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miércoles, 13 de octubre de 2010

Templarios y cátaros


Queremos compartir un texto de nuestro amigo y escritor granadino, D. Jesús Ávila Granados sobre el respeto que se profesaban templarios y cátaros. El texto lo hemos extraído del libro "Codex Templi".


Dede la encomienda de Barcelona, deseamos que el contenido lo encontréis interesante.


Imagen de Simón de Montfort


La presencia templaria en el Languedoc se remonta a 1136, aunque buena parte de las encomiendas del Temple emplazadas en esta influyente región del Midi francés hayan desaparecido. Tal es el caso de Montréal-de-Sos, en Olbier (L’Ariège), donde, según las leyendas, se ocultó el Santo Grial. Al parecer, cuatro “perfectos” huidos de Montségur la noche anterior a la rendición de la fortaleza trasladaron el Grial hasta ese lugar. Algunos grabados (con representaciones del cáliz, la lanza de Longino, etcétera), realizados en el techo de una gruta que se halla en las entrañas de la montaña sobre la que se alzó la encomienda, confirman esta idea. También unas gotas de sangre impresas en la roca. Otras encomiendas templarias de la zona son las de Junac (L’Ariège) y Bézu (Aude).

La impronta templaria en los territorios de Occitania debió de ser muy importante, como lo acreditan enclaves tan importantes como la ciudad amurallada de La Couvertoirade, al sur de Millau, y próxima a las gargantas del Tarn (Aveyron), dependiente de la encomienda de de Sainte-Eulalie-de-Cernon, en la región de larzac (Rouergue).


En La Couvertoirade, el visitante quedará extasiado al contemplar, en el cementerio de la iglesia, estelas discoidales pertenecientes a cátaros y también templarios. Todo ello dice mucho del aprecio y respeto mutuos de ambos, y no dudaron en utilizar el mismo camposanto cuando sus almas iniciaban el viaje al Más Allá. A pocos metros, debajo de la roca que soporta el peso del templo, existe un subterráneo –cluzels, en occitano- utilizado por los templarios para celebrar sus ritos; ese lugar fue utilizado por los cátaros como refugio contra la Inquisición a comienzos del siglo XIV, después de la desgracia del Temple; también fue utilizado como cueva ritual. La fuente de agua sigue brotando de las entrañas de la tierra, y aún se conserva el artilugio –una especie de noria de madera- creado por los templarios para elevar esta agua milagrosa a la plataforma superior. En el cementerio medieval de la villa turolense de Fuentespalda, en el bajo Aragón español, también pueden verse tumbas –estelas discoidales- pertenecientes a templarios y a cátaros.


Es importante puntualizar que no debe confundirse nunca un cruzado con un templario: los soldados que combatieron a los cátaros fueron cruzados, soldados reales pagados por la Iglesia y por la monarquía francesa; y en este colectivo militar jamás se encontraron caballeros templarios. Los cruzados que persiguieron la herejía cátara eran generalmente mercenarios, cuyo salario se fijaba de acuerdo con el botín que pudiera conseguirse en las conquistas de las plazas ocupadas de Occitania. Una vez dicho esto, es mucho más fácil comprender que entre cátaros y templarios no se produjo ningún enfrentamiento armado. Tampoco los templarios, y es otra cuestión verdaderamente sorprendente, desnudaron sus espaldas para combatir a las comunidades judías del Languedoc y de Provenza, igualmente perseguidas por la Inquisición, donde se hallaban las aljamas (juderías) más influyentes de Francia; Carpentras, donde se conserva el baño de ritual (mihvé) más importante de la región, fue una de esas aljamas notables.


Desde el comienzo de la cruzada albiguense, en 1209, y, sobre todo, a partir de la caída de Montségur (1244), se produjo un éxodo de cátaros y gentes afines al catarismo. Abandonaban el Languedoc huyendo de los “exploradores” (agentes de la policía secreta del Santo Oficio) y abrieron un pasillo natural de enlace a través de los Pirineos: el Camí del Bons Homes (Camino de los Hombres Buenos). Esta ruta enlaza la fortaleza de Montségur, al norte, con el santuario de Queralt, en Berga (Barcelona), al sur; el sendero aún se mantiene abierto y, como el Camino de Santiago, fue protegido logísticamente por los caballeros templarios. A través de este camino huyó Guillaume Bélibaste, el último cátaro documentado, quien encontró refugio en la comarca del Maestrazgo (Maestrat), en la provincia española de Castellón, concretamente, en la villa de Sant Mateu. Allí convivió entre antiguos caballeros templarios –ya en la clandestinidad-, que formarían luego la nueva Orden de Montesa (1319), y entre judíos, según confirman las crónicas.


En Domme (Périgord) se dio una interesante circunstancia: en noviembre de 1214, esta población sería arrasada por los cruzados de Simón de Montfort, puesto que pertenecía a un señor feudal protector de cátaros, llamado Bernard de Casnac. En ese mismo lugar, el monarca Felipe III el Atrevido ordenó la construcción de la bastida (ciudad fuerte, entre 1280 y 1310), y allí fueron enterrados Jacques de Molay y los últimos dignatarios del Temple. Los templarios fueron encarcelados en la llamada Puerta de las Torres y en 1307 fueron torturados cruelmente antes de ser trasladados a Chinon (Turena). En la prisión de Domme se conservan sobrecogedores graffiti (grabados cincelados) en los muros interiores de las mazmorras hechos por los templarios durante el cautiverio.


No lejos de allí, en Sarlat, la capital del Périgord Negro, se conserva viva una leyenda que relaciona a cátaros y templarios. Todo comenzó a principios del mes de agosto de 1147, cuando Bernardo de Claraval, en su viaje por el Languedoc, acompañado por los obispos de Ostie y de Chartres, llegó a Sarlat, coincidiendo con una epidemia de peste. Aquel “castigo divino”, según la interpretación de San Bernardo, era la consecuencia de los pecados de esta población, famosa por su libertad de pensamiento y refugio de herejes. Entonces, el mentor de cistercienses y templarios protagonizó el milagro de los panes: entregó esas hogazas a los enfermos y éstos sanaron inmediatamente. En recuerdo de aquel episodio histórico, según las crónicas, se levantó la Linterna de los Muertos, una torre en forma de obelisco de piedra que se alza sobre los jardines Dels Enfeus, el cementerio medieval. Jean-Pierre Bayard, en su obra El secreto de las catedrales (Tikal, Gerona, 1995), explica qué son esos curiosos elementos arquitectónicos que parecen diseñados para proyectar el alma de los difuntos hacia el Cielo, las llamadas “linternas de los muertos”:


“Las linternas (o cupulinos) de los muertos son pequeñas construcciones emplazadas en los cementerios, generalmente aisladas o situadas sobre un edificio. Más altas que anchas y abiertas por los lados, terminan en una lucernaria o un campanil celado, de forma piramidal o cónica, a menudo con una cruz o un florón de piedra. Estas construcciones, románicas o góticas, aparecen a partir del siglo XII y desaparecen al final de la Edad Media.

Tienen una altura de cuatro a veinte metros y en algunas de ellas se puede acceder a la parte superior por una escalera interior; una piedra de altar, situada a la altura e un hombre y orientada hacia el este, permite que se oficie la misa. Por su lucernaria, estos curiosos edificios tienen una función de vigilancia; en ellas se mantiene una llama continuamente encendida, que es a la vez una oración y un exorcismo: ahuyenta a los malos espíritus. Esta luz preserva a los vivos, vela sobre los difuntos y obliga a tener presentes a los antepasados. Quizá sean las “lámparas inextinguibles”.


Esta singular construcción, evocadora de las civilizaciones orientales, podría haber sido importada por los templarios. La construcción citada del cementerio de Sarlat también puede tener relación con el Temple, porque no muy lejos de allí se encuentra la iglesia románica de Temniac, en cuya cripta se rinde culto a una milagrera Virgen negra, dependiente de la iglesia de La Canéda, único testimonio de una antigua encomienda templaria, sobre cuya fachada campea una cruz paté, mientras que en su cementerio tampoco faltan estelas discoidales cátaras.


Otro lugar occitano en donde también coincidieron cátaros y templarios es Minerve (Hérault). En ese lugar, en 1210, se vivieron precisamente los episodios más sangrientos de la cruzada albigense. Tras la masacre de Béziers, el poderoso ejército de los barones del norte se interesó por Minerve, villa encajonada entre profundos barrancos naturales; su recinto de doble muralla, defendido por toda la población, logró rechazar los primeros ataques de los cruzados, pero cuando Simón de Montfort ordenó instalar cuatro piezas de la terrible malvoisine –gigantesca catapulta capaz de lanzar cargas de más de quinientos kilos de peso-, las andanas no tardaron en derribar las defensas y destruir el pozo de agua potable, sembrando el pánico entre los maltrechos defensores, entre los que también se encontraban algunos caballeros templarios. Ante la desesperada situación, los habitantes de Minerve decidieron abrir las puertas de la ciudad y rendirse a los cruzados. Simón de Montfort, como premio a su valentía, quiso perdonarles la vida; sin embargo, el diabólico Arnaud Amaury, jefe espiritual de la cruzada, no tuvo piedad con los ciento ochenta supervivientes de la población y amenazó con arrojar a las llamas “purificadoras” a todo aquel que no abjurase de su fe herética. Según las crónicas, no quedó vivo ningún habitante de la ciudad. Como testimonio de aquel holocausto, se conserva en Minerve una maison de “perfectos” cátaros, algunos lienzos de la muralla, con el torreón de la Candela, que domina el abismo, restos de otras torees, el pozo o aljibe, y la maison des templiers; sobre cuya puerta aún campea la cruz paté.


Hoy, ochocientos años después, las estrechas y empinadas calles de Minerve recuerdan al viajero una época aún muy viva. Es importante recordar, además, que bajo los cimientos de esta esotérica población del extremo oriental de Occitania se abre un laberinto de grutas naturales, con sus correspondientes manantiales de agua, algunos de los cuales seguramente fueron utilizados por templarios y cátaros para llevar a cabo sus rituales de iniciación.

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