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viernes, 7 de diciembre de 2012

Los templarios y la Sábana Santa



Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con la segunda parte de este interesante capítulo donde su autora nos relata la leyenda de Abgar, donde expone una supuesta ‘comunicación’ entre Jesús y Abgar. Para ello, es mucho mejor que sigáis con atención las palabras de la paleógrafa italiana Barbara Frale, de su libro “I templari e la sindone di Cristo”, que a continuación os ofrecemos.

Desde Temple Barcelona estamos convencidos de que lo encontraréis fascinante.

Ecce homo!(III)

8. Cuatro veces en dos: IIª parte

Sin embargo, esto puede tener una explicación muy sencilla. Según algunas fuentes bizantinas, la sede habitual del mandylion era la capilla imperial de Faro, donde se lo conservaba junto con otra famosa reliquia, el keramion, o sea la teja que en la ciudad de Edesa cerraba el escondrijo donde por mucho tiempo había estado oculto el icono milagroso de Jesús. Según la tradición, la imagen del rostro de Cristo había quedado prodigiosamente impresa en la arcilla de aquella teja, de modo que también se había llevado a Constantinopla el keramion para exponerlo a la veneración de los fieles: puestas una junto a la otra, ambas reliquias formaban un conjunto sugerente que recordaba la Pasión, pero el cruzado flamenco Robert de Clari, que fue quien vio por última vez el sudario antes del gran saqueo, describe una ceremonia de exhibición muy particular:

Entre éstos hay también un monasterio llamado Nuestra Señora de las Blanquernas, en el que se encuentra el sudario con el que se amortajó a Nuestro Señor: todos los viernes (santos) se lo despliega por completo para que se pueda ver la figura que contiene. Nadie, ni griego, ni francés, sabe qué pasó con este sudario cuando la ciudad fue conquistada.

En la iglesia de las Blanquernas el sudario se desplegaba poco a poco mediante un caballete dotado de un mecanismo que lo levantaba lentamente, de modo que los fieles veían el cuerpo de Jesús como si fuera surgiendo del sepulcro. La tela, pues, se guardaba plegada y luego se la extendía en forma progresiva. Según Robert de Clari, la ceremonia de las Blanquernas tenía lugar todos los viernes, pero es muy probable que se refiriera a los Viernes Santos y no a los viernes de cada semana; su descripción unida a las otras fuentes sugiere la idea de que en ocasiones especiales se extrajera el sudario mandylion de su estuche en la capilla de Faro y se lo llevara a las Blanquernas para que los fieles pudieran contemplarlo también desplegado con la sugerente liturgia de la “ascensión” (en griego anàstasis, “resurrección”).

Por el conocimiento que se tiene en la actualidad, es evidente que la Sábana Santa de Turín fue durante un tiempo propiedad de los emperadores bizantinos, porque las indicaciones de los autores antiguos son bastante precisas: por otro lado, es verdad que hasta la época de Constantino VII Porfirogéneta la tradición del mandylion se refiere a éste como a un retrato del busto de Jesús en vida, mientras que más tarde (como se dirá enseguida) este objeto se describe siempre como una tela en la que destaca la imagen del cuerpo de Cristo en su totalidad. Por ahora no sabemos con precisión cómo se produjo semejante cambio. La idea que proponen los historiadores es muy creíble: sostienen que en Edesa se trató de enmascarar por todos los medios la naturaleza funeraria del mandylion porque, en aquel preciso contexto histórico, las señales de sufrimiento y de muerte incorporadas a la figura de Cristo podían dar lugar a un escándalo insostenible. Sin embargo, una explicación podría no ser la verdadera, o tal vez no la única, sino una más entre otras cuestiones que por ahora ignoramos. Es evidente que conocemos con detalle determinados momentos de la historia milenaria de la Sábana Santa, mientras que nuestra ignorancia respecto de otros es absoluta. A mi juicio, el intento forzado de reconstruir paso a paso esta historia es poco fructífero, porque en lo relativo a muchas de sus fases significa acomodar de la mejor manera posible noticias llenas de lagunas o muy dudosas; más prudente, en cambio, es poner en su lugar cada uno de los fragmentos con los que podamos contar con seguridad, a la espera de que nuevos descubrimientos nos enriquezcan con otras informaciones convincentes.

De hecho, la tradición religiosa que confluye en ciertos iconos del mandylion asocia esta imagen al Cristo muerto en el sepulcro, como muestra, por ejemplo, una espléndida pieza, hoy en el Museo Estatal Ruso de San Petersburgo, pintada por Prokop Tehirin a comienzos del siglo XVII: el cuerpo de Jesús muerto y con las manos juntas sobre el pubis, como en el sudario, emerge del sepulcro, mientras que, arriba, dos ángeles enjugan el mandylion, que no es en realidad una pequeña toalla, sino una tela bastante larga.

Gracias a las exhibiciones públicas y al relato de los embajadores extranjeros que habían podido asistir a aquellas celebraciones privadas, ya en el siglo XI la fama del mandylion se había extendido también en Occidente. Pero en Europa nunca se lo describió como una toalla y apareció desde el primer momento como una tela que contenía la imagen del cuerpo entero de Jesús. En el texto de un sermón atribuido al papa Esteban III (768-772) se insertó en el siglo XII un breve discurso que hacía referencia a la versión “actualizada” de la leyenda de Abgar con los agregados realizados en la época de Constantino Porfirogéneta:

Así, el mediador entre Dios y los hombres, para contentar plenamente al soberano, se extendió de cuerpo entero sobre un lino blanco como la nieve: y en ese lino, cosa admirable de decir o de oír, quedó divinamente transfigurada la nobilísima forma de su rostro y de todo su cuerpo, de modo que ver la transfiguración impresa en aquel lino podía ser suficiente también para quienes no pudieron ver al Señor en carne y hueso.

Más o menos en el mismo período, entre 1130 y 1141, en su Historia eclesiástica, el monje Teodorico Vitali declaraba explícitamente que el mandylion de Edesa llevaba la imagen del cuerpo entero de Jesús:

Abgar reinó como toparca de Edesa. A él, el Señor Jesús envió […] el más precioso lino, con el que enjugó el sudor de su rostro, y en el cual aparecen las facciones del Salvador milagrosamente reproducidas. Muestra a quienes lo miran la imagen y las proporciones del cuerpo del Señor.

Y en los Otia Imperialia de Gervasio de Tilbury, redatados en 1218, el hecho se reafirmaba una vez más:

La historia que relatan antiguos documentos ha demostrado que el Señor, echándose a tierra, depositó la integridad de su cuerpo sobre el más blanco de los linos y así, gracias al poder divino, quedó impresa en el lino la bellísima imagen no sólo del rostro, sino también del cuerpo entero del Señor.

En 1257 el historiador Pietro Savio señaló que en un manuscrito de la Biblioteca Vaticana existe un testimonio mío distinto, que data del siglo XII, con una versión “modificada” de la leyenda de Abgar. Jesús había escrito al rey:

Si de verdad quieres ver mi rostro tal como es físicamente, te enviaré un trozo de tejido; a sus respecto has de saber que sobre él se ha transformado divinamente no sólo la imagen de mi rostro, sino del cuerpo entero.

Alrededor de 1190, el papa Celestino III recibió como regalo de Constantinopla, para usar durante las procesiones solemnes, un lujoso baldaquino litúrgico, obra maestra de arte sagrado que representa el mandylion como tela que conserva la imagen de Cristo muerto, con las manos juntas sobre el pubis, exactamente como aparece en la Sábana Santa; y recientemente Gino Zaninotto ha encontrado en otro códice griego de siglo X una nueva confirmación de que la famosa reliquia bizantina contenía la imagen de todo el cuerpo.




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