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viernes, 22 de octubre de 2010

¿Existieron prácticas obscenas en el Temple?


Queremos hoy abordar un tema que siempre ha causado cierto revuelo y al mismo tiempo desconcierto con uno de los cargos imputados a los templarios durante el proceso de acusaciones hacia la Orden del Temple.

Para ello queremos analizar esta acusación, bajo el trabajo realizado por el historiador francés Michel Lamy y que ha sido publicado en su libro “La otra historia de los templarios”.

Deseamos que su contenido sea de vuestro agrado.

Ilustración de la época, donde se acusa a los templarios de sodomía.

Si hemos de creer las acusaciones lanzadas en su contra, los templarios habrían coqueteado con ese mundo del revés cuyo príncipe es el demonio, universo de negación y de los valores invertidos. En cierto modo, en tanto que inversión, la acusación de sodomía de la que fueron objeto les unía en la concepción de la época a un culto satánico.

La sodomía como práctica corriente entre hermanos de la Orden es una acusación que ha sido muy a menudo, ampliamente comentada. La importancia que se le ha dado haría pensar que algunos la consideraban menos como una desviación que como un verdadero elemento de culto. Ahora bien, conviene precisar no obstante que la mayor parte de las confesiones fueron obtenidas bajo tortura y que nada hace pensar en unas ceremonias organizadas a este respecto. Se trataba de comportamientos individuales, que no sabemos si eran tolerados o no por la Orden, y no una constante de ésta. Adelantémonos a decir que, oficialmente, esta práctica era duramente castigada de ser comprobada. Además, la Orden se había organizado más bien a fin de impedir tales actuaciones, pero sobre todo a fin de no estimularlas. Así, cuando descansaban en sus dormitorios comunes, los templarios estaban obligados a conservar bragas y calzones. Una luz debía brillar toda la noche para evitar que en la oscuridad…

Es sorprendente que, incluso bajo tortura, algunos caballeros se hubieran negado a reconocer este vicio. Muchos de ellos declararon que, en el momento de su ingreso en la Orden, esta práctica les había sido señalada como permitida. El hermano de Bois-Audemar precisaba:

“Él me dijo que si alguna calentura me incitaba a ejercer mis instintos viriles, hiciera acostar a alguno de los hermanos conmigo y tuviera comercio carnal con él; y que, del mismo modo, yo debería permitirlo a la recíproca a mis hermanos”.

La mayoría testimoniaron en este sentido, pero declaraban igualmente no haberlo hecho jamás y no haber sido requeridos a hacerlo por otros hermanos. Los que confesaron esta práctica bajo tortura, se retractaron de sus declaraciones tan pronto como el temor al suplicio se hubo alejado. Así, Ponsard de Gisy, que declaró incluso que el cargo achacado a la Orden de “dar licencia a los hermanos de unirse carnalmente (era) falso” y que no lo reconoció más que bajo coacción y forzado.

Por otra parte, resulta curioso constatar que incluso los que reconocieron alegremente haber negado de Cristo, se defendieron encarnizadamente contra la acusación de uranismo. Esto prueba hasta qué punto la sodomía causaba horror a la mayor parte de ellos y en tales condiciones no se concibe cómo habría podido ser una práctica generalizada en el Temple. Sin duda, como en toda Orden religiosa, hubo quienes se tomaron familiaridades a este respecto, pero las verdaderas confesiones fueron raras. Raoul de Tavernay declaró, desengañado:

“Había que tolerarlo, debido al calor del clima de ultramar”.

Guillaume de Varnage dio una explicación muy distinta. Pretendía que este vicio era tolerado, aunque contra natura, únicamente con los más jóvenes, y ello a fin de que no se sintieran tentados a frecuentar a mujeres del exterior. Se habría temido que revelaran en la intimidad del lecho los secretos de la Orden.

Más cargada de consecuencias fue la declaración de Guillaume de Giaco, fámulo del Gran Maestre, que confesó un poco lo que se quiso bajo tortura, no aceptó jamás el reconocer este vicio.

Podemos afirmar aquí, sin temor a ser tachados de exageración, que, aunque se pudieron comprobar determinados casos de uranismo en la Orden del Temple, debieron de darse éstos también entre los hospitalarios y los teutónicos. Por lo que concierne a estos últimos, baste con citar la obra de Henryk Sienkiewicz La cruz, más conocida en Francia con el título de Los caballeros teutónicos. Es una escena ciertamente carente de emoción pero en absoluto de precisión, Siegfried, el Gran Maestre, personaje retorcido y escandaloso, se empeña en discutir acerca del rapto de una jovencita con su protegido:

“Tras la partida de Bergow, Siegfried hizo salir también a las dos novicias, pues quería permanecer a solas con el hermano Rotgier, al cual amaba con amor verdaderamente paterno. Se hacían incluso, en la Orden, diversas suposiciones acerca del origen de este afecto excesivo, pero nada más se sabía al respecto…”

Es probable, puesto que, cuando Rotgier muere en un combate de hombre a hombre, Siegfried se vuelve loco de dolor y hace torturar vilmente a Jurand, cuya hija ha capturado.

Este amor apasionado y terrible es presentado más claramente aún en dos escenas de la admirable película de Alexandre Ford de 1959 basada en la obra de Sienkiewicz. En ellas, no cabe ya ninguna duda.

De templarios homosexuales sin duda los hubo, pero conviene no generalizar y está absolutamente descartado, además, hacer de ello un elemento ritual cualquiera. Ahora bien, la Inquisición y a veces la opinión pública acostumbraban, en la época, asociar las nociones de herejía y de desviaciones sexuales. Así, el término de bougre (bribón), que designaba a los cátaros en las doctrinas originarias de Bulgaria, servía asimismo para indicar que un individuo era sodomita.

De ahí a que los inquisidores desearan meter en el mismo saco a los templarios no hay más que un paso. Tanto más cuanto que se basaban a pesar de todo en algunos elementos sospechosos. La homosexualidad era bastante corriente en os países de Levante y, después de todo, los templarios bien habrían podido sufrir su contagio. Algunos incluso habían creído ver en la presencia de dos caballeros sobre un mismo corcel, en el sello de la Orden, un signo equívoco. Pero sobre todo estaban los ósculos recibido por el neófito en el momento de la recepción del nuevo templario. El que recibía al neófito llevaba a éste generalmente aparte y le pedía que le diera tres ósculos: en la base del espinazo, en el ombligo y en la boca. A veces, era él quien besaba así al reclutado novel.

Mucho se ha debatido acerca de este rito ampliamente reconocido por los hermanos, incluso sin necesidad de tormento. Hay que ver, sin duda, en ello un sentido simbólico. En el curso de una ceremonia iniciática, el ósculo en la boca podía manifestar la transmisión del aliento y de lo espiritual. El ósculo en el ombligo (a veces en el sexo) habría permitido comunicar la fuerza creadora, el impulso vital. En cuanto al tercero, en el ano, algunos ven en ello el punto de esa energía que los místicos orientales denominaban Kundalini y que debe animar uno tras otro los chakras del ser. Es obvio que ello no permite deducir que los templarios habrían podido practicar, sin embargo, un culto de Extremo Oriente. Pero su ritual podría estar relacionado con descubrimientos similares concernientes a la circulación de energías sutiles en el cuerpo.

Sin embargo, tal como cree Jean Markale, acaso sea Rabelais quien nos proporciona la mejor hipótesis. Para ello hay que remitirse a su diálogo entre Humevesne y Baisecul en Pantagruel. Jean Markale indica:

“Hay en toda la obra de Rabelais una voluntad deliberada de insistir en el valor de los aires, y especialmente en las ventosidades. Los espíritus delicados considerarán que se trata de simple escatología, pero deberían darse cuenta sin embargo del significado simbólico de los aires inferiores que proceden del mundo subterráneo, o dicho de otro modo, de la mina de donde se extrae la materia prima de los filósofos, aquella que, a fuerza de operaciones y de transformaciones, se convierte en la piedra filosofal, o digamos, de la pura luz del espíritu”.

Si Jean Markale está en lo cierto, entonces es dentro del simbolismo de un ritual donde habría que inscribir estos ósculos, pero lo menos que puede decirse, una vez más, es que su sentido no era comprendido ya por los últimos templarios.

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