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miércoles, 1 de febrero de 2012

Hugo de Payns y sus hermanos


Desde la encomienda de Barcelona tornamos al apartado histórico dedicado a iluminar a nuestros lectores en los aspectos fundamentales que la documentación histórica nos ha legado sobre la Orden del Temple.

Por ello hemos seleccionado un nuevo texto del catedrático de Historia, Alain Demurger, de su libro “Vie et mort de l’ordre du Temple”, donde esta vez hace hincapié en el papel que tuvo su fundador, Hugo de Payns.

Desde Temple Barcelona estamos seguros que su lectura os apasionará.

“Hues de Paiens delez Troies”, dice la traducción francesa de Guillermo de Tiro. Las últimas puntualizaciones sobre el fundador del Temple, las de Malcolm Barber y Marie Luise Bulst-Thiele, confirman su origen, la Champaña. Payns está situado en la orilla izquierda del Sena, a unos diez kilómetros de Troyes. Armado solemnemente caballero, señor de Montigny, posee también bienes hacia Tonnerre. Casado, se le conoce un hijo, Teobaldo, futuro abad del monasterio de Saint-Colombe de Troyes. Hugo aparece como testigo en algunas actas de procedimiento. En 1100, su sello figura junto a los del conde de Bar y el conde de Ramerupt en la parte inferior de una acta del conde de Champaña. No se debe al azar, puesto que sus lazos con la familia de Champaña son estrechos y constantes. Se ha sugerido incluso que pertenecía a una rama menor de los condes. Por consiguiente, era sin duda un señor de cierta importancia, un hombre de la aristocracia media, como los miembros de la familia de Montbard, a la que está aliado. La madre de san Bernardo pertenecía a esta familia.

Los rastros son raros y, en esas condiciones, no hay que extrañarse de que Hugo de Payns se haya convertido en el hijo de muchos países. Se le han encontrado antepasados italianos, en Nápoles, en Mondovi o, más recientemente, en Ardeche, Pagan, Pagani, Payen, Péan… Si todos esos nombres pertenecen a una misma familia, seguramente fue una de las más prolíficas del Occidente cristiano. No se presta más que a los ricos, sobre todo cuando se es pobre… en documentos.

Igualmente difíciles de precisar son las fechas y la duración de las estancias en Oriente de Hugo. Algunos historiadores le hacen partir con la primera cruzada y regresar en 1100. Para mayor seguridad, hay que esperar a 1104. acompaña entonces al conde Hugo de Champaña, que efectúa su primer peregrinaje a los Santos Lugares. Después, hay que preguntarse: ¿se queda en Palestina hasta 1113? ¿Regresa mucho antes? Lo único cierto es que vuelve a partir en 1114, siempre con el conde. Y en esta ocasión, se queda.

A partir de ese momento, toma cuerpo la idea de una militia Christi, con la misión de proteger a los peregrinos. Que el conde de Champaña haya estado asociado de algún modo al nacimiento de la orden no suscita la menor duda. Durante su tercera peregrinación, en 1126, lo abandona todo y entra en el Temple. San Bernardo, amigo suyo, no recibe bien la noticia. Cierto que le felicita por su decisión, pero hubiera preferido verle entrar en el Cister. Tendremos ocasión de volver sobre esta curiosa actitud de san Bernardo. Queda por resolver el problema de la fecha en que se creó el Temple.

El texto de Guillermo de Tiro coincide con el de la regla latina. Según esta última, el concilio de Troyes se reunió “en la fiesta del señor san Hilario, en el año 1128 de la Encarnación de Cristo, en el noveno año del comienzo de dicha caballería”. Guillermo indica: “El noveno año, habiéndose celebrado un concilio en Troyes, Francia…”. De acuerdo con esto, la creación del Temple se remontaría al año 1119, fecha admitida por la mayor parte de los historiadores. El año se señaló por el ataque a un grupo de peregrinos entre Jerusalén y el Jordán, un acontecimiento lo bastante importante para ser recogido por un historiador de la época, Alberto de Aix. Tal vez el robo sirvió de detonador para provocar una doble toma de conciencia:

· Tierra Santa tiene necesidad de hombres. Guillermo de Tiro indica que, en 1115, el rey de Jerusalén, Balduino I, preocupado por la seguridad del reino, advirtió que “los cristianos eran tan pocos que apenas alcanzaban a llenar una de las calles principales”. Y envió un llamamiento a los cristianos de Oriente, exhortándoles a venir a poblar el reino. En 1120, su sucesor, Balduino II, se vuelve hacia Occidente.

· Conviene crear una organización original para asegurar una policía eficaz.

Quizá se estudiaron entonces con interés las ideas de Hugo de Payns y sus amigos.

Otros historiadores, en particular Marie Luise Bulst-Thiele, se inclinan por el año 1118, ya que, según se dice, fue en esta fecha cuando Balduino concedió a Hugo de Payns y sus compañeros un local situado en el palacio real, cerca del templo de Salomón.

¿Se trata de 1118 o de 1119? El detalle puede parecer secundario. Pero esta divergencia sobre la fecha plantea un verdadero problema: ¿quién tomó la iniciativa? ¿Hugo de Payns y algunos caballeros? ¿O bien el rey de Jerusalén, de acuerdo con ciertos príncipes de Occidente, como el conde de Champaña, y las autoridades religiosas del reino, como el patriarca Gormond?

Guillermo de Tiro escribe que, en un primer tiempo, los caballeros hicieron voto de vivir conforme a una regla y en la pobreza, lo que no tiene nada de original. Pronto el rey y las autoridades religiosas de Jerusalén otorgaron algunos bienes y privilegios a los nuevos “soldados de Cristo”. Después, “les fue encomendada su primera misión, para remisión de sus pecados, por el señor patriarca y el resto de los obispos: “Que guarden para la gente honrada vías y caminos contra los ladrones y las asechanzas de los invasores, y esto para la salvaguarda de los peregrinos”. La lección está clara: el patriarca orienta a la nueva orden hacia su tarea de protección y combate.

Jacobo de Vitry, cuyo texto hemos citado ampliamente al principio, ofrece una versión distinta: la iniciativa corresponde a los caballeros, y el rey y el patriarca les conceden después su acuerdo y su apoyo. Otra crónica, la de Ernoul, presenta también la creación del templo como resultado de una iniciativa de la base. Los caballeros, que habían hecho sus votos y obedecían a los canónigos del Santo Sepulcro, se ponen de acuerdo:

‘Dejamos nuestras tierras y nuestros amigos y vinimos aquí para elevar y exaltar la ley de Dios. Y estamos detenidos, bebiendo y comiendo y gastando sin hacer nada. No nos movemos ni combatimos, cuando el país necesita que le socorran. Y obedecemos a un sacerdote y no hacemos actos de armas. Celebramos consejo y nombramos maestre a uno de nosotros, con permiso de nuestro prior, para que nos conduzca a la batalla cuando llegue el momento’.

La intervención del rey Balduino II debió de ser importante. Algunos datos lo hacen pensar así. En 1120, el conde de Anjou, Fulco, futuro rey de Jerusalén, desembarca en Palestina. Entabla conocimiento con los templarios, se aloja con ellos y entrega a los caballeros un donativo de treinta libras angevinas. ¿no es ésta la prueba de que la recién creada orden goza ya de una notoriedad que se explicaría mejor admitiendo un apoyo activo del rey?

Sin embargo, ¿no está esto en contradicción con otra indicación de Guillermo de Tiro, ampliamente repetida después de él: “Durante nueve años después de su institución, se vistieron con ropas seculares, que la gente les daba como limosna para la salvación de su alma”? ¿Y con esta otra: “Aunque llevaban nueve años embarcados en esta empresa, no eran más que nueve…”?

Desconfiemos de Guillermo de Tiro. Critica las riquezas de los templarios y se deleita recordando su pobreza inicial. Al no admitir su independencia total con respecto a las autoridades eclesiásticas de Tierra Santa, insiste sobre la precariedad de sus comienzos y recuerda que, sin el socorro de dichas autoridades, los templarios no hubieran logrado sobrevivir.

Ahora bien, en 1126, el conde de Champaña se une al Temple. Se puede suponer que no es el único. En el mismo momento, las donaciones empiezan a afluir poco a poco. Y cuando, en 1127, Hugo de Payns se embarca hacia Occidente con cinco de sus compañeros, se propone un triple objetivo:

  • Hacer que la Iglesia de Occidente confirme la regla de la orden, elaborada en Oriente.

  • Dar a conocer la orden.

  • Reclutar adeptos para la nueva milicia de Cristo y, más ampliamente, combatientes para Tierra Santa.

Esta última tarea la cumple también como enviado del rey Balduino II, que al parecer financió el viaje. En una carta dirigida en esta fecha a san Bernardo, el rey de Jerusalén pide a la Iglesia que proteja al grupo de templarios que ha ido a reclutar hombres para la defensa del sepulcro de Cristo.

La orden del Temple existía desde hacía nueve años y empezaba a ser conocida. Pero esto no bastaba. Había que movilizar a la cristiandad, a fin de convertir la orden en el instrumento eficaz con que había soñado Hugo de Payns y que los Estados latinos necesitaban.

El Occidente estaba dispuesto a escuchar el llamamiento.

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