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viernes, 25 de noviembre de 2011

El pueblo templario: IIª parte


Desde la encomienda de Barcelona proseguimos con la segunda parte del capítulo dedicado a conocer cómo era el pueblo templario.

Por ello hemos vuelto a seleccionar un texto del catedrático de historia, Alain Demurger, de su libro “Vie et mort de l’ordre du Temple”.

Desde Temple Barcelona estamos seguros que su contenido os atrapará.

A retaguardia, en las encomiendas de Occidente, caballeros y sargentos, capellanes y milities ad terminum son menos numerosos. Cada encomienda debe contar como mínimo con cuatro hermanos. En las casas importantes hay más; la mayoría no llena el cupo. En teoría, tendría que haber un capellán por encomienda; en la práctica, como se observa en Aragón en el siglo XII, un capellán tiene con frecuencia a su cargo varios establecimientos. Por último, en Occidente, los más numerosos son aquellos que, sin renunciar a su estado, sin pronunciar votos, se han vinculado a la orden de una forma u otra.

Algunos, para asegurar su salvación, se entregan en cuerpo y alma a la milicia. En la mayoría de los casos, añaden un don material al don de su persona. A veces, se reservan la posibilidad de pronunciar los votos en el momento elegido por ellos, como un tal Gilaberto, que pone como condición ser recibido el día en que “le venga la voluntad de vivir conforme a vuestra vida”. ¿Se convierte entonces en hermano? Nada menos seguro, si se compara su caso con el de Jacobo de Chazaux, quien declara: “Y cuando quiera, podré entrar en la casa del Temple de Puy y recibir el pan y el agua como los demás donados de dicha casa”. Esos hombres que se entregan, que dan, y que por esos mismo se llaman donados, ¿no formarán más bien la más amplia e imprecisa categoría de los confratres, los cofrades del Temple? En 1137, Arnaldo de Gaure hace dación de su persona al Temple de Douzens, poniéndose en manos de los hermanos de la milicia. Entre ellos, se encuentra su hermano, Raimundo de Gaure, templario ya, por lo tanto, Arnaldo como Raimundo confirman al año siguiente su compromiso. En 1150, cuando Raimundo ha muerto ya, Arnaldo declara en una nueva acta que se da como cofrade de la milicia. Confía igualmente sus dos hijos al Temple, a fin de que sean alimentados y vestidos. Incierto en este caso, el vocabulario resulta más claro en el de Íñigo Sánchez de Sporreto, de Huesca (Aragón). En 1207, hace una donación material a la orden; en 1214, dona su persona y, en 1215, sin duda tras la muerte de su mujer, pronuncia los votos.

Dejando aparte el vocabulario, las cifras obtenidas en Aragón o en Navarra demuestran la importancia de esta clase: cuatrocientos cincuenta hombres de confratres entre 1131 y 1225 y, en la sola casa de Novillas, cincuenta y dos acuerdos de confraternidad concluidos a finales del siglo XII.

Dentro de la aparente confusión de las actas de dación de sí mismo, se puede no obstante distinguir tres tipos, siguiendo en esto a Élisabeth Magnou:

En la dación simple, un hombre entrega su persona al Temple a cambio de un beneficio espiritual. Bernardo Sesmon de Bezu dona su persona…

“…a fin de que, terminada mi vida, la Santa Milicia me dé, o que, por consejo de los hermanos de dicha milicia, se ocupe de mi alma; y si la muerte viniera a sorprenderme mientras estoy ocupado en el siglo, que los hermanos me reciban y que, en un lugar oportuno, entierren mi cuerpo y me hagan participar en sus limosnas y beneficios.”

La dación remunerada añade ventajas materiales a las ventajas espirituales, ya que el donado recibe una retribución vitalicia. En 1152, Raimundo de Rieux se da a la milicia a condición de que, mientras permanezca en la vida secular, ésta le entregue diez sextarios de blad (mezcla de cereales), seis sextarios de cebada y cuatro sextarios de trigo a cada cosecha.

La dación per hominem, en fin, concierne sobre todo a humildes campesinos, que, libres o no de origen, se dan como siervos al Temple:

“Guillermo Corda y su sobrino Raimundo se dan como hombres del Temple y se comprometen a servir a Dios y la milicia según sus medios, a pagar todos los años doce dineros de censo, a legar sus bienes a la milicia después de su muerte, a cambio de ser enterrados en el cementerio del Temple y de permanecer durante todas sus vidas bajo la protección del Temple.”

Hay que distinguirlos de los siervos cedidos al Temple, como si se tratase de una limosna material, por un poderoso, que dona una tierra y los hombres que trabajan en ella.

Formulada o no, la protección de bienes y personas queda asegurada tan pronto como alguien se vincula al Temple. Éste hace reinar la paz de Dios. El templario es el guardián de la paz.

Veamos ahora el caso de las mujeres y los niños. La regla prevé (artículo 69) que las parejas puedan asociarse al Temple, a condición de que lleven una vida honesta, de no residir en el convento, de no reclamar la capa blanca y de ceder sus bienes a su muerte. A excepción de este caso, no hay lugar para las mujeres en la orden (a diferencia de los hospitalarios, que las aceptan); a excepción también de las donaciones per hominem que se aplican a ambos sexos. “Que nunca sean recibidas en la casa del Temple las damas en calidad de hermanas.”

Del mismo modo, los templarios no aceptan sino a hombres hechos, en edad de manejar las armas. No obstante, hay dos excepciones: Bernardo Faudelz se da al Temple y da también a su hijo, con la intención de garantizarle contra la adversidad. Se conocen cinco ejemplos de daciones de niños en Rouergue y en la encomienda de Vaours (Tarn) entre 1164 y 1183. De los templarios interrogados en Lérida (Aragón) en 1310, uno ha entrado en la orden a los doce años, otro a los trece. Los conventos templarios debieron de acoger a hijos de caballeros, de nobles, venidos para perfeccionar su educación. Algunos de ellos pudieron después pronunciar los votos. En Lérida, la media de edad de los sargentos es de veintisiete años; la de los caballeros, de veinte solamente. ¿No se deberá esto a que han entrado en la orden más jóvenes, a pesar de los preceptos de la regla?

La entrada en el Temple va unida a una práctica frecuente, sobre todo entre los cofratres: la donación de las armas y el caballo. “Almerico y Guillermo Chabert de Barbairano se dan cuerpos y almas a la milicia; y cuando abandonen el siglo, dejarán caballos y armas”. El abandono simboliza la renuncia al siglo.

Hermanos de convento, cofrades asociados a la actividad de la orden, algunos viviendo dentro de la encomienda, otros ejerciendo en ella una actividad de gestión o de cualquier otro tipo, personas de toda condición, libres o no, que, mediante una tradición al hominem, mediante una pequeña donación, se han asegurado la protección del Temple, tanto en la tierra como en el cielo…Completaremos el cuadro de la familia templaria mencionando a aquellos, asalariados agrícolas, artesanos, transportistas, escribanos o notarios, que se limitan a trabajar para el Temple, que actúa como “patrono”. Un acta de 1210, redactada en Velay, está suscrita por Pedro el carretero, Martín el zapatero, Esteban el pastor y Pedro el cocinero. En Gardeny (Cataluña), el preceptor del convento remunera los servicios de notarios públicos o de sacerdotes de los alrededores para que redacten sus actas. Precisemos a este respecto que los templarios formaron a veces hombres capaces de hacerlo. Un centenar de las incluidas en el cartulario de la Selve, Rouergue, fueron escritas por un hermano templario. (continuará)

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