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martes, 7 de septiembre de 2010

La “Candelaria”, también venerada por los templarios


Hoy queremos compartir un texto del escritor e historiador francés Michel Lamy. Y lo hacemos porque parece ser que últimamente se ha puesto de moda el abordar el tema de la Virgen de Candelaria, desde una “óptica templaria”.


Para ello hemos extraído este texto del libro “La otra historia de los templarios”, del mismo autor franco. Deseamos desde la encomienda de Barcelona, que sea de vuestro agrado.


Fotografía de la Virgen de Candelaria


Una fecha reviste especial importancia durante el carnaval: el 25 de enero, conmemoración de la conversión de San Pablo, pero sobre todo “día de los cordeleros”. En este preciso momento, el sol atraviesa el extremo norte de la Vía Láctea, ese camino de estrellas que se proyecta en el camino de Compostela. Ese día se practicaban los llamados “fuegos de bordas”: se prendía fuego a pequeñas cabañas que se asemejaban a las de los leprosos y en las que se había colocado cáñamo. En el curso de esta purificación simbólica se alzaban del hogar unas humaredas de hachís que no pueden dejar de recordarnos las prácticas del Viejo de la Montaña. Y precisamente el carnaval era el único período del año en que los leprosos, a condición de prevenir de su proximidad agitando una campanilla, podían mezclarse con la multitud. Su llegada anunciaba el comienzo de las festividades de los dioses del mar y del viento, y Su Majestad Carnaval adoptaba a menudo el aspecto de Poseidón.


La expulsión de los mismos leprosos de las fiestas del ciclo carnavalesco señalaba el Martes de Carnaval. Todo el período en el que estaban presentes aparecía como un espacio de posible contacto con el mundo de los muertos.


Según Claude Gaignebet, debajo de las bordas se abrían unas cavidades y los leprosos eran descendidos a ellas. Los vapores de cáñamo, por encima de ellos, permitían que sus almas viajaran al Más Allá, mientras que sus cuerpos, en la fosa, parecían reposar en el seno de la Tierra Madre. Y añade:


“Purificados, iniciados, los leprosos volvían a salir sanos de la prueba. Sólo que por la mañana aparecían, en medio de las cenizas, unas misteriosas huellas de patas de oca, atestiguando el vuelo bajo esta forma de las almas liberadas de los cuerpos por medio de las Carnestolendas.”


Ese día de los cordeleros era el de los cagotes por excelencia. Su participación en el carnaval, en el País Vasco, ha sido a menudo descrita y su recuerdo ha perdurado hasta nuestros días con los kachkarots, grupos de danzantes que van haciendo colecta por las calles. Éstos no son más que el recuerdo de esas bandas de cagotes y de leprosos que eran autorizados a mendigar únicamente durante un período muy concreto del carnaval. Brueghel les ha representado a menudo pidiendo, ridículamente tocados con un gran sombrero, con un bordón, y un atuendo semejante al de los peregrinos de Santiago de Compostela.


En esa fecha del 25 de enero, fiesta de la conversión de san Pablo, ¿no pensaban los cagotes-cordeleros en el Camino de Damasco y en la gran conversión del sol en el umbral de la Vía Láctea?


A los cagotes nos los encontramos en otra ocasión durante el carnaval: el 3 de febrero, día de San Blas, caro a los templarios. Recordemos que aquéllos principalmente ejercían tres oficios: el de carpintero, hilandero de cáñamo y tejedor. Ahora bien, San Blas era el patrón de todos los trabajos de paño. Una vez más, los tejedores tuvieron un papel aparte en los oficios y parece que fueron un vehículo de transmisión privilegiado de las doctrinas heréticas. Hasta el punto de que se tachaba, por ejemplo, a los cátaros de tejedores como si ambos términos fueran equivalentes. El día de San Blas tenían lugar las fiestas del hilo y de la lana. Pero es también el día del Santo Soplo o del viento.


San Blas, en ciertos aspectos, podría ser comparado a Orfeo. Los animales salvajes escuchaban sus enseñanzas y, en las ceremonias del carnaval, en determinadas regiones conviene asociarlo al culto del oso. Pero su fiesta corresponde también al día de los vientos o de los hálitos. Hay que recordar, entonces, que es el señor de la palabra secreta. Blaiser significa, en efecto, “hablar de una determinada manera”, pronunciando las consonantes con un sonido silbante, transformando los sonidos. Es de ahí de donde deriva por deformación y extensión el término “blasón”, siendo el lenguaje heráldico una manera de decir las cosas de modo distinto, a fin de que entiendan los capacitados para entender, y nada más que ellos. Y Blas, asociado a los vanes, caros a los pueblos pelasgios, nos recuerda esas grandes orejas que adornan las esculturas de Vézelay, igual que los dioses vanes de los pueblos del mar sabían, desde sus naves, escuchar las palabras traídas por el viento y vanaient (cribaban) éstas, sin conservar de ellas más que lo que estaba exento de toda impureza.


En cualquier caso, nuestros santos templarios aparecían íntimamente ligados al carnaval, al igual que los cagotes. ¿Es un puro azar? Sin duda no, puesto que, según dice el artículo 75 de la primitiva Regla, la Candelaria formaba parte de las fiestas oficiales que debían ser celebradas en las encomiendas templarias.

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