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martes, 21 de septiembre de 2010

El esoterismo templario


Desde la encomienda de Barcelona, queremos tratar un tema que siempre ha suscitado interés entre los amantes del Temple: el esoterismo de la Orden.


Para ello hemos elegido un texto del periodista, editor y escritor D. Ángel Almazán de Gracia, impreso en el libro “Codex Templi”, donde trata este asunto en un halo de misterio.


Deseamos que el contenido sea de vuestro agrado.


¿En qué consistió el esoterismo templario, sobre el que tantas conjeturas se han hecho y tantas adscripciones ocultistas y pseudoiniciáticas se han escrito? Convendría recordar, antes de exponer una conclusión, que la iniciación concierne a una élite espiritual y que existen diversas fases de la iniciación, cada una de ellas con sus grados espirituales correspondientes, de modo que ni siquiera dentro de una organización iniciática todos sus miembros comparten el mismo nivel de conocimiento y la consiguiente asunción efectiva y transformadora en su interior. Ello quiere decir que la inmensa mayoría de los miles de templarios que tuvo la Orden del Temple no fueron ni siquiera iniciados virtuales, y que seguramente ni siquiera lo fueron sus grandes maestres, con alguna excepción posiblemente.


“En el seno de una misma organización –aclara Guénon- puede existir, de alguna manera, una doble jerarquía, y esto más especialmente en el caso en que los jefes aparentes no son conscientes de la unión a un centro espiritual; podrá haber entonces, fuera de la jerarquía visible, otra invisible en la que los miembros, sin desempeñar ninguna función oficial, serán sin embargo quienes asegurarán realmente, por su sola presencia, el lazo de unión efectiva con ese centro. Estos representantes de los centros espirituales, en las organizaciones relativamente exteriores (como lo fue, sin duda alguna, el Temple por ser guardián en Tierra Santa), no tienen por qué darse a conocer como tales, y ellos pueden tomar la apariencia que convenga mejor a la acción de presencia que deben ejercer, aunque sea como simples miembros de la organización si han de jugar un papel fijo y permanente”.


Tal función, relativamente exterior, como guardianes de Tierra Santa, la tuvieron igualmente en Oriente Próximo los ismaelitas nizaríes del Viejo de la Montaña, los famosos “asesinos”, así como los drusos, con los que el Temple estableció algunos tratados de colaboración y a los que combatió en otros momentos.


“A propósito de esto, debemos llamar la atención sobre el hecho de que, incluso si algunas de estas organizaciones, entre las más exteriores, se encontrasen a veces en oposición entre ellas, esto no impediría la unidad de dirección si existiese en realidad, porque la dirección en cuestión está más allá de dicha oposición, y no en el ámbito en donde ésta se afirme. Hay, en suma, algo comparable a los papeles interpretados por diferentes actores en una misma obra de teatro, y que, incluso cuando ellos se oponen, no repercute en la marcha del conjunto: cada organización desempeña el papel para el que está destinada dentro de un plan superior a ella; y esto puede extenderse también en el ámbito exotérico, donde, en tales condiciones, los elementos que luchan unos contra otros no dejan de obedecer, aunque sea inconsciente o involuntariamente, a una dirección única de la que incluso ni se sospeche su existencia”, recalca Guénon.


Es necesario señalar que la enseñanza iniciática tradicional es oral y recurre a los símbolos y a los ritos. No hallaremos, por tanto, textos templarios iniciáticos, e ignoramos plenamente los ritos propios que utilizó esa élite templaria, aunque podemos deducir que, dado que el Temple se creó en un entorno cristiano, sus iniciados participarían en los ritos monacales establecidos en sus reglas canónicas, entre los cuales se encontraban la celebración de los sacramentos (vivificados esotéricamente para tales indiciados debido a la influencia espiritual o baraka en la que estaban inmersos). Asimismo echarían mano de símbolos vinculados a la tradición cristiana, aparte de otros distintos que harían referencia al esoterismo universal, pues no hay que olvidar, como señala Guénon, que toda organización iniciática tiene entre sus objetivos “tomando como punto de apoyo una cierta forma tradicional [en el caso del Temple, el cristianismo], el permitir el paso más allá de esta forma y de elevarse así desde la diversidad hacia la unidad [la Tradición Primordial]”.


Por tanto, cabe colegir que el esoterismo cristiano fue el punto de partida del círculo iniciático de la Orden del Temple, puesto que el exoterismo templario es cristiano y la Orden fue instituida como Milicia de Cristo, como la definiera San Bernardo de Claraval en su Loa a la nueva milicia del Temple. Y es precisamente la figura de San Bernardo (1090-1153) la que hay que considerar, muy especialmente, para intentar desentrañar las características de dicho esoterismo cristiano, para lo cual nos resultará nuevamente fiable la opinión de René Guénon, quien escribió un ensayo monográfico sobre el revitalizador de la Orden del Císter y protector del Temple. Guénon viene a decir, leyendo entre líneas, que San Bernardo fue la mayor autoridad espiritual esotérica cristiana. Fue además árbitro en las disputas entre el Imperio y el Papado, como igualmente desempeñó tal función para dirimir otros roces existentes entre diversos representantes del poder temporal con el Papado, además de los originados internamente en el seno de la Iglesia católica. En el ámbito político “se puede decir que la conducta de Bernardo estuvo siempre determinada por las mismas intenciones: defender el derecho, combatir la injusticia y, quizás por encima de todo, mantener la unidad en el mundo cristiano”, señala Guénon.


En lo que respecta al esoterismo, Guénon destaca su devoción a la Virgen, sus meditaciones sobre el Cantar de los Cantares y la contemplación de las cosas divinas bajo el aspecto del amor (el grito de guerra del Temple era: “¡Vive Dios, Santo Amor!”).


Igualmente, subraya el hecho de que San Bernardo fuese caballero por su linaje, carácter que subordinó al de monje. Asimismo destaca su santidad, además de que sea considerado como el último de los Padres de la Iglesia, “y en quien algunos quieren ver, no sin razón, el prototipo de Galahad, el caballero ideal y sin tacha, el héroe victorioso de la demanda del Santo Grial”.


Respecto a su marianismo, Guénon escribe: “Le gustaba dar a la Santa Virgen el título de Nôtre-Dame (Nuestra Señora), cuyo uso se generalizó en esta época y, sin duda, en gran parte gracias a su influencia. Bernardo era, como se ha dicho, un verdadero “caballero de María” y la miraba como a su “dama”, en el sentido caballeresco del término”. Cabe reseñar, al respecto, la gran devoción mariana existente en el Temple y la declaración de un templario respecto a que María era la razón de ser de la Orden.


Por nuestra parte queremos llamar la atención sobre el respeto que tenía San Bernardo por San Pablo –que se había formado en círculos gnósticos judíos y griegos-, al que calificaba como apóstol y de quien decía que su sabiduría era “no-humana” (suponemos que la adquirió en el rapto al “tercer cielo”, donde se encontró con Cristo). El “Doctor Melifluo”, San Bernardo, cita constantemente a San Pablo, y muy significativamente al inicio del primer sermón de sus comentarios al Cantar de los Cantares:


“A vosotros, hermanos, deben exponerse otras cosas que a los mundanos, o al menos, de distinta manera. A ellos debe ofrecérseles leche y no comida, el que en su magisterio quiera atenerse al modelo del Apóstol. Pero también enseña con su ejemplo a presentar alimentos más sólidos para los espirituales, cuando dice: ‘Hablamos no con el lenguaje del saber humano, sino con el que enseña el Espíritu, explicando temas espirituales a los hombres de espíritu’. E igualmente: ‘Con los perfectos exponemos un saber escondido’, como pienso que ya sois vosotros sin duda. A no ser que os hayáis entregado en vano durante tanto tiempo a la búsqueda de las cosas espirituales, dominando vuestros sentidos y meditando día y noche la ley de Dios. Abrid la boca no para beber leche, sino para masticar pan. Salomón nos ofrece un pan magnífico y muy sabroso por cierto: me refiero al libro titulado “Cantar de los Cantares”. Si os place, pongámoslo sobre la mesa y partámoslo’”.


El esoterismo cristiano medieval bebía igualmente de las obras neoplatónicas cristianas de Dionisio Areopagita, los textos atribuidos a San Juan (Evangelio y Apocalipsis), así como del hermetismo; esoterismo este último que, a través de los sabeos de Harran –secta gnóstica que existía en los primeros siglos del Islam-, fue trasladado por el islam a Occidente, especialmente, teniendo como puente a Al Ándalus. Igualmente habría que añadir una tradición céltica cristianizada a través de los culdeos, puesta de manifiesto, por ejemplo, en una serie de romances gliálicos. Por otro lado, no es extraño que conocieran en Palestina, u otros lugares, algunos de los evangelios apócrifos y gnósticos, de los que sabrían distinguir y separar el grano de la paja, lo realmente esotérico-ortodoxo de lo pseudoesotérico-heterodoxo.


Ahora bien, el círculo iniciático templario mantuvo contactos con algunos representantes cualificados del esoterismo nizarí de los chiíes septimanos del Viejo de la Montaña, cuyo centro espiritual fue Alamut, de quienes probablemente tomaron algunos elementos exotéricos (vestimenta, por ejemplo) y de organización jerárquica interior para adaptarlos al uso cristiano. (Véase capítulo XIII: “Los templarios y la secta de los asesinos”). Luis A. Vittor indica que el ismailismo “tiene una doctrina que es en muchos aspectos receptora de la tradición de los sabeos de Harran (quienes no deben confundirse con los sabeanos o mandeanos del sur de Irak y Persia), que, como se sabe, fueron depositarios de las doctrinas hermética y neopitagórica, las cuales combinan con elementos de la taumaturgia y la gnosis hindúes”. Asimismo, añadiremos que los ismailitas nizaríes apreciaban el platonismo y el neoplatonismo, y recogieron lo que quedaba de la tradición iraní.


Por otra parte, los esoteristas templarios debieron de tener en sus manos los cincuenta y dos tomos de las exotéricas y esotéricas Epístolas o Enciclopedia del grupo iniciático ismailí del siglo X, denominado Hermanos de la Sinceridad o de la pureza, enciclopedia que difundió Maslama Al Majriti (el Madrileño) en Al Ándalus hacia 1065, y que, como destaqué en Esoterismo templario, incluyó especialmente en las cofradías de constructores de origen musulmán, tan presentes en el románico español –algunos drusos pasarían a formar parte de las cofradías protegidas por el Temple, por cierto-.


No es probable que el esoterismo judío, la Kabbalah, ejerciera una influencia en el Temple, en contra de lo manifestado por diversos autores, entre ellos, Juan García Atienza. Ello se debe a una cuestión cronológica, puesto que la Kabbalah resurge en la Edad Media casi en el último tercio del siglo XIII, arrancando con el Zohar, escrito, como se ha dicho, en torno a 1270 en Guadalajara. Esta vivificación del esoterismo judío surgió, tal y como reconoce incluso el místico judío Gerschom Scholem (1897-1982), debido a la influencia de la Ciencia de las Letras (Ilmul Huruf) del esotermismo islámico, tan presente, asimismo, en las Rasail Ifwan As Safa (Epístolas de los Hermanos de la Sinceridad).


Por tanto, a falta de documentos iniciáticos templarios, será necesario convenir que el esoterismo templario hay que enmarcarlo en las tradiciones que se han expuesto y tratar de localizar su huella en los símbolos templarios y en la iconología de aquellas iglesias y encomiendas que, sin el menor margen de duda, hayan sido construidas bajo el auspicio directo de la Orden del Temple.

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