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viernes, 13 de abril de 2012

El misterioso ídolo de los templarios (II)


Desde la encomienda de Barcelona volvemos a tratar el apartado dedicado a indagar sobre la historia de la Orden del Temple.

Por ello, hemos continuado con un nuevo texto de la paleógrafa italiana Barbara Frale, recogido de su libro “I templari e la sindone di Cristo”, donde profundiza en cómo fue el proceso de falsas acusaciones contra los monjes templarios.

Desde Temple Barcelona estamos convencidos de que su lectura os aclarará algunos aspectos interesantes en tan trágica conspiración

  1. Bajo una capa de infamia

Al amanecer del 13 de octubre de 1307 los soldados del rey de Francia se presentaron armas en ristre en todas las encomiendas para detener a los frailes residentes: los sometieron a interrogatorio inmediatamente, les arrancaron bajo tortura determinadas confesiones que mandaron redactar en forma oficial para enviarlas luego al papa como prueba. Seguían al pie de la letra una orden de captura que Felipe el Hermoso había promulgado y luego difundido de manera secreta el 14 de septiembre anterior. El soberano afirmaba actuar tras una consulta con el papa y a solicitud expresa de la Inquisición de Francia, porque había tomado cuerpo una fuerte sospecha de herejía de los templarios. Decía:

Quienes son recibidos en el seno de la orden solicitan el pan y el agua, luego el preceptor o el maestro encargado de recibirlos los conduce en secreto hasta detrás del altar o a la sacristía: entonces, siempre en secreto, les muestra la cruz y la figura de Nuestro Señor Jesucristo y les ordena renegar tres veces del profeta, es decir de Nuestro Señor, cuya es la imagen, y escupir tres veces sobre la cruz; luego se les manda quitarse la ropa y quien los recibe los besa en el extremo de la espina dorsal, bajo los calzones, luego en el ombligo y finalmente en la boca: y dice que si alguna vez algún hermano de la orden quisiera unírseles carnalmente, no deben negarse, porque, de acuerdo con los estatutos de la orden, están obligados a soportarlo. Por este motivo muchos de ellos practicaban la sodomía. Y cada uno usa ceñido sobre la camisa un cordoncillo que debe llevar siempre encima, de por vida; estos cordoncillos han sido arrollados alrededor de un ídolo con forma de cabeza de hombre de barba larga, cabeza que ellos besan y adoran en sus capítulos provinciales; pero esto no lo saben todos los frailes, sino sólo el gran maestre y los ancianos. Además, los sacerdotes de su orden no consagran el Cuerpo de Nuestro Señor: sobre esto deberá indagarse especialmente cuando se interrogue a los sacerdotes templarios.

Con una rapidez increíble para aquella época, resultado de una cuidadosa estrategia preparada durante años, los funcionarios de Felipe el Hermoso recogieron centenares de confesiones en todo el reino, que fueron presentadas a Clemente V como pruebas irrefutables de herejía incluso antes de que la Curia romana tuviera tiempo de reaccionar. De esta manera los juristas de la corona deseaban atar las manos al papa y dejarle un estrechísimo margen de maniobra: inmediatamente después de la detención, Guillaume de Nogaret, el abogado real enviado a Anagni para arrestar a Bonifacio VIII, organizó asambleas populares en las que la culpabilidad de los templarios se presentaba como un hecho cierto. Se ordenó a los frailes franciscanos y dominicos que predicaran al pueblo acerca de la herejía de los templarios, a fin de crear un verdadero prejuicio en la gente común.

Las investigaciones prosiguieron en toda Francia a ritmo acelerado hasta comienzos del año siguiente: en poco tiempo, el castillo de acusaciones que los juristas reales llevaron a cabo dio pasos de gigante y a las acusaciones ya denunciadas en el dossier de octubre de 1307 se agregaron otras, amasadas con materiales recogidos aquí y allá de las diversas confesiones a medida que se sucedían las presiones y las torturas. Fue un trágico crescendo que, ampliamente alimentado por la fantasía popular se mantendría a lo largo de todo el proceso como un río crecido que en su descenso hacia el mar arrastra todos los detritos que encuentra en su camino. Junto con la negación de Cristo y el ultraje a la cruz, que eran los cargos que el rey de Francia denunciara originariamente, se acumularían muchas otras acusaciones, hasta elevar de siete a más de setenta las imputaciones contra los templarios.

De un primera fase de completa confusión, durante las primeras semanas posteriores a la captura, Clemente V pasó a la sospecha de que el rey estuviera actuando absolutamente de mala fe. Esta sospecha se convirtió en certeza a finales de noviembre de 1307 con el regreso a la Curia de dos cardenales enviados a París para interrogar a los templarios detenidos por el rey y aclarar las cosas, quienes informaron al papa que no se les había permitido ni siquiera ver a los prisioneros. En diciembre fue a París una segunda delegación formada por los mismos purpurados, pero esta vez con facultad para excomulgar a Felipe el Hermoso si volvía a impedirle el contacto con los presos: esto permitió a Jacques de Molay denunciar todas las violencias y las graves irregularidades padecidas; en febrero el papa suspendió a toda la Inquisición de Francia por graves irregularidades y abuso de poder, lo que dejó aparcado el proceso. Toda la primavera siguiente estuvo dominada por una enconada guerra diplomática entre el rey Felipe, que ya se había apoderado de los bienes de los templarios y quería lograr la condena, y el pontífice, que se negaba a tomar ninguna decisión antes de poder examinar personalmente a los detenidos. Ante la obstinada insistencia de Clemente V, el rey comprendió que no tenía opción, de modo que permitió que una minoría de templarios, entre ellos el gran maestre y altos dignatarios de la orden, saliera de París bajo escolta para ir a la Curia romana, que por entonces residía en Poitiers, para ser interrogados allí por el papa. Entre el 28 de enero y el 2 de julio de 1308, Clemente V pudo por fin realizar su investigación sobre los templarios; paradójicamente, pese a ser la única persona del mundo con autoridad para investigar a esta orden, sólo entonces el papa pudo ver personalmente a los imputados por primera vez, cuando sus confesiones extraídas bajo tortura ya habían recorrido durante meses Europa entera. Las pruebas estaban completamente contaminadas; el honor de la orden había sido aplastado bajo una enorme capa de infamia.

Tras haber comprobado el amplio uso de la tortura en los interrogatorios realizados por los funcionarios del rey de Francia, Clemente V descubrió que, más allá del montaje creado por los juristas de la corona, los templarios admitían la existencia de una tradición, de una costumbre que, transmitida en el más estricto secreto, obligaba al nuevo miembro de la orden a renegar de Cristo y a realizar un acto de ultraje de la cruz (generalmente escupirla). Los frailes lo explicaban con las palabras modus est ordinis nostri, “es costumbre de nuestra orden”. La existencia de este ceremonial secreto, una especie de prueba de obediencia al final de la ceremonia de ingreso propiamente dicha, desplazaba la responsabilidad a la institución templaria: estaba claro que no se podía culpar de manera individual a los frailes si habían sido obligados por sus superiores a cometer aquellos gestos indignos para seguir una tradición de la orden. Los sarracenos acostumbraban a torturar a los prisioneros cristianos para obligarles a renegar del cristianismo y, como signo tangible de abjuración, les exigían que escupieran sobre el crucifijo: el extraño ritual de los templarios repetía esa costumbre como una puesta en escena muy realista, que incluía también amenazas, palizas y hasta el doloroso aislamiento en la cárcel. Su objetivo era templar el carácter del nuevo miembro de la orden con una experiencia traumatizante, esto es, haciéndole sentir de inmediato lo que sufriría en caso de caer en manos enemigas; probablemente también servía para enseñarles la absoluta obediencia que la orden exigía, la renuncia a la libertad personal para depositar su confianza en el juicio de los superiores con una sumisión prácticamente total.

A la negación de Cristo –escupiendo sobre la cruz- se agregaron luego elementos extraños que hoy podríamos considerar afines a las “novatadas”, o sea, bromas muy pesadas y humillantes que los veteranos hacían a los recién llegados, entre ellos tres besos (en la boca, el ombligo y las nalgas) y la recomendación de no negarse a los cofrades en busca de relación homosexual; la invitación a la sodomía era una simple humillación de palabra, que no se prolongaban en los hechos concretos; de los más de mil templarios que confesaron el proceso, sólo seis hablaron efectivamente de relaciones homosexuales con sus hermanos de orden.

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