manos muchísima documentación de esa región, y los especialistas la han podido estudiar con detalle; pero en el caso de Inglaterra ha sucedido lo mismo, y en cambio sólo se tiene conocimiento de una asociada de la orden y no hay constancia de hermanas de pleno derecho. Por su parte, en Alemania, donde la documentación de los templarios es escasa, se sabe de un convento de monjas y de una hermana que fueron miembros de la orden. Las mujeres tenían en la península Ibérica unos derechos de propiedad más amplios que en el resto de Europa occidental, por lo cual estaban mejor situadas para fundar conventos y podían disponer de sus propiedades si decidían ingresas en una orden religiosa; del mismo modo, en buena parte de Alemania, la mujer podían heredar propiedades y utilizarlas como quisiera. Esta posibilidad hizo que las órdenes religiosas en esas regiones las consideraran un objetivo importante al que no debían ignorar. En Inglaterra en cambio, las mujeres casadas no tenían ningún control sobre sus propios bienes, por lo que no fueran tan bien recibidas. […]

[…] Todos los individuos citados anteriormente fueron, en menor o mayor grado, miembros del Temple, siendo admitidos en la orden en el transcurso de una ceremonia especial. Aunque la Regla de los templarios establecía que los candidatos debían pasar un período de preparación –el noviciado- antes de ser admitidos en la orden como miembros de pleno derecho, lo cierto es que se renunció a esta práctica porque la orden necesitaba reclutar rápidamente personal militar para cubrir sus bajas en Oriente. Lo mismo ocurrió en otras órdenes militares. […]

[…] En las encomiendas había también personas que no pertenecían a la orden. Podían ser hombres y mujeres religiosos que no eran miembros de la orden, como, por ejemplo, ermitaños o anacoretas, que vivían una vida de santidad en celdas independientes, aislados del mundo. Ese tipo de personas solían estar vinculados con alguna casa religiosa. También había criados y criadas. La Regla del Temple prohibía el empleo de mujeres, pero la documentación existente indica que algunas encomiendas contrataron a ordeñadoras, aunque probablemente nunca llegara a poner un pie en la casa propiamente dicha. En una propiedad de los templarios en Rockley, en Wiltshire (Inglaterra), fue empleada una de esas mujeres, pero fue deber de los arrendatarios contratarla. En 1307 había tres ordeñadoras trabajando en la lechería de la casa de la Orden del Temple en Baugy, Francia. Otro trabajo que rutinariamente llevaban a cabo las mujeres en la Edad Media era lavar la ropa, y las casas religiosas solían emplearlas para este cometido.

Un último grupo de personas que podían estar viviendo en una encomienda del Temple era el formado por gentes que recibían una pensión de la orden, bien porque eran viejos criados de la orden, demasiado ancianos ya para trabajar, o bien porque habían hecho una donación a la orden a cambio de su sustento cuando llegaran a la vejez: esta ayuda venía en forma de alimentos, ropa y dinero, y recibía el nombre de conroi o corroi. Hombres, mujeres y parejas casadas podían beneficiarse de esas dotaciones. Las personas que las recibían rara vez aparecen citadas en los informes rutinarios de los templarios, pero sí lo hacen en la documentación relacionada con el proceso y disolución de la orden. Tuvieron derecho a recibirlas incluso durante el tiempo que duró el proceso de investigación de la orden, y cuando las propiedades de los templarios pasaron a manos del Hospital de San Juan en 1312, los hospitalarios tuvieron que asumir esa obligación. Algunos de esos individuos vivían en las casas de la orden, mientras que los otros lo hacían en su propio domicilio, pero siempre con la ayuda de la orden.

Esas personas podían ser partidarios entusiastas de la orden, y hacer suculentas donaciones. En la década de 1320, el fraile franciscano Nicolás Bozon escribió un relato acerca de un pensionado templario, un clérigo de parroquia que había sido procurator del Temple en Bow, Londres. Este personaje tenía derecho a recibir de la orden alimentos, un criado, un caballo, ropas y una pensión anual, pero en vez de gastar ese dinero en él, lo guardaba y, cuando podía subir hasta Londres, lo entregaba a los templarios. Falleció en la pobreza, pero a su muerte encontraron unas ocho mil libras escondidas en su casa, cantidad que tenía la intención de entregar a la orden en su próxima visita a Londres. Nicolás Bozon cuenta esta historia como un ejemplo de avaricia, pero también ilustra la dedicación con que los admiradores del Temple ayudaban a la orden.

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