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jueves, 26 de mayo de 2011

El Temple al servicio de la Corona: IIª parte


Desde la encomienda de Barcelona, con el siguiente texto de la historiadora y especialista en la Orden del Temple, Helen Nicholson, que hemos extraído de su libro “The Knights Templar” damos por concluido el apartado dedicado a la fidelidad que tuvieron los templarios con la nobleza real cristiana.

Desde Temple Barcelona os sugerimos que hojeéis con atención su contenido.

Además de a los papas, los templarios prestaron regularmente servicio como mensajeros a reyes y a nobles. Como los frailes del siglo XIII y de época posterior, los miembros de las órdenes militares podían ser empleados convenientemente para llevar a cabo misiones secretas porque eran muy discretos. En los caminos siempre había templarios y hospitalarios que predicaban y recogían limosnas de los fieles, y como formaban parte de una orden religiosa parecía poco probable que fueran mensajeros a los que el enemigo podía detener y registrar o incluso encarcelar. En 1170 uno de los corresponsales del arzobispo Thomas Becket advirtió al prelado de que los templarios que le habían traído noticias no eran unos simples y leales religiosos, sino que eran en realidad agentes de su enemigo, el rey Enrique II de Inglaterra.

Los miembros de las órdenes militares también dieron asesoramiento a papas, reyes y príncipes. Los templarios tuvieron permanentemente representantes en la corte papal a partir de la década de 1230, mientras que en Inglaterra los reyes incluyeron en su presupuesto desde el siglo XII los gastos de mantenimiento de un caballero de la orden en la corte, con caballos y criados. Los consejos de las órdenes serían particularmente valiosos en las guerras santas, de modo que encontramos a miembros de las órdenes militares como asesores de estrategia de guerra al servicio de los reyes de Jerusalén, Portugal y Aragón. Los hermanos también dieron asesoramiento en la cuarta cruzada que, aunque no llegó a Tierra Santa, conquistó Constantinopla. En junio de 1205, tras ser coronado como segundo emperador latino a la muerte de su hermano Balduino de Flandes, el nuevo soberano, Enrique, describió al papa Inocencio III (1198-1216) contándole que los templarios y los hospitalarios de su consejo coincidían en que la conquista de Constantinopla por los cristianos latinos supondría la unidad del mundo cristiano y contribuiría al éxito de la guerra contra los musulmanes en Tierra Santa.

Pero los miembros de la orden también daban consejos relacionados con cuestiones seculares. El rey Enrique II confió en el asesoramiento de los templarios durante la disputa que mantuvo con Thomas Becket, arzobispo de Canterbury. El rey Juan de Inglaterra (1199-1216) hizo constar en su testamento que el maestre de la Orden del Temple en Inglaterra, el hermano Aimery de Saint Maur, había sido uno de aquellos hombres en cuyos consejos confió, además de seguirlos: un elogio digno de tener en cuenta si consideramos los numerosos recelos que suscitó este famoso monarca llamado Juan Sin Tierra. El rey Luis IX hizo un gran uso de los preceptores y los comendadores de la orden en Francia, y tanto deseaba contar con los servicios del hermano Amaury de la Roche, que reclutó las tropas de ayuda para el papa Urbano IV con el fin de forzar a la orden en Oriente a que trasladara a Amaury a su corte. Al principio la orden se negó, y sólo se avino a hacerlo después de que el papa lo pidiera con insistencia. Urbano IV dijo que Luis quería que la encomienda de Francia estuviera bajo la dirección de un hombre en cuya sincera lealtad y rectitud pudiera confiar, y que el rey creía que el hermano Amaury destacaba, además de por sus sabios consejos, por su prudencia innata. Y lo más importante, era un viejo amigo suyo. En 1266 el papa Clemente IV trasladó al hermano Amaury: él y Felipe de Eglis, caballero del Hospital, fueron puestos a disposición del hermano de Luis, Carlos de Anjou, soberano de Nápoles y Sicilia, que solicitó los servicios de estos dos hermanos para gobernar las casas de sus respectivas órdenes en este reino. Carlos pretendía también que lo ayudaran en la guerra que mantenía contra los partidarios de los descendientes de Federico II de Hohenstaufen. Al año siguiente el papa autorizó al hermano Felipe a empuñar las armas contra los enemigos de Carlos, aunque no está claro si también los templarios fueron instados a hacer lo mismo. El hermano Felipe y sus compañeros del Hospital sí lo hicieron, y en consecuencia las propiedades de esta orden en Sicilia sufrieron cuantiosas pérdidas, pero como las de los templarios no se vieron perjudicadas, cabe deducir que el hermano Amaury consiguió mantenerse al margen de la guerra.

El hermano Amaury vuelve a aparecer durante la segunda cruzada de Luis IX a Túnez, en la que tomó parte junto con el hermano Felipe de Eglis. En ella ejerció de comandante, y fue el encargado de abrir las zanjas que rodeaban el campamento cristiano y de inspeccionar a los que protegían a los cavadores. También participó en diversas acciones militares y fue uno de los integrantes del consejo del rey. Advirtió al rey de que el ejército cristiano necesitaba disponer de más tropas antes de empezar el asalto a la ciudad de Túnez y que el monarca debía esperar la llegada de su hermano, el rey Carlos de Nápoles. Al final Carlos llegó cuando Luis se encontraba ya en su lecho de muerte.

Los servicios que prestaron los templarios en Irlanda al rey de Inglaterra ilustran a la perfección la utilidad de la orden en una región donde el monarca disponía de muy pocos administradores dignos de confianza. Templarios y hospitalarios llegaron a Irlanda en la segunda mitad del siglo XII, junto con los colonizadores e invasores anglonormandos, galeses, escoceses y franceses. Recibieron diversas donaciones de propiedades y fundaron una serie de encomiendas. Las órdenes militares aparecen por primera vez en los documentos administrativos de la Corona para Irlanda en septiembre de 1220, año en que el gobierno de Enrique III ordenó al funcionario real de justicia (virrey) de esta isla que depositara el importe de una recaudación en concepto de “ayuda” (una exacción real) con los templarios y los hospitalarios. Las dos órdenes debían hacerlo llegar luego hasta Inglaterra, y se las hacía responsables de ese envío. Este cometido de guardar y velar por sumas de dinero en efectivo fue una de las tareas encomendadas con regularidad a las órdenes militares en Inglaterra.

En 1234 el papel desempeñado por la Orden del Temple incluía otras responsabilidades. Ese año dos templarios actuaron como intermediarios entre los funcionarios del rey en Irlanda y Ricardo Marshal, líder de una rebelión. Convencieron a este último de que asistiera a una reunión, pero las negociaciones se rompieron, y el intento pacificador acabó en una batalla en la que Ricardo fue fatalmente herido. Los templarios fracasaron como negociadores, pero demostraron ser unos leales servidores de la Corona, merecedores de toda confianza. Aquel mismo año Enrique III ordenó al arzobispo de Dublín, al funcionario real de justicia de Irlanda (Maurice Fitz Gerald) y al maestre de los caballeros templarios en la isla que todos los años, después de que el tesorero y los barones del erario hubieran auditado las cuentas de Irlanda, fueran al erario, revisaran las cuentas y enviaran una copia al rey. Encargarse del dinero de la Corona y actuar como negociadores o embajadores de los monarcas fueron tareas habituales de los templarios, y durante la década de 1230 estos caballeros gozaron del favor de Enrique III, tal vez debido a la influencia que ejercía el hermano Godofredo el Templario –limosnero real, consejero y oficial- sobre el rey. En 1236, sin embargo, el maestre del Temple en Irlanda, el hermano Ralph de Southwark, abandonó la orden; Enrique III escribió al funcionario real de justicia de Irlanda, ordenándole que detuviera al desertor si éste aparecía por la isla, y que recibiera al hermano Roger le Waleis (el Galés) como nuevo maestre de la orden.

El hermano Roger Waleis aparece en 1241 y 1242, con el arzobispo y el archidiácono (que era el tesorero real) de Dublín y Walerand de Gales, auditando las cuentas del funcionario real de justicia, Maurice Fitz Gerald, y en Junio de 1243, 1244 y 1250 como uno de los encargados de supervisar las cuentas del tesorero. A partir de entonces sólo lo encontramos esporádicamente controlando las cuentas del tesorero y del funcionario real de justicia en Irlanda: en 1253, 1270, 1278, 1280 y 1281. En 1301 los templarios participarían en la recaudación de “los nuevos impuestos arancelarios de Waterford”.

Es evidente que los templarios eran considerados unos individuos merecedores de toda confianza, particularmente apropiados para encomendarles asuntos de carácter financiero. Sin embargo, no se les dieron tantas responsabilidades en Irlanda como a los hospitalarios, cuyas principales autoridades ocuparon cargos administrativos, como, por ejemplo, lugarteniente del oficial real de justicia. Todos los cimbrio-normandos y todos los anglonormandos que poseían tierras en Irlanda debían prestar servicio militar cuando fuera necesario defender la región, y todas las casas religiosas de la isla tenían que estar fortificadas frente al posible ataque de la población nativa. De las dos órdenes militares en Irlanda, sin embargo, sería la del Hospital la que asumiría algunas veces el mando militar en la persona de su prior. A los templarios nunca les fue encomendada esta responsabilidad en la isla. […]

[…] En 1298-1299, el rey Eduardo I de Inglaterra hizo un llamamiento a los templarios ingleses para que se unieran a su ejército con el fin de emprender la campaña de Escocia, y el maestre en Inglaterra, Brian de Jay, peridó la vida en la batalla de Falkirk. En el siglo XIV al Hospital de San Juan le resultaría imposible eludir este tipo de servicios para los reyes de Inglaterra y Francia. Eduardo I también exigió el homenaje de los maestres del Temple en Inglaterra y Escocia, algo que la orden no estaba obligada a hacer en virtud de los privilegios concedidos por el papa. Una vez más, el Hospital de San Juan debería hacer frente a problemas parecidos en el siglo XIV. Esta evolución pone de manifiesto el poder cada vez mayor que ostentaban los monarcas “nacionales” a finales del siglo XIII, lo que comportaba que las órdenes religiosas supranacionales tuvieran que anteponer los intereses de sus soberanos “naturales” a los suyos propios. […]

[…] En resumen, los grandes servicios prestados por los templarios a los reyes, en particular los reyes de Inglaterra y Francia, hicieron que la orden pasara a convertirse prácticamente en un cuerpo de la administración real. En 1244, Enrique III de Inglaterra se encargó de preparar el nombramiento como caballero de Tomás de Curtum, un joven a su servicio que quería ingresar en la Orden del Temple. El rey tuvo que hacer frente a un gasto considerable para poder equipar adecuadamente al muchacho, de modo que parece razonable suponer que esperaba que Tomás siguiera a su servicio incluso después de unirse a los templarios. (fin del apartado)

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