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martes, 3 de mayo de 2011

Los Pobres Caballeros de Cristo: comienza el misterio


Desde la encomienda de Barcelona recuperamos un texto del periodista y escritor D. Juan Ignacio Cuesta de su libro “Breve historia de las Cruzadas”. Acabado el repaso de algunas órdenes militares contemporáneas del Temple, hoy empezamos el núcleo importante para analizar la vocación que tuvieron los templarios en ese alo de misterio que envuelve a su creación, allá por el año 1119 de la Encarnación de Nuestro Señor.

Desde Temple Barcelona, deseamos que estas líneas os sean como mínimo, reflexivas.

Imagen del primer gran maestre templario: Hugues de Payns.

En su cuarto de estudio Etienne Harding (hoy santo), abad de Citeaux entre 1108 y 1133, leía atentamente una serie de manuscritos que requerían toda su atención. Se trataba de una colección de documentos hebreos que tenían cierta importancia para quien los había encontrado, el conde Hugues de Champaña. El noble viajó a Tierra Santa en el año 1114, y volvió al año siguiente con ellos, no sin cierta precipitación, encargándole su estudio. Paralelamente, a su regreso cedió tierras para que se edificara la abadía de Clairvaux, que fundaría San Bernardo.

Sus ojos iban recorriendo los textos con asombro, no dando crédito a lo que estaba leyendo. Para asegurarse de que sus conclusiones no eran precipitadas, llamó a diversos rabinos expertos que le confirmaran algunos de los sorprendentes datos. El principal de ellos vivía en Troyes; su nombre: Salomón Rachi (1040-1105). Un hombre enormemente sabio cuya experiencia era la adecuada para interpretar correctamente los intrincados textos.

El conde y los dos estudiosos conocían una tradición que hablaba de la presencia de tesoros en el subsuelo de lo que había sido el Templo de Salomón.

Una vez contrastado su contenido, reflexionó sobre la cuestión, y debió llegar al convencimiento de que se encontraba ante un secreto celosamente guardado en alguna parte y que delante de él estaba la clave para poder encontrarlo, aunque no estuviera totalmente seguro de cuál era su naturaleza. Todas estas, a la par que otras, eran cuestiones que le hacían intuir que su descubrimiento tendría importantes consecuencias para determinar el curso de los acontecimientos que se avecinaban y se convenció de la obligación que tenía de encontrarlo y ponerlo bajo la custodia de gentes de confianza para que no cayera en manos equivocadas. Comunicó sus reflexiones sobre el descubrimiento a su amigo Bernardo, abad de Clairvaux (Claravall, 1091-1153), canonizado en el año 1174.

El futuro santo, creador del nuevo ideario de la orden del Císter, una vez escuchó lo que Harding tenía que decirle, estuvo de acuerdo con él y debió pensar que ahora, aprovechando que muchos cristianos andaban luchando por conseguir el control de Jerusalén, era un buen momento para comprobar que sus sospechas eran ciertas. Así que se puso a pensar en cuál de todos los grupos que viajarían allí era el más idóneo para “mandarles una tarea”, sin darles demasiadas explicaciones sobre la misma e imponiéndoles el secreto de la misión.

A la sazón, un misterioso caballero de dudoso origen, llamado Hugues de Payns o Paiens, como le denomina Guillermo de Tiro, el principal cronista de las Cruzadas (hay quien le atribuye un origen español y le denomina Hugo de Pinos), se reunía con otros ocho caballeros no menos enigmáticos, de los que ni siquiera estamos seguros de su verdadero nombre, o al menos cómo se escribe con exactitud. Los que aparecen más frecuentemente en los distintos estudios son Geoffroi de Saint-Omer, André de Montbard, Archambaud de Saint-Aignan, Payen de Montdidier, Geoffroi Bissol, Gondemar, Rossal (o Roral) y Hugues Rigaud. Todos ellos son el núcleo primitivo de la orden de los Pobres Caballeros de Cristo.

Estos datos no están suficientemente documentados, además hay algunos que levantan sospechas. Por ejemplo, Hugues de Payns era primo de san Bernardo; André de Montbard, tío también del mismo. Sólo por eso, el grupo reunido en torno a Payns era el idóneo para conseguir cumplir los objetivos que el futuro santo se ha propuesto.

Aparentemente se juntaron bajo un ideal: marchar a Jerusalén a proteger a los peregrinos.

Hasta aquí bien, pero…¿cómo habrían de hacerlo exactamente tan sólo nueve personas? Cuando llegaron a la Ciudad Santa, el rey, a la sazón Balduino II, convenientemente informado, les asignó unas dependencias situadas en el mismo lugar donde estuvo el Templo de Salomón, concretamente sus sótanos, conocidos como “las caballerizas” (de ahí que se empezará a denominarlos templarios –miles templi-). Para ello tuvo que trasladar urgentemente a los canónigos de la orden del Santo Sepulcro que las ocupaban, que no se fueron muy contentos.

Durante casi nueve años, no realizaron ninguna actividad conocida, ni admitieron nuevos miembros. Nadie sabía que hacían con exactitud…

¿Entonces, qué habían ido a hacer allí? ¿Quizá todo no era más que una tapadera para que cumplieran su misión que, como sospechamos, no era otra que la de encontrar lo que Harding había descubierto y ver si era tan importante como intuía? El hermetismo, por otra parte, era total, puesto que estaban ligados por el juramento de no hablar de ello con nadie bajo pena de muerte. Esta es con seguridad la causa de que muchos de sus conocimientos no hayan llegado hasta nuestros días y todo permanezca rodeado de un misterio alimentado por las dudas.

La fecha oficial de la fundación de la orden fue el 25 de diciembre del año 1119. Sabemos que pronunciaron votos de “pobreza, castidad y obediencia” ante Garimond, patriarca de Jerusalén en el año 1123. Su aprobación tuvo lugar en el año 1128. pero fue en el siguiente cuando Hugues de Payns, acompañado por otros cinco cabaleros, fueron a presentarse al Concilio de Troyes para exponer las actividades que realizarían a partir de entonces. Al efecto, adoptaron la regla que habían redactado anteriormente, tras ser repasada y corregida por el propio San Bernardo, quien introdujo en ella los mismos principios ideológicos que habían orientado a la reforma del Císter. Esto significó una cierta “vuelta a los orígenes”, al modo de vida de los cristianos que se ocultaron de las persecuciones en las catacumbas romanas, inspirado en costumbres precedentes, como las practicadas por la secta hebrea de los esenios, a la que según la tradición pertenecía María, la Madre de Jesús. […]

[…] Entre el año 1129 y el 1136, el apoyo decidido de San Bernardo a esta nueva orden le lleva a escribir un documento que luego Hugues de Champaña utilizará como justificación para solicitar tierras y bienes de los que puedan disponer APRA desempeñar su misión. A partir de entonces empieza un notable ascenso. En todas partes se les conceden donaciones y riquezas que les llevarán en poco tiempo a ser una de las organizaciones religioso-militar-financieras más importantes de todos los tiempos.

Pero volviendo hacia atrás, ¿qué hicieron durante nueve años oscuros en las galerías que sirvieron de sótanos al mítico Templo de Salomón? ¿Rezar? ¿Meditar? ¿Prepararse espiritualmente para cumplir una misión para la que no tenían medios y que lógicamente les excedía? O, ¿por el contrario se dedicaron denodadamente a buscar algo que tenían el encargo de encontrar por su gran importancia simbólica?...continuará

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