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viernes, 18 de febrero de 2011

El impulso de la Reconquista: IIª parte.


Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con el segundo capítulo del impulso de la Reconquista, elaborada por el ya tristemente fallecido escritor y periodista español D. Juan Antonio Cebrián y donde hemos recogido de su libro “La Cruzada del Sur”.

Desde Temple Barcelona deseamos que su lectura la encontréis apasionante.

Miniatura del rey Ordoño I

A lo largo del siglo IX la sociedad cristiana establecida por toda la línea pirenaica comienza a estructurarse, principalmente, en el ámbito de los diferentes conventos y monasterios que se van levantando en las proximidades de núcleos urbanos y fértiles valles. En el caso del condado de Aragón, una vez resuelta la expulsión musulmana, se tuvo que aceptar la llegada y ocupación de las tropas francas de Carlomagno. En ese tiempo Aragón suponía un minúsculo territorio de apenas 600km² que se extendían por los valles de Hecho y Canfranc, geografía por la que discurrían las saludables aguas del río Aragón del que toma su nombre el territorio del Pirineo central. La localidad más influyente por el número de habitantes y mejores defensas es Jaca; desde esta urbe considerada justamente como la primera capital aragonesa, se inician toda suerte de acciones dispuestas para arrebatar el control que los francos ejercían sobre aquel tramo de los Pirineos. En el siglo IX algunos magnates aragoneses unen esfuerzos y consiguen derrotar a los debilitados gobernantes francos, Aureolo, el último de ellos, es vencido y expulsado de Aragón. Desde ese momento, el notable conde aragonés Aznar Galindo proclamará su autoridad independiente sobre el condado, lugar que va recibiendo flujos constantes de mozárabes sureños huidos de Al-Andalus; con estos cristianos convencidos, la nueva y emergente realidad peninsular encuentra habitantes suficientes para acometer una política que repueble los desiertos valles de la zona. Surgen dos enclaves vitales para el condado, son los monasterios de San Pedro de Siresa, de inspiración franca, y San Juan de la Peña, más cercano al gusto mozárabe. Estos núcleos religiosos se conformarán como catalizadores culturales de su época, siendo por su labor fundamentales en la futura concepción del reino aragonés. En este primer tramo de su historia los condes se acercan progresivamente a Navarra hasta que, inevitablemente, quedan unidos gracias al enlace matrimonial de Aznar Galindo II con una descendiente del rey pamplonés García Íñiguez; desde esos instantes Aragón permanecerá bajo la influencia de Navarra aunque sin perder su identidad y gobierno. Las dos pequeñas potencias cristianas caminarán juntas hasta el año 1035, fecha en la que el condado de Aragón ampliará sus dominios hasta los 4.000km².

Mientras se confirmaban los nacimientos de Aragón y Navarra, en el oeste peninsular el reino astur-leonés seguía creciendo a buen ritmo bajo el mando del rey Alfonso II. El insigne monarca se empeñó en la recuperación de la rancia tradición visigoda. Por los escasos documentos de la época sabemos que fue ungido a la usanza goda, hecho que le diferenciaba ostensiblemente con respecto a reyes anteriores. Desde los tiempos del rey don Rodrigo todos los mandatarios del reducto asturiano habían sido aclamados por su valía, pactos o poder militar.

Alfonso II busca con ahínco en las raíces góticas el refuerzo moral tan necesario para su pueblo; vigoriza el uso del Liber Iudiciorum, texto legal que le permite un mejor gobierno sobre las gentes asturianas. Se reivindica Oviedo como la nueva capital de los cristianos, en detrimento de la perdida Toledo. Oviedo será remozada en sus calles y plazas, embellecida por palacios, iglesias y monasterios. Todo esto logrará que la capital asturiana consiga la fuerza necesaria para crear un obispado, además, el descubrimiento de las tumbas de Santiago el Mayor y sus discípulos favorece una proyección del reino asturiano en el orbe cristiano occidental; era momento propicio para dar un paso más en lo que ya empezaba a ser la idea nada despreciable de reconquistar el antiguo reino de los godos. […]

[…] En el año 842 un octogenario Alfonso II sin descendencia abdica dejando paso libre a su primo Ramiro I, hijo de Bernudo I el Diácono. En sus ocho años de gobierno se preocupará seguir ampliando el reino así como de defenderlo de una primera invasión vikinga sobre las costas gallegas en el año 844, cuando naves normandas fueron detenidas junto a la Torre de Hércules en La Coruña.

En ese mismo año se supone acontecida la celebérrima y siempre dudosa batalla de Clavijo. Aunque bien es cierto que otros autores la sitúan en el año 859, ya en tiempos de Ordoño I, sea como fuere, el supuesto combate sirvió para enaltecer el ánimo de la cruzada cristiana durante siglos ya que una vez más entró en ele juego la sobrenatural ayuda celestial, cuando nada menos que el apóstol Santiago se apareció en sueños ante el Rey para informarle de que no bajara el ardor guerrero por el desastre sufrido jornadas antes en la riojana Albelda y que, sin dudar, lanzara sus huestes contra las musulmanas pues el mismísimo Santiago, desde entonces “matamoros”, se pondría a su lado cabalgando a lomos de un caballo blanco y enarbolando un pendón del mismo color para conducir a las tropas de la fe verdadera hacia la victoria. Dicho y hecho, el rey Ramiro, muy confiado por la visita celestial, transmitió la visión a sus hombres quienes alborozados se lanzaron al grito de “¡Santiago y cierra España!” sobre la horda mahometana, a la que causaron más de 70.000 bajas obteniendo una gozosa victoria que evitaría por añadidura el tradicional y humillante pago de las infortunadas cien doncellas de las que ya hablamos en líneas anteriores. La increíble masacre efectuada sobre los musulmanes sirvió para que los agradecidos astur-leoneses instituyeran el voto de Santiago, una ofrenda anual que se entregaba al santuario de Compostela conmemorando aquella jornada tan necesaria y oportuna para el mundo cristiano. Este épico y seguramente fabulado episodio no queda más remedio que inscribirlo en la leyenda de una contienda muy necesitada de acontecimientos fascinantes que alentaran el espíritu de una población sometida al rigor y trajín bélico de la época. […]

[…] Pero no sólo de guerras justas vivió la novena centuria de nuestra era, también aquella sociedad campesina y ganadera disfrutaba con todo tipo de manifestaciones culturales. El propio Ramiro I pasará a la historia como un gran protector de las bellas artes. La construcción de templos y ermitas, tales fueron los casos de San Miguel de Lillo o Santa María del Naranco, permitirían hablar de un estilo ramirense característico del prerrománico asturiano. También el monarca se interesó por la literatura, ordenando la elaboración de algunos textos. Fallece en 850 pasando el testigo a su hijo Ordoño I, quien destacará por varios asuntos, uno de ellos fue sin duda la febril actividad repobladora de diversas plazas arrebatadas definitivamente a los musulmanes; de ese modo Astorga, León, Tuy y otras localidades fueron recibiendo diferentes contingentes mozárabes llegados desde Al-Andalus. Cincuenta años antes ya se había iniciado la colonización de la antigua Bardulia, ahora llamada Castilla por los innumerables castillos que se iban alzando de cualquier parte del norte peninsular.

Desde principios de siglo, miles de cristianos engrosaban el censo de nuevos pueblos y viejas ciudades en el valle del Duero; de esa manera, lenta pero constante, se empezaba a dar cuerpo a lo que un día sería la orgullosa Castilla.

Con Ordoño I la empresa de la Reconquista se presenta como una realidad ya imparable: cada vez son más los kilómetros ocupados por el reino astur-leonés, con urbes fortificadas y valles defendidos gracias a inexpugnables y almenadas moles pétreas. En sus dieciséis años de reinado se trazarán las pautas adecuadas para la expansión definitiva por el territorio hispano. Fallece en 866 tras haber afianzado una práctica hereditaria de la que se beneficiará su hijo y sucesor Alfonso III el Magno, llamado así por sus notables victorias frente al poder musulmán. Lo cierto es que Alfonso consigue, mediante mandobles, la máxima expansión de su reino, además impulsa el esplendor cultural con la publicación de varias crónicas que sirven como propaganda justificadora de lo que ya se considera una Reconquista legítima del antiguo reino visigodo. A tal efecto surgen las crónicas: Profética, Albedense y la propia de Alfonso III. El mismo monarca se encarga de la redacción de alguno de esos manuscritos. […]

[…] En Occidente cayeron diversas plazas como Braga, Oporto y Coimbra, cerca de esta última se libró en 878 la batalla de Polvoraria donde los musulmanes perdieron 13.000 efectivos. La derrota musulmana tuvo como consecuencia una tregua de tres años muy beneficiosa para los cristianos quienes aprovecharon para continuar con el esfuerzo repoblador de los diferentes enclaves reconquistados. Se rebasó la frontera natural del Duero para fijarla en el río Mondego.

Los soldados de Alfonso III llevaron su osadía hasta la propia Marca Sur musulmana, sometiendo a Mérida a una feroz presión guerrera.

Por el centro peninsular también avanzaron las tropas cristianas tomando plazas tan significativas como Zamora, Toro, Simancas, Castrojeriz, Oca, Ubierna y Burgos. Los problemas del frente oriental se resolvieron gracias a un acercamiento amistoso entre Alfonso III y la familia muladí Banu Qasi.

Los éxitos militares de Alfonso III quedaban manifiestos, sin embargo, las disputas entre sus hijos por el control sobre las conquistas le hicieron fracasar como padre. En el año 909 se vio obligado a dejar la corona en beneficio de sus tres hijos: García, Ordoño y Fruela. Al primero, García I, le correspondería León; al segundo, Ordoño II, Galicia; mientras que al tercero, Fruela II, le tocaba en suerte Oviedo y sus territorios; bien es cierto que tanto Ordoño II como Fruela II subordinaron su autoridad a la de García I.

Tras peregrinar a Compostela Alfonso III se instaló en Zamora, donde falleció en diciembre del año 910 siendo enterrado en la catedral de Oviedo.

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