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miércoles, 26 de diciembre de 2012

Descubriendo a María Magdalena: La Magdalena en los evangelios: IIª parte




Desde la encomienda de Barcelona, quedaba pendiente tratar la segunda parte de la visión que encierran los evangelios sobre la figura de María Magdalena. Hoy, día de san Esteban, -mártir cristiano que fue lapidado ante los ojos de san Pablo-, que tras su muerte el cristianismo dejó de ser considerado una secta del judaísmo, para convertirse en religión universal. Hemos querido compartir con todos vosotros en tan importante celebración,  los evangelios de Lucas y de Juan, extrayéndolos de la obra “Els evangelis secrets de Maria i de la Magdalena. La història amagada” del teólogo catalán Lluís Busquets.

Desde Temple Barcelona, estamos seguros que el texto os gustará.

El Evangelio de Lucas

Analicemos ahora Lucas, el último de los sinópticos, para quien la Magdalena forma parte de las discípulas galileas (Lc 23, 49). El autor de éste parece tener una lista de mujeres diferente: la Magdalena, Juana y la desconocida Susana, según Lc 8, 2-3, que ya hemos mencionado, pues contiene la problemática mención de “María, la denominada Magdalena, de la que salieron siete demonios” y sobre la cual tendremos que volver a hablar. Lucas aporta otro lado interesante: la escena de dos hermanas, Marta y María (Lc 10, 38ss), absolutamente paralela a la ya mencionada de Juan (Jn 12, 2ss). Por lo que a los contextos de muerte y entierro se refiere, son éstos:

Contexto de la crucifixión: Todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo estas cosas. (Lc 23, 49)

Conviene retener que, aquí, no cita ningún nombre de discípula femenina y que Lucas sitúa a las mujeres atisbando la crucifixión desde lejos (como debió de suceder en realidad, porque ni una crucifixión era propia de mujeres –aparte de que la sangre y el tacto de un cadáver contaminaban la pureza necesaria para la fiesta de la Pascua- ni, al parecer, como ya hemos repetido, los romanos permitían séquitos de los ejecutados).

Escenario del entierro: Había un hombre llamado José, miembro del Consejo, hombre bueno y justo […]. Era de Arimatea […]. Se presentó a Pilato, le pidió el cuerpo de Jesús y después de descolgarlo, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación y apuntaba el sábado. Las mujeres que habían venido con él desde Galilea fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo. Luego regresaron y prepararon aromas y mirta. Y el sábado descansaron según el precepto. (Lc 23, 50-56)

Para Lucas, aunque no cite el nombre de las mujeres piadosas y quien verdaderamente se ocupe del entierro sea José de Arimatea como en Mc y Mt, los protagonistas del entierro son los mismos: ellas y él.

Intención embalsamatoria, sepulcro vacío y visión: El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro. Entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Asustadas, inclinaron el rostro a tierra, pero les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea […] Regresaron, pues, del sepulcro y anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que referían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero a ellos todas aquellas palabras les parecían desatinos y no les creían. Con todo, Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio los lienzos y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido. (Lc 24, 1-12)

El fragmento prosigue con la aparición a los discípulos de Emaús (Lc 24, 34-35), la aparición en el cenáculo el mismo día (Lc 24, 36-49) y, acto seguido, la Ascensión cerca de Betania (Lc 24, 50-52). A diferencia de Mc y Mt, los apóstoles no se mueven de Jerusalén, puesto que el Evangelio acaba diciendo que “estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios” (Lc 24, 53). El libro de Hechos de los Apóstoles remacha el clavo, ya que asegura que Jesús resucitado “les ordenó: No os vayáis de Jerusalén” (Hch 1, 4).

Lucas, pues, difiere de Marcos y Mateo, no sólo en el nombre de las mujeres (Lc cambia a Salomé por Juana, citada en 8, 2-3), sino en el mandato de no moverse de Jerusalén cuando los otros evangelistas recogía la orden de ir a Galilea; por otro lado, vuelve a documentar la intención embalsamatoria de Marcos. No obstante, la Magdalena está presente en los tres, al menos en el entierro. A partir de Juan, su nombre tendrá peso entre las apariciones del Crucificado.

El evangelio de Juan

Si Lucas difiere de Marcos y Mateo, Juan todavía diferirá más de los sinópticos. Habría que contextualizar estos textos en relación con la revitalización de Lázaro (Jn 11, 1ss) y con la cena en casa de los hermanos en Betania con la unción de María (Jn 12, 1-8), pero no podemos tratar este Evangelio de manera diferente a los otros; analicemos, entonces, los mismos marcos de los otros autores en el caso del Evangelio de Juan.

Contexto de la crucifixión: Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Klopas, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. (Jn 19, 25)

Es decir, Juan corrige los sinópticos y considera un error de éstos el no haber situado preeminentemente a la madre y los familiares de Jesús cerca de la cruz y los incorpora. Ahora, además de la Magdalena, última en la relación, hay dos/tres familiares de Jesús. Si consideramos “mujer de Klopas” en yuxtaposición (y no en aposición) de “María”, tendríamos a la madre, dos tías, la hermana de su madre y la mujer de Klopas (posiblemente su tío, hermano de José). Desaparecen, claro está, las mujeres citadas por otros evangelistas, esto es, Salomé, Juana y María, la madre de Santiago el Menor, pero sigue estando muy presente María Magdalena. Y aparece el hecho de confiar su madre al desconocido “Discípulo amado”… ¿Quién es este Discípulo amado? No se trata del apóstol Juan, el hermano de Santiago el Mayor e hijo de Zebadeo, sino de un personaje influyente (¡conseguirá la entrada de Pedro en casa de Caifás!), lo cual explica dos cosas: primera, que Jesús, desconocedor de la reacción de sus hermanos y de su localización si ponían tierra de por medio tras la crucifixión, le confiara a su madre; segunda, que quizá lo siguiera en su periplo hasta Éfeso, ya que cuando los romanos arrasaron Jerusalén, a este Juan, como personaje influyente, seguro que le tocó emprender el camino del exilio.

Escenario del entierro con embalsamamiento incluido: Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo –aquel que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas. Conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había dio crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús. (Jn 19, 38-42)

Tres anotaciones antes de continuar. En primer lugar, sólo el Evangelio de Juan menciona a Nicodemo en el marco del entierro de Jesús. En realidad, le ha hecho aparecer antes en 3, 1ss y 7, 50ss. ¿Se trata de un simple dato redaccional? En segundo lugar: ¿Quiénes eran José de Arimatea y este Nicodemo? Según diferentes fuentes judías, José de Arimatea no era miembro del Sanedrín (¿no habría avisado a Jesús de que iban a por él, dándole tiempo a escabullirse y poner tierra de por medio?), sino que pertenecía a un Beth Din (Tribunal inferior), entre diversos que existían en Jerusalén. Incluso se ha interpretado el término “Arimatea” como “harin mathais” (el lugar de los muertos), de manera que, según Alonso, José del lugar de los muertos (¿cementerio?) habría tenido la misión de asegurar que los cadáveres de los ajusticiados pudiesen recibir sepultura de acuerdo con las normas rituales de la pureza judía, ya que la costumbre romana era dejar los cuerpos de los crucificados a merced de perros, carroñeros y alimañas. Nicodemo sería, pues, una suerte de funcionario municipal que acompañaba a José. En tercer lugar, las “cien libras de mirra y áloe”, como medida de capacidad romana equivaldría a quince litros de especias (el cadáver habría quedado macerado en perfume líquido) o a cuarenta kilos (para cubrir todo el cadáver de perfume seco). Crossan escribe: “Obviamente, Juan pretende subrayar que Jesús recibió un entierro no sólo real, sino divino”. Sea como fuere, debemos percatarnos de que Juan, después del entierro, las mujeres no están presentes para nada como si lo están en los sinópticos; es más, el embalsamamiento no se produce después de la fiesta, sino antes de la sepultura.

Sepulcro vacío y apariciones: El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús quería, y les dice: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le ha puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero. Se inclinó y vio los lienzos en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve los lienzos en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a los lienzos, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús resucitaría de entre los muertos. Los discípulos, entonces, volvieron a casa. (Jn 20, 1-10)

Por lo tanto, en el caso de Juan sólo María Magdalena acude al sepulcro –se convierte en la discípula por antonomasia de todas las discípulas seguidoras de Jesús-, antes del alba. Ella avisa a Pedro y al Discípulo amado, que acuden al sepulcro. El segundo, viendo que el cuerpo de Jesús ha desaparecido, cree que ha resucitado. Se trata ya de una elaboración literaria de la fe en la resurrección.

A continuación, el Evangelio sigue con la aparición a María Magdalena:

Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les respondió: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré. Jesús le dice: María. Ella se vuelve y le dice en hebreo: Rabbuní –que quiere decir ‘Maestro’-. Dícele Jesús: Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre. Peor vete a mis hermanos y diles: Subió a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: He visto al Señor, y que había dicho estas palabras. (Jn 20, 11-18)

Cuatro comentarios breves a esta perícopa, la única en la que se basan quienes consideran que hubo algún tipo de relación íntima –amorosa o matrimonial- entre Jesús y María Magdalena. En primer lugar, la Magdalena se lamenta porque piensa que se han llevado a su Señor (“Señor” en el sentido de Kyriós, de modo divinizado) y no sabe dónde buscarlo. Por eso pide al hortelano que le diga dónde está, porque ella se hará cargo del cadáver, lo cual –el argumento es de los que suponen alguna relación sentimental entre la Magdalena y Jesús- sólo podía hacer una mujer si existía algún tipo de relación íntima o parental con el muerto. Éstos, evidentemente, aducen que trata igualmente de “Señor” al hortelano y a su “amigo/amante/marido”, y por ello restan importancia al trato de Jesús como “Señor”, en el sentido de divinidad-realeza, que le otorgaron las comunidades paganorromanas convertidas al cristianismo.

Con todo, sin querer aplicar aquí el denominado argumento de posterioridad (la Magdalena no sabe que el hortelano es Jesús, pero el escriba que redacta/copia el Evangelio sí, y de ahí el tratamiento de “Señor”), toda esta argumentación cae por su propio peso si tenemos en cuenta la elipsis que se da en el versículo 16. María Magdalena ha reconocido a Jesús una vez que la ha llamado por su nombre en tono afectivo, como pueden hacer dos enamorados, es cierto; pero ella no le replica con ninguna interjección cariñosa (“¡Querido!”, “¡Amor!”…), sino con una plabra en hebreo que le ensalza por encima de los hombres normales: “¡Maestro!”. Y, diciéndoselo, cae a sus pies y le adora. (¡A un marido se le quiere, pero no se le adora tomándole por una divinidad!) Esta elipsis vale su peso en oro. Jesús todavía ha de reprender a la Magdalena y decirle: “Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre” Todo el evangelio de Juan supone un descenso de Jesús de los cielos y un retorno al Padre, y aquí nos encontramos en el centro de su punto de inflexión. Se da todavía una chispa residual de pureza judaica (la Magdalena no puede besar los pies de Jesús y adorarlo –cosa que sí hace en Mt 28, 9-, ya que, de la misma manera que un muerto contamina a un vivo, un vivo puede contaminar un cuerpo resucitado o contaminarse él), pero resulta más que evidente que este Jesús ya no es, en la elaboración literaria, ningún amante/marido de la mujer. Cuando, por otra parte, poco después, en clara oposición a lo dicho, Jesús exigirá a Tomás que le toque para comprobar sus llagas: (Jn 20, 27), no está hablando con alguien vivo en su fe capaz de contaminarlo, sino con un incrédulo sin vida.

Queda, en tercer lugar, la constatación de que el ascenso de Jesús Padre, su entrada con cuerpo resucitado en la gloria, se produce el mismo día de la resurrección, hecho que parece entrar en contradicción con la perícopa de la Ascensión de Lucas (Hch 1, 3ss). En realidad debemos concluir que la Resurrección, Ascensión y Pentecostés son tres plasmaciones de un mismo acontecimiento, como refleja la propia Bíblia de Montserrat. No en vano, hemos indicado que Gaudí, en la fachada de la Pasión -¡y no la de la Gloria!- del Templo de la Sagrada Familia de Barcelona, plasma la Ascensión y el descenso del Espíritu Santo en forma de paloma junto a la crucifixión. ¡Para él, crucifixión, resurrección, ascensión y Pentecostés también son lo mismo!.

Finalmente, no podemos dejar de constatar que la Magdalena, en Juan, constituye el eslabón de la cadena que relaciona la resurrección de Jesús, experimentada y “percibida” por ella de manera particular –y “percibir” no es ver físicamente- junto con los apóstoles Pedro y el otro, el incógnito “Discípulo amado”. Lo cual tienen una importancia capital. Ella se convierte en la discípula de Jesús por antonomasia por ser testigo de su resurrección; ella es el eslabón de cadena de la testificación de la resurrección, ya que es ella quien anuncia a los discípulos: “He visto al Señor”. De ella dependemos todavía los creyentes de hoy. En el futuro, cuando las historias sobre Jesús diverjan y se busque una “norma” para acercarse a la verdad, los discípulos cualificados procurarán mantener en la medida de lo posible que sólo se puede denominar “apóstoles” a aquellos que hubieran seguido a Jesús, lo hubiesen visto después de la muerte y hubiesen recibido una misión del galileo. La Magdalena cumple estos requisitos incluso mejor que Pablo, que se considerará el abortivo de los apóstoles (1Co 15, 8), gracias a la visión del Resucitado camino de Damasco.

La Magdalena se convierte, por tanto, en una verdadera “apóstol” de Jesús. ¿Quizá por eso, desde un cierto machismo jerárquico dominante, poco después no se quiso considerar que una mujer alcanzara este alto grado de trato con el Nazareno y fue degradada al papel de endemoniada y de prostituta arrepentida?  

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