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jueves, 28 de febrero de 2013

Templarios en las tierras del río Ebro: Caseres



Desde la encomienda de Barcelona, recobramos el apartado con la intención de   conocer los lugares más emblemáticos del río Ebro donde habitó y convivió la Orden del Temple. En esta ocasión pasearemos por el pueblo de Caseres, con la interesante ayuda del escritor granadino D. Jesús Ávila Granados, de donde nos hemos permitido extraer estas líneas de su obra “Templarios en las tierras del río Ebro”.

Desde Temple Barcelona estamos convencidos de que esta nueva excursión, os será encantadora.

Fotografía de la iglesia de Santa Magdalena de Caseres.

Terra Alta, Tarragona.

Caseres –nombre latín que significa cabaña o barraca, lugar cerrado, habitado por una persona o animal- es un pueblo tranquilo que transmite paz y equilibrio, una verdadera estampa bucólica, a la vera del lento curso del Algars, según se contempla desde la lejanía, rodeado de viñas y densos pinares. En lo referente al ámbito arqueológico, recomendamos una visita al poblado ilercavón de Puig de la Gessera, excavado por el arqueólogo Pedro Bosch y Gimpera.

La primera referencia histórica de esta población se remonta al año 1153, después de la conquista cristiana, en ocasión de la delimitación de los territorios adscritos al castillo de Miravet, que dependían de la encomienda de Orta (Horta de Sant Joan). En el nombrado documento leemos que los propietarios del castillo, cedido a los templarios, llegaban hasta Caseres (Caselas) y Bot. Los documentos posteriores, de los siglos XII y XIII, mantenían aquella estrecha y cordial relación con el Temple.

Todo el núcleo forma parte de la parte antigua de la población, una vez se traspasa la puerta de la antigua muralla; después, calles y plazas soportales transportan al visitante a un ambiente medieval, donde, a través de las evidencias, se puede seguir la huella del Temple. La iglesia parroquial, que no se percibe desde la lejanía, porque el campanario es de modesta altura, está dedicada a santa María Magdalena; sobre el portal lateral de acceso, y bajo la línea de canecillos, una grotesca y oscura figura que evoca al Baphomet templario. En el interior de la iglesia, los nervios y los arcos apuntados vuelven a recordarnos que estamos en una iglesia del siglo XIII; la figura de María Magdalena, que sostiene con su mano izquierda el cráneo de Jesús, domina el centro espacial del retablo; al lado, la figura de un San Roque peregrino, que muestra desnudo su rodilla izquierda en señal de iniciado, y que está acompañado por su fiel perro que lo alimenta con un trozo de pan que lleva en la boca; al fondo, al lado de la epístola, hay la capilla dedicada a santa Águeda, la cual sostiene con su mano derecha una bandeja con sus pechos recortados; mientras que en la clave de bóveda de la capilla opuesta, la del evangelio, se reproduce el yin-yang, claves del hermetismo medieval, los principios y opuestos eternos.

La iglesia de Santa Magdalena de Caseres es un ejemplo de limpieza y conservación, gracias al trabajo diario que realizan dos mujeres del pueblo: Dominga y Pepita, las cuales, además, tuvieron la gentileza de acompañarnos durante la visita. En el escudo de Caseres aparece un perro de caza bajo la cruz templaria de ocho beatitudes.

Almudéfar

Caseres cuenta con una alquería, llamada Almudéfar –nombre que deriva del árabe Almuzaffar, que significa ‘el victorioso’ -, lo cual confirma la estrecha vinculación de estos territorios de las Tierras del Ebro con al-Andalus, antes y después de la conquista cristiana. Almudéfar, rodeada de fértiles tierras de regadío y viñas, se encuentra a 3 km al NE del pueblo, sobre la ribera derecha del río Algars.

Almudéfar, después de la conquista cristiana, fue repoblada a iniciativa del comendador de Miravet; por eso, este lugar se incorpora a la sub-encomienda de Algars, y no a la de Orta. Y fue en 1280 cuando el comendador de Miravet concedió el citado despoblado de Almudéfar a dos vecinos de Orta para que la repoblasen. El castillo, de pequeñas dimensiones, es obra de templarios, levantado sobre la cresta de un cerro que domina dos vallas; la fortaleza, en lamentable estado (como consecuencia del voraz incendio del año 1359), nada más conserva restos de un torreón de planta cuadrangular y pequeños trozos de muralla; a pesar de esto, la base de la torre pregona una maestría constructiva ejemplar. A pocos metros, y en un nivel inferior, encontramos la iglesia, dedicada a santa Ana, obra también de los templarios, aunque el ábside pentagonal recuerda a los teutones.

En Caseres siempre se ha tenido una profunda devoción a la Santa Espina de Calaceit, y por eso sus habitantes se han trasladado en numerosas ocasiones a la vecina población de Matarraña con la finalidad de implorar contra las sequías, las epidemias o los episodios bélicos.

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