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miércoles, 29 de febrero de 2012

El cruzado


Desde la encomienda de Barcelona, seguimos apostando por el discernimiento de la historia de los caballeros templarios para que de esta forma podamos entender mejor su contexto y no nos dejemos influenciar por hipótesis legendarias con escaso rigor científico.

Por ello hemos seleccionado un texto del catedrático en historia y profesor de conferencias de la universidad de París I, Alain Demurger, de su libro “Vie et mort de l’ordre du Temple”. En esta ocasión nos proyectará la visión de lo que significó ser cruzado durante la Edad Media.

Desde Temple Barcelona, damos por supuesto que su lectura os aclarará algunos asuntos.

Mediante la paz de Dios, los obispos señalaban con el dedo a los malvados, es decir, a los caballeros, y les dictaban su deber. Mediante la tregua de Dios, ofrecían una ascesis adaptada a la condición y al modo de vida caballerescos. Mediante el esquema trifuncional, la cruzada, la ceremonia solemne de armar a un caballero, integraban definitivamente la caballería en el orden cristiano.

Guerra santa para la liberación de los Santos Lugares y, a partir de 1099, para su protección, la cruzada constituye también una peregrinación. Las expresiones utilizadas en la Edad Media lo demuestran. Es el “Santo Pasaje”, lo que sugiere la idea de un esfuerzo prolongado por llegar al sepulcro del Salvador. En su Historia de la guerra santa, el historiador Ambrosio relata el sitio de Acre por el ejército de Ricardo Corazón de León. Para él no hay ninguna vacilación, los cruzados son “los peregrinos”.

La peregrinación penitencial constituye el signo de una espiritualidad nueva, nacida con el monacato cluniacense. Experimenta un desarrollo prodigioso en el siglo XI y, según la expresión de Josuah Prawer, significa con frecuencia una “obra de expiación colectiva”. En conjunto, expresa una fe sincera, una sensibilidad viva, pero –y se podría llamar a esto su efecto perverso- lanza a los caminos la hez de la humanidad. Sabemos de algunos pecadores recidivistas que se convirtieron en peregrinos asiduos, el conde de Anjou, Fulco Nerra, por ejemplo.

La cruzada y, una vez creadas, las órdenes militares tendrán que integrar este dato, ya sea asociado a su combate a los peregrinos que lo aceptan durante el tiempo de su estancia en Oriente, ya sea reclutando algunos balarrasas de los que Occidente se desembaraza por medio de la peregrinación penitencial. La necesidad de combatientes en los Estados latinos se impone.

Tras la publicación de los trabajos de Paul Alphandéry (La chrétienté et l’idée de croisade), ha prevalecido la opinión de que la idea de cruzada sólo se dio en estado puro en la primera y la única cruzada popular, la de Gualterio Sans-Avoir y Pedro el Ermitaño. Desde hace unos veinte años, los historiadores han reaccionado contra este punto de vista excesivamente unilateral, demostrando que, en realidad, estuvo implicado el conjunto de la sociedad occidental. Para A. Waas, la cruzada constituyó la principal traducción en actos de los ideales de caballería. El “pasaje” a ultramar significa en su opinión la exteriorización de la conciencia religiosa de la caballería. La realidad “cruzado” es en primer lugar de esencia caballeresca. Todo lo demás resulta marginal o secundario.

Se pasa sin duda de un exceso a otro, pero la idea fundamental sigue siendo justa. La prueba –y ya podemos volver a ella- la tenemos en la orden del Temple. ¿Qué es, a fin de cuentas, la orden del Temple? Una institución original, que representa de manera permanente el modelo de la caballería de Cristo; una orden que concilia lo inconciliable, reuniendo bajo el mismo techo las dos funciones de monje y de guerrero, eliminando toda fuente de antagonismo entre ellas; una orden, en fin, que “va a encarnar de forma permanente, y no ya por un tiempo dado, como ocurría con los cruzados, la ideología de la cruzada”.

Todas estas ideas aparecen reunidas en un fragmento, muy hermoso, de la Canción de la cruzada albigense, de Guillermo de Tudela. La obra data del siglo XIII y, sin embargo, la ideología del caballero de Cristo parece no haber envejecido en absoluto. Estamos en 1216. Los cruzados de Simón de Montfort acaban de apoderarse del castillo de Termes. Vencido, el conde de Tolosa…

…se fue a Saint-Gilles, para asistir a una asamblea que había reunido el clero, el abad de Citeaux y los cruzados […]. El abad se levantó: “Señores –les dijo-, tened por cierto que el conde de Tolosa me ha honrado mucho, que me ha abandonado su tierra, por lo que le estoy agradecido; y os ruego que le tengáis por recomendado”. Entonces se abrieron las cartas selladas de Roma que le habían traído al conde de Tolosa. ¿De qué serviría prolongar el relato? Tanto pidieron que, al final, el conde Raimundo dijo que no podría pagar aquello ni con todo su condado […] [Nueva reunión en Arles.] Los cruzados redactaron por escrito todo el juicio, que entregaron al conde, el cual esperaba fuera con el rey de Aragón, al frío y al viento. El abad se lo dio en mano, en presencia de todos […]. La carta decía en sus primeras palabras: Que el conde observe la paz, y también los que estén con él, y que, hoy o mañana, renuncie a saltear los caminos. Que devuelva sus derechos a los clérigos le denunciarán, los entregue a todos, y eso en el plazo de un año, para que actúen con ellos a su placer y voluntad. Y no comerán más de dos clases de carne, ni se vestirán en adelante con telas caras, sino con bastas capas pardas, que les durarán más tiempo. Arrasarán los castillos y fortalezas […]. Entregarán al año cuatro denarios tolosanos a los paziers [los encargados de hacer respetar la paz de Dios], de la tierra que los clérigos establecerán. Todos los usureros tendrán que renunciar al préstamo con usura […]. El conde cruzará el mar hasta el Jordán y permanecerá allí tanto tiempo como quieran los monjes, o los cardenales de Roma, o su delegado […]. En fin, entrará en una orden, la del Temple o la de San Juan.

La guerra en defensa de la paz, la paz de Dios y los paziers, guardianes de la paz, la peregrinación penitencial a los Santos Lugares y, por consiguiente, la cruzada y, para terminar, el Templo o el Hospital.

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