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jueves, 17 de febrero de 2011

El impulso de la Reconquista: Iª parte.


Desde la encomienda de Barcelona, queremos abordar la importancia que tuvo el impulso de la Reconquista como mecanismo para defender al resto de Occidente del avance musulmán.

Para ello hemos seleccionado un texto del que fuera periodista y escritor, D. Juan Antonio Cebrián de su libro “La Cruzada del Sur”.

Desde Temple Barcelona, deseamos que su lectura os sea amena.

Retrato de Carlomagno

Oviedo fue saqueada por segunda vez en el año 795. Las tropas cordobesas dirigidas por Abd el Mélic habían obtenido suculentos beneficios de aquella aceifa y se retiraban confiadas hacia sus posiciones originales. En eso una hueste cristiana dispuesta a la venganza cayó sobre los sarracenos cerca de Lutos, un paraje situado entre Belmonte y Grado; la decisión de los atacantes, bien dirigidos por Alfonso II, unida a la sorpresa del inesperado golpe, desembocaron en una aplastante victoria para los astures. La batalla de Lutos de paso a una serie de acciones militares que terminarán con la toma y saqueo en 798 de Lisboa, ciudad de la que saldrá una comitiva portadora de magníficos presentes destinados al gran Carlomagno, pieza fundamental del linaje carolingio y emperador desde el año 800.

La cordialidad entre Alfonso II y Carlomagno fue evidente, los dos gobernantes mantenían un claro interés por defender sus respectivos reinos de la amenaza mahometana; esa circunstancia facilitó el mutuo entendimiento.

El poder del gobernante franco se había extendido por buena parte del continente europeo incluida la famosa Marca hispánica. Esta frontera del reino franco en la península Ibérica, establecida desde el año 785, fecha en que las tropas carolingias habían tomado Gerona, marcaba un antes y un después en el devenir de los acontecimientos. Como ya sabemos, los francos, capitaneados por Carlos Martel, habían derrotado en Poitiers a los musulmanes, que soñaban con una rápida expansión del Islam por toda Europa; esto ocurría en el año 732, una década más tarde nacía Carlomagno, hijo de Pipino el Breve y nieto por tanto del héroe de Poitiers. Carlomagno, aunque dicen que era analfabeto, tuvo la inteligencia y lucidez necesarias para unificar su reino y extenderlo más allá de sus fronteras.

Durante lustros los ejércitos francos fueron creando numerosas zonas militares en los confines del reino; a esos lugares se les denominó “marcas”.

Lo que se pretendía era, sin más, establecer una suerte de colchones defensivos que protegieran Francia de cualquier ataque o invasión. En el caso de la península Ibérica fue una obsesión para los francos que los musulmanes no volvieran a intentar una nueva aventura más allá de los Pirineos.

En el año 777 Carlomagno al frente de un gran ejército atraviesa los Pirineos dispuesto a tomar la importante plaza de Zaragoza, puntal estratégico de la marca norte musulmana en Al-Andalus; la expedición fracasa estrepitosamente. En su retirada los francos se revuelven contra Pamplona derribando sus murallas. Sin embargo un ataque combinado de tropas zaragozanas y navarras consigue diezmar la retaguardia del ejército carolingio. La batalla se produce en Roncesvalles, sitio legendario desde entonces y semilla del futuro cantar de gesta francés basado, esencialmente, en las proezas y momentos finales de Roland, caballero favorito de Carlomagno, quien en compañía de los doce pares de Francia murió en aquel inhóspito lugar pirenaico a manos sarracenas –nunca se sabrá bien qué pasó en Roncesvalles-. La cronología parece fiable al apuntar el año 778 como fecha del combate, pero es difícil precisar quiénes lo protagonizaron realmente. La leyenda habla de un caballero leonés llamado Bernardo del Carpio como capitán de las tropas que hostigaron a los franceses. Otros afirman que fueron sólo vascones los que eliminaron a Roland y los suyos. La lógica nos lleva a deducir que, seguramente, los francos recibieron un mazazo inicial a cargo de las tropas musulmanas zaragozanas y que, posteriormente, fueron rematados por los vasco-navarros en los Pirineos como venganza del ataque a Pamplona. Tras la nefasta experiencia en la península Ibérica, Carlomagno restañó heridas de una de las pocas derrotas sufridas en su reinado. Una vez repuesto, sus tropas regresaron a Hispania en el 785, tomando Gerona y más tarde, en el 801, Barcelona; estas acciones fueron el germen de la Marca Hispánica y futuro condado de Barcelona. Los francos llamaron a este territorio Septimania, una zona que se extendía desde el río Llobregat hasta los Pirineos, incluyendo condados de Girona, Barcelona, Urgell, Rosselló, Ausona (actual Vic), Empúries, Cerdenya y Besalú. Al frente de estos territorios se situó un comes marcae (marqués), con autoridad sobre los diferentes condes territoriales.

La autoridad del imperio carolingio sobre la Marca Hispánica se mantuvo dos siglos, caracterizados éstos por continuos alejamientos desde que Widifredo I el Velloso asumiera el control en la asamblea de Troyes celebrada en 879 en seis importantes condados de la Marca Hispánica. La delegación efectuada por Luis II el Tartamudo permitió al noble catalán ejercer un ataque directo contra los musulmanes acantonados en el macizo de Montserrat. Desde ese momento Wifredo el Velloso y posteriormente sus descendientes, Borrell y Sunyer, comenzarán a dar forma a las particularidades catalanas; nacerá la dinastía conocida como “Casa de Barcelona” y se pondrán sólidos cimientos para la construcción de la futura Catalunya.

Durante la centuria que nos ocupa fueron germinando los diferentes enclaves cristianos de la península Ibérica. Navarra y Aragón surgían como condados; en el primer caso la ocupación musulmana fue apenas representativa, limitándose tan sólo a dejar guarniciones acuarteladas en las plazas que ahora ocupaban los visigodos.

Pamplona se presentaba como la localidad más importante de la zona pirenaica. Sobre ella los mahometanos intentaron plantear un gobierno más o menos razonable. Sin embargo, la escasez de sus efectivos, con la consiguiente difícil defensa de un territorio que superaba con creces los 10.000 km², facilitó que autóctonos vascones y muladíes, como la familia Banu Qasi, fueran recuperando con legitimidad aquellas tierras tan poco interesantes para el emirato cordobés, más preocupado por otras cuestiones internas.

El dominio que intentaron ejercer los carolingios sobre Navarra se disolvió en pocos decenios. Finalmente, en medio de la historia y la leyenda aparecen los primeros gobernantes de Navarra. A principios del siglo descolló la figura de un bravo guerrero llamado Íñigo Iñiguez, quien dada su vehemencia ganó el sobrenombre de “Arista”. Íñigo, está considerado como el primer rey de los navarros, también denominado “príncipe de los vascones”; luchó contra musulmanes y carolingios, además supo fortalecer su linaje emparentándose con la poderosa familia Banu Qasi gracias a un oportuno matrimonio que permitió consolidar los dominios pamploneses.

El célebre monarca navarro falleció en torno al año 852, dando paso en la sucesión a su hijo García I Iñiguez, quien tuvo que lidiar con diferentes circunstancias adversas para su reino; una de ellas fue, sin duda, la invasión normanda que sufrió Navarra en sus primeros años de gobierno. Los normandos entraron en Pamplona capturando a García I, por el que sus nobles tuvieron que pagar un cuantioso rescate. Este delicado momento fue aprovechado por Al-Andalus para iniciar una potente ofensiva sobre los Pirineos. A duras penas los navarros lograron responder con cierto éxito a la incursión mahometana.

Las constantes guerras sostenidas por Navarra aceleraban un debilitamiento poco recomendable, en consecuencia, García I se vio forzado a adoptar una serie de medidas que protegieran el reino, por ejemplo, estableció relaciones de amistad con los potentes asturianos cuando se casó con Leodegundia, hija del monarca Ordoño I; gracias al enlace los navarros se comprometieron a defender los pasos pirenaicos que ya utilizaban miles de peregrinos en su camino hacia Santiago. En el año 860 los musulmanes atacaban Pamplona con la intención de asegurarse un pago regular de tributos; con este fin hicieron prisionero a Fortún Garcés, primogénito real convertido de esa manera en rehén del emirato cordobés durante más de veinte años. Por si fuera poco en este tiempo, se rompían las relaciones con los Banu Qasi; a pesar de todo, Navarra supo aguantar los diversos envites y en 880 un envejecido García I recuperaba por fin a su heredero, hecho que le permitió sonreír pensando en el futuro de su dinastía. La momentánea felicidad del Rey se esfumó rauda, dado que el segundo de los arista moriría en 882 durante el curso de la batalla librada en los campos de Aibar. Fortún Garcés el Tuerto fue el último representante de la dinastía arista. Ya por entonces las influyentes maniobras políticas dirigidas desde Asturias por los reyes Ordoño I y posteriormente Alfonso III habían abonado el campo para que una nueva familia se hiciera con el poder en Navarra. Fortún Garcés reinó hasta el año 905. se cuenta que acabó sus días entregado a la oración en un recóndito monasterio; con él se extinguía una época, la primigenia del reino navarro. Tras su muerte fue proclamado Sancho Garcés I el Grande primer rey representante de la dinastía jimena y artífice de una expansión rotunda que el reino de Navarra acometió más allá de sus iniciales fronteras enmarcadas en unos pocos territorios anexos a la ciudad de Pamplona.

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