© 2009-2019 La página templaria que habla de cultura, historia y religión - Especial 'Proceso de los templarios'

martes, 8 de noviembre de 2011

Padre Gabriele Amorth: Una vida consagrada a la lucha contra Satanás.


Desde la encomienda de Barcelona recuperamos el apartado dedicado al padre Amorth, donde nos explica sus experiencias combatiendo contra el Maligno. Por ello hemos seleccionado de su libro “Memorie di un esorcista – La mia vita in lotta contro Satana -.

Desde Temple Barcelona estamos convencidos de que sus vivencias las encontraréis interesantes.

Maleficios antes de nacer

En muchas ocasiones, ha dicho usted que es muy importante bautizar a los bebés recién nacidos, pero que también resultaría muy útil poder hacerlo antes. ¿Por qué?

Porque algunas personas les hacen maleficios antes del nacimiento. A veces le he preguntado al demonio: “¿Cuándo entraste ahí dentro?”, y me ha contestado: “Antes de que esta persona naciera”. En tales casos, el feto ya está poseído por el demonio. Esto sucede cuando lanzan un maleficio contra la madre para que recaiga sobre el niño que lleva dentro. Después se va manifestando poco a poco…

Tuve a una chica que ahora está curada, totalmente liberada; está casada y lleva una vida normal. Pues bien, la chica había nacido en una clínica u hospital donde trabajaba una enfermera satanista. En cuanto nacía un niño, esta terrible mujer lo consagraba a Satanás. El demonio y yo discutíamos acaloradamente durante el exorcismo. “Es a imagen y semejanza de Dios, la han bautizado”, le decía yo, y él contestaba: “Yo llegué primero”, porque no la habían bautizado enseguida.

El bautismo impediría casos como éste, puesto que incluye una oración de exorcismo. Lamentablemente, en el nuevo rito sólo hay una oración (Pablo VI ya se quejaba de ello). Sin embargo, en los primeros tiempos de la Iglesia se daba mucha importancia al exorcismo bautismal. Y lo mismo ocurre con la renovación de los votos del Bautismo; aunque la hayan reducido a la mínima expresión, sigue existiendo, pero no elimina; si hay un maleficio, no desaparece. Los efectos de los maleficios se van manifestando poco a poco. Primero, cuando el niño es pequeño y hace cosas raras, suele decirse: “Bah, cuando sea mayor se le pasará”. Sin embargo, cuanto más crece, más arraiga en él la presencia. Mucho más tarde, acude a mí un hombre de cincuenta, sesenta años, que sufre una posesión diabólica, y descubrimos que la sufre desde niño, por culpa de un maleficio. Estos casos requieren mucho tiempo, porque el demonio ha arraigado mucho. Sólo una vez conseguí liberar a una persona, una chica, con un exorcismo de diez minutos…Ya he contado su historia. Por eso el primer exorcismo dice: Eradicare et fugare, es decir, se le pide a Dios que desarraigue y expulse al demonio. Y cuanto más se espera, más difícil es liberarse, porque las raíces son más profundas.

Poseído desde la infancia

Éste es el caso de un chico que en su más tierna infancia quedó al cuidado de su abuela paterna, quien, según parece, lo entregó a espíritus malignos. A los cinco años hizo la Primera Comunión y empezó a frecuentar la iglesia parroquial como monaguillo y acólito de confianza del párroco. Siguió así hasta los trece o catorce años.

Un lunes de Pascua el joven tiene la visión de una cruz luminosa y una voz le dice: “Sufrirás mucho”. Desde entonces su cuerpo es presa de extraños fenómenos: flagelación, arañazos en el costado, signos iconográficos en pies y manos. Además, se le aparecen Jesús y la Virgen.

El lagrimeo de un cuadro del Sagrado Corazón llama la atención de la gente que lo rodea. El fenómeno se da a conocer al público, los periódicos locales hablan de ello e interviene la curia episcopal. Instituyen un proceso regular de investigación de hechos extraordinarios, pero el caso se archiva muy pronto por falta de verosimilitud. No obstante, los lagrimeos sangrientos de los cuadro prosiguen y el joven se convierte en el centro de atención de un grupo de amigos. Al año siguiente la cuestión de los fenómenos adquiere otros visos. Tras reunirse con un pseudocarismático que reza por él, el joven experimenta levitaciones y, a veces, la gente que va a verlo cae en una especie de reposo espiritual durante las oraciones. El joven deja de acudir a los sacramentos y rompe su relación con el pseudocarismático.

Un día, no recuerdo la fecha con exactitud, unos amigos me traen al joven para consultarme acerca del origen de los fenómenos extraordinarios, y para preguntarme cómo debían conducirse. Veo al chico sonriente, ingenuo, limpio, sereno, tranquilo.

Me habla del lagrimeo de los cuadros y me enseña el cuadro del Sagrado Corazón que, durante las oraciones, él extrae de su caja y expone a la vista de la gente. El cuadro presenta huellas evidentes de lágrimas de sangre, que han formado grumos en el cristal. Les pregunto a los amigos cuál es la opinión de la curia episcopal; me responden que ésta pone en duda el origen sobrenatural de los fenómenos. Le digo al joven que no dé mucha importancia a los hechos, que no exponga el cuadro ni rece en público, y que sea prudente mientras espera que el Señor manifieste su voluntad al respecto.

Al año siguiente, el padre del joven pide ayuda al párroco y al vicario de una parroquia vecina, pues el hijo se siente mal y su párroco no se interesa por él. Los dos sacerdotes se ocupan del joven y, al ver que su sufrimiento parece cosa del demonio, rezan plegarias de liberación. Al fin, un día me lo traen, convencidos de que necesita exorcismos.

Le practiqué cinco exorcismos, desde diciembre de aquel año.

Primer exorcismo. Están presentes los dos sacerdotes que acompañan al chico, junto a otras personas que han entrado con ellos. También hay un pequeño grupo de carismáticos. Al principio el joven tiene una expresión serena; pocos minutos después, eructos y signos de malestar. Me dice que los fenómenos extraños empezaron en su más tierna infancia, unos años antes de la Primera Comunión (que tomó a los cinco años). La hostia casi siempre sabía a “sangre rancia”. En misa, durante la consagración, le venían a la cabeza blasfemias y en el momento de la comunión, imágenes impuras. Los fenómenos más extraños empezaron a la edad de trece años: levitación, estigmas, signos iconográficos en el cuerpo, estatuas que se rompían y de las que brotaba sangre, estiramientos del cuerpo, paresia, visiones, pétalos y capullos de rosa saliéndole de la boca. Con cautela, empiezo por un exorcismo exploratorio. El joven cae y rueda por el suelo, patalea con violencia, gruñe, me escupe, intenta agredirme, tiene la voz ronca y los ojos rojos, llenos de odio. Practico el exorcismo con fórmulas imperativas. El agua bendita lo quema. Cuatro personas lo sujetan con dificultad en el suelo. Las reacciones son aún más violentas cuando nombramos a la Virgen de un santuario mariano local. Al cabo de un cuarto de hora, vuelve la calma. En esta fase de recuperación, el paciente sufre un nuevo ataque, pero lo reducimos con facilidad. Ahora, pese al cansancio, es capaz de rezar con el exorcista. Al despedirse se muestra contento, aunque eructa un poco.

Segundo exorcismo. Están presentes las mismas personas que la primera vez y se repiten los mismos fenómenos. Una patada imprevista me golpea la pierna.

Tercer exorcismo, en febrero del año siguiente. El párroco que lo acompaña me trae seis o siete cuadros de distintos tamaños, que representan al Sagrado Corazón o a la Virgen. A causa de los lagrimeos, están horriblemente desfigurados y llenos de coágulos de sangre. Le digo que los meta en sus cajas y que no los exponga a la vista de los curiosos. Durante el exorcismo las reacciones son menos violentas que las otras veces, aunque el paciente sigue siendo muy peligroso y se necesitan hombres musculosos para sostener al energúmeno. Una novedad: habla en varios idiomas.

Cuatro exorcismos, en marzo del mismo año. Lo presencian quince sacerdotes, reunidos para participar en un curso pastoral de demonología. El demonio se manifiesta, y dice: “Es mío, me pertenece desde hace mucho tiempo. Todo exorcismo es inútil, está atado a mí”. Las reacciones son menos violentas, tarda menos en recuperarse. El chico no recuerda lo sucedido, sólo nota como un aro ceñido a su tobillo.

Quinto exorcismo, en mayo del mismo año. Están presentes casi todos los curas y los pocos laicos que asisten al curso de demonología. Las reacciones del joven son menos violentas aún. Hablo con el demonio, quien afirma que el chico es suyo desde la infancia y que no lo dejará.

La vida cristiana es esporádica y su comportamiento no me convence. Ahora, tras la primera sesión con el exorcista y las plegarias de liberación, las reacciones se han atenuado. Continúan las perturbaciones nocturnas, los escalofríos, la sensación de que algo resbaladizo lo envuelve y le dice: “Eres nuestro”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario