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miércoles, 4 de mayo de 2011

Conociendo a Jesucristo: los exorcismos


Desde la encomienda de Barcelona retomamos el apartado dedicado a comprender mejor la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Gracias a las sencillas explicaciones del teólogo J.R. Porter en su libro “Jesus Christ”, esta vez nos muestra la importancia que también tuvieron los exorcismos en la vida pública del ministerio de Jesús.

Desde Temple Barcelona, esperamos disfrutéis de su lectura.

Representación pictórica del exorcismo de Jesús en Gerasa.

La creencia en la ubicua presencia y malévola actividad de los espíritus demoníacos –conocidos también como demonios, diablos o espíritus sucios- era prácticamente universal en el mundo antiguo, y existen numerosas referencias a ellos en los evangelios. Muchas desgracias naturales y humanas (incluidas las enfermedades y los accidentes) se atribuían a posesiones demoníacas. En los evangelios sinópticos, los espíritus demoníacos se asocian básicamente con un tipo específico de aflicción que se acompaña de violentos síntomas físicos, descritos en tres vívidas narraciones.

En la sinagoga de Cafarnaún, un espíritu demoníaco produjo convulsiones en un hombre (Mc 1, 26). En otra ocasión (Mc 9, 17-27 y paralelos) un muchacho cayó al suelo de forma similar, echando espuma, rechinando los dientes y poniéndose rígido, síntomas que en la actualidad se diagnosticarían como una crisis epiléptica. Se dice que el muchacho había sido empujado en varias ocasiones por el espíritu a intentar suicidarse. El más dramático de los relatos es el del gadareno endemoniado, que vivía desnudo en un cementerio y andaba por los montes, dando voces e hiriéndose a sí mismo. Poseía tal fuerza sobrenatural que ni las cadenas ni los grillos podían sujetarse (Mc 5, 1-13; Lc 8, 27-33; compárese Mt 8, 28-33).

Contrariamente a otros sanadores, Jesús no hacía uso de técnicas mágicas, sino que expulsaba los demonios simplemente con palabras poderosas. “¡Salid!”. No era necesario el contacto físico con el endemoniado: en efecto, en el caso de la hija de la mujer siro-fenicia (Mc 7, 25-30), Jesús ni tan siquiera vio nunca a la afectada. La razón de que sus métodos fueran diferentes, según los evangelios, era que Jesús tenía una comprensión especial de su actividad como exorcista: él veía a los demonios no sólo como espíritus aislados y ocasionales, sino como agentes del fuerte poder del diablo en el mundo. Éstos trabajan bajo las órdenes de su jefe, el cual es conocido bajo distintos nombres y títulos, incluido el de demonio o Satanás. La expulsión de los demonios ya era en sí misma un signo profético para aquellos que eran capaces de comprender que el poder del mal estaba perdiendo su dominio del mundo –que el nuevo reino de Dios estaba empezando, anunciado e inaugurado por la misión de Jesús.

Aunque la mayoría de los judíos, excepto los seguidores de Jesús, no reconocieron estos signos, algunos de los demonios expulsados por Jesús sí lo hicieron. Oralmente le reconocieron como el Santo o el Hijo de Dios, y se sintieron aterrorizados por su poder sobre ellos. En el caso de la legión de espíritus que habían poseído al endemoniado de Gerasene, imploraron a Jesús que no les hiciera volver al “abismo”, lo que sugiere que el escritor del evangelio equiparaba a los demonios con los ángeles caídos enviados a ese lugar. La respuesta de Jesús dibuja a los demonios como unas figuras despreciables que en realidad carecen de poder. No los envía al abismo cósmico sino –y la narración no carece de un toque de humor- a una piara de cerdos, los cuales, enloquecidos por la invasión, corren directamente hacia su propia destrucción.

Los exorcistas en tiempo de Jesús

Los conocimientos médicos limitados en tiempos de Jesús n permitían comprender gran cosas de las enfermedades mentales graves: el diagnóstico habitual era el de “posesión demoníaca”. A lo largo de los tiempos se desarrolló una clase de exorcistas, a los que la gente se dirigía para expulsar los malos espíritus y restituir la paz mental del paciente. Las técnicas que utilizaban se basaban principalmente en la magia. El éxito del exorcista (o como mínimo su reputación) dependía de la realización correcta de elaborados rituales que incluían encantamientos y hechizos y la utilización de varias sustancias de las que se creía que poseían propiedades sobrenaturales.

Para aquellos que no le conocían, Jesús podría haberse parecido a otros muchos curanderos y exorcistas palestinos. En una determinada etapa sus opositores le acusaron de no ser más que un mago y, más aún, uno cuyo poder emanaba del príncipe de los demonios, Belcebú. Pero el objetivo de este tipo de acusaciones no era negar el éxito de sus exorcismos, sino atribuirlos a la brujería. Diferente, como indudablemente era Jesús, es posible encontrar paralelismos entre sus exorcismos y los de los exorcistas judíos y paganos. Marcos (9, 38) y Lucas (9, 49) relatan que un hombre se paseaba expulsando demonios en nombre de Jesús, es decir, como mínimo un exorcista se dio cuenta de que el nombre de Jesús podía usarse eficazmente en los conjuros mágicos.

El propio Jesús reconoció la existencia de otros exorcistas renombrados, incluidos, según Mateo 12, 27, algunos de los fariseos, los cuales, al igual que muchos otros maestros religiosos judíos, habrían mostrado un gran interés por el exorcismo. El proceso del exorcismo requería que el exorcista ejerciera una evidente autoridad sobre los espíritus malignos para poder expulsarlos, y se asumía que un maestro tenía esa autoridad.

Para los evangelios sinópticos, la autoridad de Jesús sobre los demonios está estrechamente asociada a su autoridad como maestro, dado que sus sanaciones y exorcismos confirmaban la verdad y el poder de sus prédicas. Para envidia de sus opositores, Jesús poseía autoridad sobre los demonios porque era reconocido por la gente como un profeta carismático, el cual –como los profetas de las Escrituras hebreas- estaba directamente inspirado por el espíritu de Dios.

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