© 2009-2019 La página templaria que habla de cultura, historia y religión - Especial 'Proceso de los templarios'

lunes, 28 de junio de 2010

Los diez pensadores más grandes de todos los tiempos: 9.Emmanuel Kant


Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con el apartado dedicado a “Las mentes más grandes de todos los tiempos”, redactadas por el filósofo y pensador Will Durant, y publicadas en su libro “Las e ideas y las mentes más grandes de todos los tiempos”.

Después del filósofo francés Voltaire, hoy le toca el turno al filósofo alemán Emmanuel Kant. Deseamos desde esta humilde Casa, que su lectura sea de vuestro agrado.


Retrato de Emmanuel Kant


Sin embargo, hubo otro lado en este irreprimible conflicto entre la sencilla fe y la duda honesta. Quedaba algo por decir a favor de los credos que la Ilustración había destruido, en apariencia. El propio Voltaire había retenido una sincera creencia en una deidad personal y había erigido una bonita capilla “A Dios”, en Ferney. Pero sus seguidores habían llegado más lejos que él y, cuando falleció, el materialismo había hecho huir del campo de batalla a todas las filosofías rivales.

Ahora hay dos modos de enfocar un análisis del mundo, podemos empezar por la materia y luego estaremos obligados a deducir de ella todo el misterio de la mente, o podemos empezar por la mente y luego nos veremos obligados a considerar la materia como un mero manojo de sensaciones. Porque, ¿cómo podemos conocer a la materia excepto por medio de nuestros sentidos? Y ¿qué es, pues, para nosotros más que nuestra idea de ella? La materia, tal como nosotros la conocemos, no es más que una forma de mente.

Cuando Berkeley anunció al mundo, claramente y por vez primera, esta nueva conclusión, causó un revuelo entre los eruditos y pareció ofrecer una salida espléndida de la infidelidad de la Ilustración. Aquí había una oportunidad de volver a afirmar la primacía de la mente, de reducir su amenazador enemigo a una mera provincia en su reino y así restaurar las bases filosóficas de la creencia religiosa y de la esperanza inmortal.

La figura suprema de este desarrollo idealista era Emmanuel Kant, el arquetipo perfecto del filósofo abstracto. Kant, que viajaba mucho a Konigsberg y desde sus calles arboladas veía cómo los cielos estrellados se fundían en un fenómeno medio irreal, transfigurado por la percepción en una cosa subjetiva. Fue Kant quien trabajó más y mejor para rescatar a la mente de la materia, quien argumentó de manera tan irrefutable (porque era tan ininteligible) contra los usos de la “razón pura” y quien, gracias a la prestidigitación de su pensamiento, volvió a la vida, como si fuera un mago, las queridas creencias de la antigua fe.

El mundo le escuchó encantado porque le parecía que podía vivir sólo con la fe y no amaba a una ciencia que no hacía más que oscurecer sus aspiraciones y destruir sus esperanzas. A lo largo de todo el siglo XIX creció la influencia de Kant: Una y otra vez, cuando el racionalismo y el escepticismo amenazaban a las viejas ciudadelas, los hombres huían “de vuelta a Kant”, en busca de fuerza y refugio. Incluso un hombre tan práctico como Schopenhauer y un hereje tan rabioso como Nietzsche, le aceptaron y contemplaron su reducción del mundo a una mera apariencia, como el preliminar indispensable de toda filosofía posible. Tan vital fue la obra de Kant en sus principios generales y en sus bases, que siguen hasta nuestros días, intactas e inconmovibles. ¿No ha admitido la propia ciencia, a través de Pearson, Mach y Poincaré, que toda realidad, toda “materia”, toda “naturaleza” con sus “leyes”, no son más que fabricaciones de la mente, posiblemente, pero jamás conocidas con certeza en su propia y esquiva verdad? En apariencia, Kant había ganado la batalla contra el materialismo y el ateísmo, y el mundo podía volver a tener esperanza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario