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miércoles, 23 de febrero de 2011

Reacciones a la nueva Orden: Iª parte


Desde la encomienda de Barcelona volvemos a adentrarnos en la visión que tiene la especialista en la Orden del Temple, Helen Nicholson, donde hemos extraído un interesante texto de su libro “The Knights Templar”, donde nos habla de las reacciones externas a la Orden del Temple que produjo su creación.

Desde Temple Barcelona deseamos que su contenido os resulte atrayente.

Los autores del siglo XII tampoco están de acuerdo en cuáles fueron las reacciones que suscitó la aparición de la nueva orden. Las autoridades eclesiásticas reunidas en el Concilio de Troyes, en enero de 1129, la acogieron con agrado y, cuando Hugo de Payns y sus compañeros viajaron por Europa occidental en 1127-1129, antes de que se reuniera el Concilio en la ciudad de Troyes, las autoridades seculares y religiosas les dieron la bienvenida y les concedieron muchas donaciones. Para realizar una donación se redactaba una carta en presencia del donante, el receptor (Hugo de Payns y/o sus hermanos de la orden) y los notables del lugar. Por aquel entonces esas cartas de donación solían incluir una declaración en la que el donante manifestaba las razones de su concesión. Así pues, una carta de donación emitida en 1130-1131 por Simón, obispo de Noyons, y los canónigos de su catedral pone de manifiesto que daban gracias a Dios por restaurar el orden social perdido, el de los caballeros:

“Pues sabemos que han sido instituidos por Dios tres órdenes en la Iglesia, el orden de los hombres de oración, el de los hombres de armas y el de los que trabajan con las manos. Los demás órdenes estaban en decadencia, mientras que el orden de los hombres de armas había prácticamente desaparecido por completo. Pero Dios Padre y Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, se apiadaron de la Iglesia. Enviando el Espíritu Santo a nuestros corazones, en estos últimos tiempos se ha dignado a reparar el orden perdido. De ese modo en la ciudad santa en la que otrora se originara la Iglesia, el orden perdido de la Iglesia empezó a ser recuperado.”

El obispo Simón se refería a los “tres órdenes” que algunos hombres de iglesia calificaban de divisiones naturales de la sociedad. El obispo y sus canónigos manifestaban así que consideraban la nueva orden religiosa un método de Dios para revitalizar a todo un orden social: el de los hombres de armas que entablan combate. Esta manifestación tiene reminiscencias de los términos empleados en la redacción de la Regla de la Orden del Temple: “En esta orden religiosa, el orden de las caballerías florece y renace”. Otros donantes tenían una visión más terrenal de la cuestión. Balduino Brochet de Hénin-Liétard manifestaba simplemente lo siguiente:

“¡Cómo abundaban los caballeros del Templo de Jerusalén cuando se busca la caridad y la gracia digna de alabanza! Cuidan de aquellos que por devoción piadosa visitan asiduamente la santa Jerusalén y el Sepulcro del Señor enfrentándose a los diversos peligros del mar y la tierra. Los mencionados caballeros siempre están dispuestos a conducirlos en su viaje de ida y de vuelta para que puedan llegar sanos y salvos a dichos lugares que están consagrados por la presencia física de nuestro Señor Jesucristo. Su gloriosa fama ha llegado a oídos de mucha gente y se ha difundido ampliamente por todos los rincones de la tierra, haciendo que sena muchos los que les ofrezcan generosamente beneficios, como debe ser.”

El propio Balduino cedió todas sus posesiones de Planque, en Flandes a os templarios. Su carta de donación pone de manifiesto que incluso en sus primeros tiempos la orden era famosa por defender a los peregrinos.

El papado concedió otro tipo de donaciones a la nueva orden: exenciones de la autoridad del clero secular y ciertos derechos que permitirían a la orden utilizar sus recursos exclusivamente para la defensa de Tierra Santa. El papa Inocencio II (1130-1143), cuando emitió una importante bula o carta papal de privilegios para Roberto de Caron (maestre de la Orden del Temple entre 1136 y 1148), declaró:

“Nos alabamos a Dios Todopoderoso por vos y en vuestro nombre, pues todo el mundo proclama vuestra orden religiosa y vuestra venerable institución. Aunque erais por naturaleza un hijo de la ira dado a los placeres terrenales, por medio de la gracia inspiradora del Evangelio, a la que no habéis hecho oídos sordos, habéis abandonado la pompa del mundo y vuestras posesiones. Habiéndoos apartado del camino fácil que conduce a la muerte, habéis elegido con humildad el camino angosto que conduce a la vida; y para que podáis ser especialmente considerado parte de la caballería de Dios, elegís llevar siempre sobre el pecho el signo de la cruz portadora de vida, lo cual es digno de alabanza. Significa lo siguiente: como verdaderos israelitas y guerreros perfectamente equipados para librar batallas divinas, realmente en llamas con la llama de la caridad, vuestras acciones, cumplen con el Evangelio que dice que “Ningún hombre puede tener un amor más grande que éste: entregar la vida por su amigo”.

Era la gran bula papal Omne Datum Optimum, en virtud de la cual se reconocía la nueva orden y su exención de la Iglesia, debiendo rendir cuentas únicamente al papado.

No todos los autores fueron tan rotundos a la hora de dar su aprobación a la nueva orden. Algunos se mostraron favorables a ella, pero no sabían cómo debían enfocar esa orden religiosa militar. Guigo, prior de La Grande Chartreuse, la casa madre de la orden de los cartujos (cuyos miembros disponían de casas independientes dentro del recinto monástico y vivían una vida de oración y lectura prácticamente en la más absoluta soledad), escribió a Hugo de Payns, “prior de la santa caballería”, poco de que éste regresara a Oriente en 1129. Lamentaba que no hubieran podido reunirse y hablar mientras Hugo estuvo en Francia, y comentaba: “Me ha parecido…que cuando menos podía conversar contigo por carta”. A continuación, seguía diciendo:

“No sé como puedo alentarte, querido amigo, a entablar batallas y combates físicos, pero deseo al menos aconsejarte acerca de las batallas espirituales, que cada día libro, aunque por ello tampoco estoy mejor preparado para alentarte en este tipo de batallas.”

Decía que para poder ganar batallas espirituales una persona debía primero salir triunfante de la batalla librada contra sus propios deseos carnales.

“Así pues, mi muy apreciado amigo, debemos tener en primer lugar el control de nosotros mismos para poder atacar a nuestros enemigos externos sin correr peligro; una vez que hayamos purgado nuestras mentes de todo vicio, podremos purgar los territorios de los bárbaros.

Era un buen consejo espiritual, pero de carácter general. Evidentemente, Guipo quería expresar su apoyo a la nueva orden, pero no sabía qué podía resultar más útil a los hermanos. Continúa su carta abordando un problema que estaba particularmente asociado a los caballeros y a los guerreros en general: el orgullo.

“En cada batalla una persona tendrá mayor resistencia y más triunfos gloriosos y abatirá a un mayor número de enemigos bajo la guía y la protección de Dios, cuanto más se esfuerce en ser humilde en todos los sentidos. Pues cuanto más orgulloso quiere sentirse uno, se vuelve más débil y menos capacitado para hacer nada.

Sigamos el camino de la gran humildad para poder alcanzar la gloria de Dios Padre.” (fin primera parte)

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