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miércoles, 1 de junio de 2011

Conociendo a Jesucristo: Conflictos y enfrentamientos


Desde la encomienda de Barcelona, compartimos con todos vosotros un detalle que algunas veces descuidamos y que gracias al teólogo protestante J.R. Porter, nos recuerda también a un Jesús no siempre “bondadoso”; sino crítico con aquéllos que no quieren reconocer su poder.

Porter, en su libro “Jesus Christ”, nos narra con claridad; disputas y conflictos que tuvo Jesús durante su prédica por tierras judías y que no pasaron desapercibidos por sus discípulos, plasmándolos los evangelistas en sus obras.

Desde Temple Barcelona, os aconsejamos su meditada lectura.

Escena donde Jesús se enfrenta a los fariseos y escribas por sorprender a una mujer en adulterio con la célebre respuesta de Cristo: “Dejad que aquel de vosotros libre de pecado tire la primera piedra”. Título de la obra: “Cristo y la mujer adúltera”. Autor: El Guercino.

Los evangelios contienen muchos relatos de la oposición a Jesús y sus enseñanzas, con una clave de “historias de conflictos” que destaca, las cinco agrupadas al principio del evangelio de Marcos (Mc 2, 1-3, 6). Éstas fueron conservadas porque contienen palabras de Jesús consideradas importantes para su mensaje.

Con frecuencia se ha dicho que las historias de los enfrentamientos de Jesús con varios grupos judíos, especialmente con los fariseos, realmente reflejan posteriores disputas entre cristianos y judíos, aparecidas después de la muerte de Jesús. Pudiera ser que los evangelios se hayan visto influenciados por las circunstancias posteriores, pero muchos aspectos del mensaje y las acciones de Jesús, realmente hubieran provocado reacciones hostiles en su época.

Para empezar, Jesús entró en conflicto con su propia familia, que incluso intentó retenerlo como un lunático peligroso (Mc 3, 21). Esto es algo que difícilmente hubiera inventado la Iglesia primitiva y que causaba embarazo, tal y como demuestra el hecho de que algunos manuscritos del Nuevo Testamento que no son el original de Marcos implican a los “escribas y otros” más que a “su familia”. Jesús y sus seguidores se dedicaron a una peripatética vida de pobreza y pudo comprobarse cómo desafiaba las ataduras del hogar y la familia, cuando dijo que sus discípulos eran su única y verdadera familia (Mt 12, 49-50) y que su compromiso con él implicaba la renuncia a la familia y a las posesiones materiales (Mc 10, 28-30 y paralelos; Mt 10, 37-39; Lc 14, 26-27).

Los evangelios recogen el éxito del ministerio de Jesús en Galilea, pero también muestran que hubo problemas: Jesús fue expulsado de la sinagoga de Nazaret, donde se crió (Lc 4, 16-30), y no pudo realizar ningún milagro en el lugar porque los habitantes no reconocieron su autoridad profética (Mc 6, 1-6 y paralelos). Jesús maldijo a diversas ciudades galileas por no responder a su mensaje (Mt 11, 20-24; Lc 10, 13-15).

Los evangelios recogen numerosos enfrentamientos sobre temas específicos entre Jesús y los fariseos, los “escribas” y otros expertos en la ley judía estrechamente relacionados con ellos. Por ejemplo, ellos acusaron a Jesús de estar poseído por Belcebú, el príncipe de los demonios, y de realizar exorcismos en su nombre (Mc 3, 22 y paralelos). Esta acusación –de que Jesús era un falso mago- era una manera de aislarle como una amenaza contra el orden religioso y social establecido.

Sin embargo, los fariseos representaban un abanico bastante amplio de opinión religiosa y los evangelistas dejaron ver que éstos no eran siempre hostiles contra Jesús. Gran parte de las enseñanzas de Jesús se correspondían con el punto de vista de los fariseos, como en el caso del rechazo de los argumentos de los saduceos contra la resurrección de la muerte (Lc 20, 27-39). Las palabras de Jesús sobre este tema se ganaron la aprobación de los escribas, y su definición de la orden suprema de la ley judía también es representada como en armonía con la de los escribas (Mc 12, 28-34; Lc 10, 25-28).

Los “infortunios” que Jesús pronunció contra los fariseos, especialmente en Mateo (Mt 23, 13-29), probablemente repercutieron en posteriores tensiones y representan en gran medida la versión del evangelista de una lista similar de denuncias e infortunios profetizados en la Biblia hebrea (como en Is 5, 8-24 y en Hab 2, 6-19). Jesús, como muchos judíos de su tiempo, al parecer reconocía a los fariseos como maestros autorizados (Mt 23, 2-3) y se menciona que disfrutó de la hospitalidad de algún fariseo. Es importante destacar que los tres evangelios sinópticos no hacen alusión a la intervención de los fariseos en los movimientos que llevaron a la detención y condena de Jesús.

A pesar de todo, seguían existiendo importantes diferencias entre el punto de vista de Jesús y el de los fariseos. El problema fundamental es resumido en la queja de Jesús de que los fariseos habían descuidado “lo más importante de la ley: el juicio y la misericordia y la fe” (Mt 23, 23). Según Jesús, las reglas fariseos sobre materias como los diezmos, el ayuno y la pureza sacerdotal, las cuales se habían instaurado para proteger y reforzar la ley mosaica, se habían llevado tan lejos que existía el peligro de oscurecer sus verdaderas prioridades. La observancia de unas reglas tan estrictas podía convertirse en una carga y conducir a una actitud de desprecio hacia los marginados sociales y religiosos con los que Jesús se identificaba tan estrechamente, tal y como se demuestra en la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos (Lc 18, 9-14). La prioridad de Jesús eran los temas sociales, como curar la enfermedad o saciar el hambre, aunque fuera a costa de la observancia del sabbat (Mc 2, 23-28 y paralelos).

Sin duda, los fariseos veían a Jesús como una amenaza a su autoridad religiosa y sus enseñanzas. A sus ojos, era un provinciano sin ninguna formación religiosa, e inevitablemente cuestionaban todo lo que decía, tan diferente de las enseñanzas de los escribas (Mc 1, 22; Mt 7, 29), así como que pudiera poseer la autoridad por sí mismo (Mc 11, 27-33 y paralelos).

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