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martes, 3 de abril de 2012

Conociendo a Jesucristo: Traición y detención


Desde la encomienda de Barcelona, como no podía ser de otra manera en estos días de reflexión permanente, recuperamos el apartado destinado a conocer mejor a la figura del Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo. Para ello hemos seleccionado un nuevo texto del teólogo protestante J.R.Porter, escrito en su libro “Jesus Christ”.

Hemos elegido el capítulo “Traición y detención” para enlazar con el evangelio de ayer domingo y poder así complementar su meditada lectura.

Desde Temple Barcelona, deseamos que estas líneas os ayuden a acercaros al misterio de la Pasión.

Escenificación medieval del beso de Judas.

Los cuatro evangelios relatan la detención de Jesús. Después de la Última Cena, Jesús y sus discípulos se instalaron en el jardín de Getsemaní, un olivar del Monte de los Olivos, después de cantar la parte final de himno de los judíos como colofón de las celebraciones de la Pascua (Mc 14,26; Mt 26, 39). La descripción del grupo en Getsemaní sugiere que en esta ocasión tenían la intención de pasar un momento especial de oración y meditación. Durante su estancia en Jerusalén, al parecer jesús pasó todas las noches fuera de la ciudad, bien en el monte (Lc 21, 37), bien cerca de Betania (Mc 11, 11; Mt 21, 17).

En el camino de Getsemaní, según Mateo y Marcos, Jesús predijo solemnemente que sus seguidores le abandonarían y que Pedro incluso le negaría (Mc 14, 27-31; Mt 26, 31-35; compárese Lc 22, 33-35, Jn 16, 32 y Jn 13, 36-38). Probablemente, la posterior negación de Pedro de Jesús es cierta, parece improbable que los primeros cristianos inventaran una historia tan poco favorable sobre una de las figuras líderes de la Iglesia.

A su llegada al jardín, Jesús se retiró para una agitada oración en la que aceptó el destino impuesto por su Padre celestial (Mc 14, 32-42 y paralelos). Aconsejó a sus discípulos que oraran para que pudieran escapar al momento de prueba que iba a llegar. El Evangelio según Juan no habla de esta “agonía en el jardín”; su equivalente es la oración final en la Última Cena (Jn 17).

En este punto, un destacamento llegó para detener a Jesús, guiado por Judas, el cual sabía dónde se encontraría Jesús (Jn 18, 2). Todos los evangelios describen una especie de reyerta, durante la cual apareció una espada que cortó la oreja del siervo del sumo sacerdote (Mc 14, 47 y paralelos). Marcos simplemente recoge el episodio, pero los otros evangelios dejan claro que el propio Jesús repudiaba la violencia. Un pasaje algo oscuro de Lucas probablemente se refiere a lo mismo: cuando los discípulos hicieron dos espadas, Jesús dijo tajante, “Es suficiente” (Lc 22, 35-38).

El beso

En los evangelios sinópticos, la detención de Jesús empieza con el espectacular y vibrante momento en que Judas Iscariote identifica a su antiguo maestro con un beso o un amago de beso (Mc 14, 44-45 y paralelos). El beso resalta el hecho de que Jesús tiene que ser la única víctima, mientras que sus seguidores escapan (Mt 14, 56 y paralelos).

Judas se dirige a Jesús como “rabbí” y el beso era el saludo habitual de un discípulo a su maestro rabínico. Probablemente, el gesto también está inspirado en pasajes bíblicos en los que un beso aparentemente amigable esconde una traición, por ejemplo en 2 Samuel 20, 9-10 y en Proverbios 27, 6. Asimismo, sirve para destacar la responsabilidad de Judas en la detención de Jesús, en la que su verdadero papel fue con toda probabilidad comparativamente menor.

El destacamento de detención

Según los evangelios sinópticos, el cuerpo que detuvo a Jesús era una tropa armada enviada por las autoridades del Templo. El Cuarto Evangelio identifica esta tropa como la fuerza de policía regular del Templo y afirma que iba acompañada por una cohorte romana bajo las órdenes de su comandante en jefe (Jn 18, 3; 12).

Esta cooperación entre los romanos y las autoridades del Templo es bastante probable, ya que iba en interés de ambos para evitar disturbios durante el tiempo de la Pascua, momento en que Jerusalén estaba atestada de gente. Pero parece improbable que fueran necesarias tantas personas –una cohorte estaba formada por doscientos hombres o más- para detener a un solo individuo. No obstante, lo que habían oído sobre la manera en que Jesús entró en Jerusalén podría haber empujado a ambas autoridades a sobreestimar el número de seguidores.

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