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viernes, 28 de diciembre de 2012

Entre Occidente y Tierra Santa



 Desde la encomienda de Barcelona volvemos al apartado histórico de la Orden del Temple, con la intención de esclarecer aspectos que rara vez se analizan entre los simpatizantes del Temple. Para ello hemos vuelto a seleccionar un nuevo texto del catedrático en historia Alain Demurger de su libro “Vie et mort de l’ordre du Temple”, donde nos explica el papel relevante que tuvieron los templarios entre Oriente y Occidente.

Desde Temple Barcelona estamos seguros que su lectura la encontraréis amena.

Informadores de Occidente

Sin entrar en doctas discusiones sobre las aportaciones de las cruzadas a Occidente y para limitarnos al Temple, señalemos que, si bien se da un vaivén constante entre las casas de Oriente y Occidente, el intercambio es desigual. El Oriente “consume” hombres, caballos, víveres, dinero; el Occidente se los proporciona. ¿Qué recibe a cambio? Hombres y noticias.

En primer lugar, hombres. Lisiados, enfermos, viejos. Las encomiendas de Occidente hacen también las veces de asilos y enfermerías. Se conoce bien la encomienda-hospital de Denney (Cambridgeshiere), en Inglaterra. Los templarios recibieron esta propiedad en 1170 como donación de la comunidad monástica de Ely. Muy pronto se especializó en el cuidado de los enfermos y, con esta finalidad, obtuvo numerosas donaciones de bienes y rentas. En 1308, los comisarios reales que vinieron a arrestar a los hermanos, encontraron sólo once: ocho eran ancianos, dos ya de edad y uno loco. Otra encomienda inglesa, la de Tagle (Lincolnshire), prestaba los mismos servicios. Había otras en toda Europa. A los hermanos enfermos de lepra se les reservaba una suerte particular. Debían dejar la orden y entrar en la de San Lázaro, orden militar igualmente, pero que acogía tan sólo a los leprosos.

Sin embargo, no todos los templarios de Occidente eran pacíficos jubilados. Tampoco neófitos que se preparaban para entrar en el servicio activo. Si se juzga por la carrera de los dignatarios, la de los templarios en general presentaba cierto movimiento.

Las órdenes militares están bien situadas para convertirse en los informadores privilegiados de Occidente. La red de sus casas se manifiesta eficaz. Ni el Temple ni el Hospital pueden cumplir su tarea sin un reclutamiento constante. Para atraer a los reclutas, hay que recordar sin tregua los peligros de la situación en Tierra Santa, las desdichas de los cristianos de Oriente, la agresividad musulmana. Los templarios adoptan muy pronto una política de información sistemática de Occidente, por medio de cartas. El príncipe Raimundo de Antioquia perece en la segunda cruzada. La ayuda del rey Balduino III y de los templarios no logra impedir el desastre. La orden ha tenido que pedir dinero prestado y se halla ahora escasa de recursos. Un templario escribe al maestre Everardo des Barres, entonces en Occidente (ha acompañado al rey Luis VII). Describe la situación y le urge para que regrese con hombres y dinero. Le pide que informe al rey y al papa de la situación. Y en efecto, Everardo vuelve a Jerusalén después de haber puesto al corriente de los hechos, no sólo al rey y al papa, sino también a Suger y a san Bernardo, relevos eficaces para hacer circular la información. En los años 1162-1165, Luis VIII recibe catorce cartas de Oriente; siete de ellas proceden de los templarios, que, en cada ocasión, exponen sus pérdidas y sus necesidades. El desastre de Hattin fue conocido en Occidente gracias a la carta de un templario superviviente, el hermano Thierry.

Cuando el papado emprende una política consecuente de apoyo a la cruzada, emplea los mismos métodos. Inocencio III se dirige a todo el que cuenta en Oriente para conseguir informaciones.

La propaganda no se encuentra nunca muy lejos de la información. En la Edad Media, la carta supone el instrumento privilegiado de ambas. La dura derrota de La Forbie, en 1244, en la que el Temple perdió trescientos hombres y el Hospital doscientos, dio ocasión a una guerra de comunicados epistolares entre Federico II, que hace a los templarios responsables de la derrota, y éstos, que naturalmente rechazan la acusación. El historiador inglés Mathieu Paris, muy favorable, como se sabe, a Federico II, reprodujo estas cartas.

El 26 de julio de 1280, el Gran maestre del Hospital, Nicolás Le Lorgne, escribe al rey de Inglaterra Eduardo I. Su carta parece un informe sobre el estado de Tierra Santa: “Os damos de buena gana a saber el estado de Tierra Santa […]. La dicha tierra se encuentra en bien débil parte y cada vez más vacía de gente de armas […]. Hay pestilencia de sequía, todo el trigo se ha estropeado; la mina de trigo candeal está a cuatro besantes y más”. Y Nicolás Le Lorgne reclama de Occidente trigo para “mantener a nuestros señores enfermos y a nuestros hermanos”.

Como los informadores más seguros de Occidente, los maestres de las órdenes son consultados por el papa o por los príncipes sobre todo lo que se relaciona con la cruzada. Clemente V convocó a Francia en 1306 al maestre del Temple, Jacobo de Molay, entonces en Chipre, para conocer la opinión de una persona cualificada.

¿Empobrecimiento templario en el siglo XIII?

Muchos consideran lógica la impopularidad creciente del Temple en el curso del siglo XIII. Examinaremos esta cuestión en otra parte, a partir de los textos de los contemporáneos. Ahora quiero simplemente subrayar, al término de este largo análisis sobre la “retaguardia” de la orden, el interés que tendría, para apreciar su impopularidad, destacar por una parte el movimiento de las donaciones, por otra parte el de las vocaciones. Se necesitaría para ello estudios comparativos sistemáticos (entre las regiones, entre las órdenes religiosas). Me limitaré a dar algunos ejemplos, con el solo objeto de poner las bases para una primera impresión.

El movimiento de las donaciones no es lineal. Se producen en oleadas, 1130-1140, 1180-1190, 1210-1220. En la segunda mitad del siglo XIII, se observa una clara regresión: ni siquiera diez donaciones en cincuenta años en la encomienda de Provins; rarefacción en Beaune; la implantación templaria en el Yorme termina hacia 1250; setenta y cuatro actas de donación y de venta durante el siglo XIII en Rouergue, contra doscientas diecinueve en el siglo XII; cuarenta y cuatro donaciones en Huesca hasta 1120, y catorce de 1220 a 1274; veintitrés donaciones en Tortosa (Aragón) de 1160 a 1220, y una sola después. La causa parece vista.

Sin embargo, sigue habiendo donaciones. Un señor del Barrois hace don de su feudo de doncourt-aux-Bois en 1306. Pero ¿cómo juzgar ese frenado, esa extinción a veces del movimiento? A. J. Forey señala que en Aragón se observa una disminución paralela de las compras (que se deben a una elección deliberada de los templarios). En Tortosa y su región, se ha observado que las donaciones a los establecimientos religiosos tradicionales disminuyen en el curso del siglo XIII, pero esta disminución no aparece hasta finales del mismo siglo en lo que se refiere al Temple y al Hospital. Por lo tanto, para apreciar correctamente la curva de las donaciones, hay que tener en cuenta otros factores: competencia de las nuevas órdenes mendicantes; evolución general de la sociedad, con un control más estricto de los dones; presión del poder real, que exige cada vez más dinero de sus súbditos; efectos de la crisis de la idea de cruzada, que no se limitan únicamente al Temple. Antes que la impopularidad del Temple, el movimiento de las donaciones invita a considerar el problema de la impopularidad del conjunto de las casas religiosas.

Habría que considerar además otro aspecto. ¿Se da también una crisis de vocaciones? A. J. Forey hace un paralelo entre la disminución de las donaciones y las compras y la disminución de los contratos de confraternidad. Es posible. Pero en vísperas de la detención de los templarios, seguía habiendo novicios. Las medias de edad observadas entre los hermanos de Lérida interrogados en 1310 son reveladoras: veintisiete años para los dieciocho sargentos, menos de veinte años para los ocho caballeros. En París, entre los templarios detenidos e interrogados en 1307, uno tiene diecisiete años, otro ha recibido la capa el 16 de agosto de 1307.

Los ejemplos expuestos son demasiado fragmentarios para sacar de ellos la menor conclusión, a excepción de la siguiente: seamos prudentes antes de señalar con el dedo a los templarios. Que son impopulares no suscita ninguna duda, pero no más que muchos otros.  

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