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martes, 5 de abril de 2011

Ricardo Corazón de León: IIª parte


Desde la encomienda de Barcelona, seguimos con el apartado dedicado a Ricardo Corazón de León. Para ello hemos seleccionado nuevamente un texto del novelista Piers Paul Read de su libro “The Templars”.

En este nuevo capítulo, su autor recalca a la figura legendaria del emperador Federico, más conocido popularmente como “Barbarroja”.

Desde Temple Barcelona deseamos que su lectura os guste.

Un conjunto de príncipes menores siguió el ejemplo de Ricardo de Inglaterra y Felipe Augusto de Francia y, anticipándose a los dos monarcas, se unió al ejército cristiano que, mientras, sitiaba Acre. Muchos de ellos eran descendientes de los primeros cruzados, o parientes de los nobles de de Outremer: Enrique, conde de Champagne, nieto de Leonor de Aquitania y por lo tanto sobrino de los reyes de Inglaterra y Francia; Teobaldo, conde de Blois, y Ralph, conde de Clermont; los condes de Bar, Brienne, Fontigny y Dreux; Esteban de Sancerre y Alan de Saint-Veléry. Había también germanos como Luis, margrave de Turingia; poderosas flotas de Génova y Pisa; italianos de Ravena, comandados por su arzobispo Gerardo; los arzobispos de Messina y Pisa, y Balduino de Canterbury con 3.000 galeses; los obispos de Besançon, Blois y Toul; el archidiácono de Colchester, que murió más tarde durante una salida contra el campamento de Saladino; caballeros de Flandes, Hungría y Dinamarca; y un contingente de Londres que, como su predecesor en la segunda Cruzada, se detuvo en route para ayudar al rey portugués Sancho a tomar la fortaleza de Silves, en poder de los moros.

En Germania, en abril de 1189, el sacro emperador romano en persona tomó la cruz; Federico I de Hohenstaufen, conocido como Barbarroja, elegido rey de Germania en 1152 y coronado emperador por el papa Adriano IV en 1155. Su padre había sido el duque de Suabia, y su madre, la hija del duque de Bavaria. De joven había acompañado a su tío Conrado en la calamitosa segunda Cruzada. Su reinado había estado marcado por una interminable lucha de intereses entre el emperador, el Papa, el rey de Sicilia, el emperador bizantino y –un nuevo factor de la ecuación- las poderosas ciudades lombardas controladas por Milán.

Con sesenta y seis años cuando acaecieron estos hechos, Federico era una figura heroica, dueña de un gran magnetismo. La crítica situación de Tierra Santa no sólo inspiró la determinación personal de tomar la espada una vez más para combatir al infiel, sino que le exigió, como líder laico de la cristiandad, una respuesta vigorosa. Hasta allí, los germanos habían tenido un papel secundario en las cruzadas, y eran pocos los que se habían asentado en Outremer. No obstante, Conrado de Montferrat era pariente de Barbarroja, y su valiente defensa de Tiro había impresionado al emperador. Federico envió entonces un emisario ante Saladino, exigiéndole el retorno de Palestina al dominio cristiano. Saladino, en respuesta, no pasaría de ofrecerle la liberación de todos los prisioneros cristianos y devolver las abadías cristianas a sus monjes.

Para Barbarroja aquello no era suficiente. En mayo de 1189, partió de Regensburg con “el ejército personal más grande que jamás haya ido a una cruzada”. Federico había hecho arreglos de antemano para el paso de sus huestes con los soberanos por cuyos territorios marcharían. Atravesaron Hungría si incidentes, pero tropezaron con problemas al adentrarse en el Imperio bizantino.

Las relaciones entre los cristianos griegos y sus correligionarios latinos se había deteriorado a causa de los hechos ocurridos cinco años antes en Constantinopla, cuando el odio popular hacia la emperatriz latina, María de Antioquía, regente de su hijo, el joven emperador Alejo, condujo a un pogrom de los residentes latinos a manos de la población griega. Unos ochenta mil latinos vivían en la ciudad: hombres, mujeres y niños, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, todos fueron atacados y muchos asesinados, sus casas e iglesias destruidas. Tal era el odio griego hacia los latinos que cuando Saladino capturó Jerusalén, el emperador bizantino, Isaac Angelo, envió a un emisario para felicitarlo.

No obstante, el ejército de Federico Barbarroja era demasiado fuerte para oponerle resistencia, y en la primavera cruzó el Bósforo sin inconvenientes, entrando en territorio controlado por los turcos selyúcidas. Como con los ejércitos del emperador Conrado y del rey francés Luis VII cuarenta años antes, la no cooperación griega, la rudeza del clima y la aridez de la tierra por donde avanzaban provocó importantes pérdidas por hambre y sed entre las fuerzas de Federico. El 18 de mayo de 1190, los cruzados germanos se toparon con el ejército del yerno de Saladino, Malik Shah. Se entabló la batalla. Los turcos fueron contundentemente derrocados y eliminados al paso de los cruzados. Ya sin obstáculos, las fuerzas de Barbarroja descendieron por los montes Taurus hasta la planicie de Seleucia. Mientras cruzaban el río Cydnus, el emperador Federico cayó al agua y se ahogó, impedido de reaccionar por el peso de la armadura.

Sin su personalidad dominante, el ejército que él había reunido se desmembró. Su hijo, el duque Federico de Suabia, continuó hacia Antioquía llevando el cuerpo de su padre, pero muchos otros se dirigieron a los puertos de Cilicia y Siria y regresaron a casa. El cadáver descompuesto de Barbarroja fue enterrado en la catedral de San Pedro, en Antioquía: algunos de sus huesos acompañaron en un sarcófago a los cruzados germanos, con la esperanza de que pudieran llegar a la iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén, pero fueron enterrados finalmente en la catedral de Tiro.

En Palestina, al menguado ejército de Barbarroja se incorporaron contingentes que habían arribado por mar a las órdenes de Luis de Turingia y Leopoldo de Austria. Para atender a los enfermos y heridos, un grupo de cruzados de Lübeck y Bremen fundaron en Jerusalén un hospital bajo el patronazgo de Santa María de los Germanos, el cual, como el hospital de San Juan, formó una orden de caballeros que adoptó la regla de los Templarios y tomó el mismo hábito blanco, pero marcado con una cruz negra en lugar de roja. En 1196, la congregación fue aprobada por el papa Celestino III omo la Orden de los Caballeros Teutónicos.

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