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miércoles, 9 de junio de 2010

Los diez pensadores más grandes de todos los tiempos: 8.Voltaire


Desde la encomienda de Barcelona, hoy trataremos de otro gran genio que nos ha proporcionado la historia, Voltaire, y para ello hemos extraído el texto del libro del filósofo estadounidense Will Durant, publicado en su libro “Las ideas y las mentes más grandes de todos los tiempos”.

Deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.

Fue Voltaire quien introdujo en Francia la mecánica de Newton y la psicología de Locke y, por lo tanto, dio inicio a la gran era de la Ilustración. Las mentes académicas quedarán atónitas al ver a Voltaire entre los supremos pensadores de la humanidad; protestarán y dirán que su pensamiento era prestado en lugar de ser original, y que su influencia fue inmoral y destructiva. Pero ¿quién de nosotros es original excepto en la forma? ¿Qué idea podemos concebir hoy que no haya disfrutado, de una u otra manera, de una venerable antigüedad de tiempo? Es más fácil ser original en el error que en la verdad, ya que cada verdad desplaza un millar de falsedades. Un filósofo honesto admitirá, como Santayana, que la verdad, en rasgos generales, es tan vieja como Aristóteles y que todo lo que tenemos que hacer hoy es informar y acoplar el diseño con nuestras necesidades temporales. ¿No tomó Spinoza, el más profundo de los pensadores modernos, lo esencial de su pensamiento de Bruno, Maimónides y Descartes? ¿No defendió Ramus, en su tesis para el doctorado, la modesta proposición de que todo en Aristóteles es falso, excepto lo que le robó a Platón? Y Platón, igual que Shakespeare ¿no pidió prestado generosamente de cada tienda, convirtiendo esa mercancía robada en suya propia y transformándola con belleza? Cierto que Voltaire, como Bacon “encendió su vela en la antorcha de cada hombre”; lo que queda es que logró que la antorcha ardiera con tanta brillantez que iluminó a toda la humanidad. Las cosas le llegaron sosas y aburridas y él las volvió radiantes; le llegaron oscuras y las limpió y las frotó con claridad; las cosas le llegaron oscuras y las limpió y las frotó con claridad; las cosas le llegaron disfrazadas con un ropaje académico inútil y él las vistió con un lenguaje tal que todo el mundo podía comprenderlas y aprovecharlas. Nunca un hombre enseñó a tantos, o con una habilidad artística tan irresistible.

¿Fue destructiva su influencia? ¿Quién lo dirá? ¿Hemos de abandonar aquí la objetividad de juicio que asumimos orgullosamente y rechazar al alegre filósofo de Ferney porque su pensamiento era diferente del nuestro? Pero hemos sacrificado a Spinoza, a pesar de que algunos de nosotros juramos por su filosofía; le sacrificamos porque su influencia ha sido, a pesar de que profunda, confinada demasiado estrechamente. Evidentemente, en el caso de Voltaire debemos preguntar no si nosotros aceptamos sus conclusiones, sino si el mundo las aceptó y si su pensamiento moldeó a la humanidad educada de su era y su posteridad.

Y lo hizo. Pueden haber pocas dudas sobre ello. Luis XVI, viendo en su prisión del Temple las obras de Voltaire y de Rousseau, dijo: “Estos dos hombres han destruido a Francia”, pero quería decir al despotismo. Posiblemente, el pobre rey hiciera demasiado honor a la filosofía, ya que no hay duda de que en el levantamiento intelectual que se centró en Voltaire subyacían causas económicas. Pero igual que el deterioro o descomposición fisiológica no conduce a acción alguna, a menos que envíe su mensaje de dolor a la conciencia, la corrupción económica y política de la Francia borbónica podría haber llevado a una desintegración nacional declarada si cien plumas viriles no hubieran llevado el estado de las cosas a la conciencia y conciencia de su país. Y en esa gran tarea, Voltaire fue el comandante en jefe y todos los demás reconocieron voluntariamente su liderazgo e hicieron su voluntad con orgullo. Incluso el poderoso Federico le saludó como “el mejor genio que ha dado la historia”.

Por debajo del recrudecimiento de antiguas creencias entre las que vivimos, la influencia de Voltaire persiste calladamente. Al igual que toda Europa, en su siglo, se inclinó ante el cetro de su pluma, los grandes líderes de la mente en siglos posteriores le han honrado como el manantial de la ilustración intelectual de nuestro tiempo. Nietzsche le dedicó uno de sus libros y bebió profundamente en el manantial voltariano; Anatole France formó su pensamiento, su ingenio y su estilo en los noventa y nueve volúmenes que el gran sabio dejó tras de sí, y Brandes, superviviente de más de una batalla en la guerra de liberación, entregó algunos de sus últimos años a una biografía idólatra, cosa que se puede perdonar, del Gran Emancipador de Ferney. Si nos olvidamos de honrar a Voltaire no nos merecemos la libertad.

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