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martes, 17 de abril de 2012

La encomienda: enorme granja y castillo en España


Desde la encomienda de Barcelona recuperamos el apartado destinado a conocer los rasgos históricos de la orden del Temple. Esta vez el catedrático en historia, Alain Demurger, nos advierte de la importancia que tuvieron los templarios en lo que hoy conocemos como España. Por ello hemos seleccionado un texto de su libro “Vie et mort de l’ordre du Temple”.

Desde Temple Barcelona os invitamos a recorrer su historia mediante su distraída lectura.

No se crea una encomienda hasta el momento en que los bienes reunidos son suficientes para obtener un excedente utilizable en Tierra Santa. Pero la encomienda tiene que ser también un centro de vida, capaz de irradiar sobre una región, de atraer las vocaciones. Con demasiada frecuencia, ciertos espíritus románticos han transformado unas cuantas paredes en ruinas en un austero castillo; con demasiada frecuencia, han soñado en el templario de guardia, recorriendo el camino de ronda armado de pies a cabeza, envuelto en su capa blanca con la cruz roja. La realidad es más prosaica y hay que renunciar a ese cliché que representa a los templarios (o los hospitalarios) siempre en armas, recorriendo la cristiandad a partir de sus conventos-fortalezas.

Los numerosos y detallados estudios sobre las encomiendas –de valor desigual y a veces muy ingenuos- revelan una enorme mayoría de explotaciones agrícolas, en una palabra, de grandes y excelentes granjas. Cierto que se encuentran granjas fortificadas, iglesias-torreones (en Vaours), castillos: la donación de la familia Barbairano en Douzens, por ejemplo, y la del vizconde de Carcasona en Campagne-sur-Aude, en la misma región. La Couvertoirade está rodeada de murallas, y los templarios edificaron dos torres redondas en el recinto del Temple de París. Pero dejando aparte el hecho de que muchos de los castillos del Temple son imaginarios (el de Gréoux, en Provenza, por ejemplo), conviene entenderse sobre el valor defensivo de estos lugares fortificados. Suponen ante todo el centro de una dominación señorial, semejante a la de los señores laicos de Occidente. Su carácter militar resulta siempre secundario. Se trata de lugares protegidos, defendidos. En una palabra, de refugios. Pero se lo deben tanto a su cualidad de establecimiento religioso como a su capacidad defensiva.

Hay, sin embargo, una excepción, la península Ibérica, donde los templarios se encargan muy pronto de la custodia de verdaderas fortalezas, con sus guarniciones. Grañana, Monzón, Barbera, Chivert, Alfambara, Tomar son capaces de sostener un sitio prolongado, lo que se producirá en 1307-1309. Aun así, esos castillos constituyen también centros de vida económica. Y esta característica se intensifica a medida que el frente de la Reconquista avanza hacia el sur. El castillo de Monzón, convertido en el cuartel general de la orden en Aragón, se encuentra en el centro de un patrimonio de veintinueve pueblos e iglesias. Por lo demás, incluso las formidables fortalezas de la orden en Siria-Palestina, con su función militar evidente, son también centros de ocupación política y de explotación económica.

Un criterio sencillo permite apreciar la vocación guerrera de esas casas: el número de armas que se encuentran en ellas durante las confiscaciones de 1307 y los años que siguieron. Si bien en la casa de Limassol, en Chipre, el inventario enumera novecientas treinta cotas de malla, novecientas setenta ballestas, seiscientos cuatro cascos y diversas armas más, el que se estableció en las casas de Irlanda hace referencia sólo a algunas armas en medio de los sacos de trigo o de avena y de las cabezas de ganado. En 1308, los recursos de las encomiendas irlandesas aprovisionan al ejército inglés, que opera en Escocia, de trigo, guisantes y pescado salado, pero no de armas. Algunas armas solamente en la importante encomienda de Sainte-Eulalie-du-Larcaz, y ni una sola en el inventario, tan preciso, de la casa de Baugy.

El personal de la encomienda es más o menos numeroso en función de la importancia de ésta, pero también de acuerdo con las misiones que le están asignadas. La encomienda de Mas Deu, con sus seis o siete casas subordinadas (entre ellas Perpiñán), está ocupada por veintiséis hermanos: cuatro caballeros, cuatro capellanes, dieciocho sargentos, a los que hay que añadir un personal importante de hermanos de oficio y de criados y legos de todas clases. El Mas Deu era una fortaleza, de ahí ese número elevado. Las condiciones especiales de la Reconquista explican que en España haya más hermanos caballeros que en otras partes. En particular, proporcionan la mayoría de los preceptores: veinte de los veinticuatro conocidos de 1300 a 1307 en Aragón. Pero tales efectivos y esa composición social siguen siendo excepcionales. En una encomienda ordinaria, el cargo de preceptor recae en un hermano sargento. Asistido por otros dos hermanos, a veces por un capellán, dirige un personal trabajador claramente más numeroso. En Baugy, en Calvados, se encuentra un pastor, un vaquero, un porquero, un guardián de potros, un guardabosques, dos porteros, seis labradores, en total veinticinco personas, con responsabilidades ya sea en el trabajo agrícola, ya sea en el servicio doméstico de la casa. Ninguno de ellos irá jamás a Tierra Santa. En cambio, algunos serán detenidos en 1307.

Administrador de los bienes de la orden, el preceptor puede ser secundado por un teniente, aunque siempre a título temporal, por ejemplo cuando afluyen las donaciones, cuando las compras se multiplican. Para la administración diaria, recibe la ayuda de un cillerero, como en las abadías cistercienses. A veces, desempeña la función un laico.

A la orden del Temple no le gustan los especialistas en gestión administrativa y económica. Toma como regla la rotación rápida de los hombres en los diversos puestos directivos.

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