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jueves, 30 de junio de 2011

La caída de Acre: Iª parte


Desde la encomienda de Barcelona queremos compartir con todos vosotros la repercusión que tuvo la caída de Acre con las órdenes militares instaladas en Tierra Santa.

Para ello hemos recuperado un texto del escritor y novelista Piers Paul Read de su obra “The Templars”, donde de manera sencilla, nos acerca a las vicisitudes provocadas por la pérdida de Acre.

Desde Temple Barcelona deseamos que estas líneas os sean de utilidad para comprender en el contexto que se movieron los Pobres Caballeros de Cristo.

Otro cruzado ascendido cuando se encontraba fuera de Europa fue el compañero de armas de Eduardo, Teobaldo Visconti, el archidiácono de Liège: mientras se hallaba en Acre, llegaron de Europa dos emisarios para decirle que había sido elegido como nuevo Papa. Tras años de disputa, los cardenales católicos reunidos por los prefectos de la ciudad para obligarlos a tomar una decisión; luego los habían expuesto a los elementos, quitándoles el techo del palacio, finalmente, les habían negado todo alimento, hasta que al fin llegaron a un acuerdo.

Bajo el nombre de Gregorio X, el Papa electo regresó primero a Viterbo y luego a Roma, a la que sus dos predecesores habían evitado, donde fue coronado con la tiara papal el 27 de marzo de 1272. En espíritu, sin embargo, seguía estando en Palestina: “Conservaba un vívido recuerdo de Jerusalén y trabajó para su recuperación. Su genuina devoción por la causa de Tierra Santa se convirtió en la base de su política.” Antes de cumplirse un mes de su nombramiento, llamó a un concilio general de la Iglesia a reunirse en Lyon. La prioridad de la agenda era una nueva cruzada, y pedía que se presentaran propuestas teniendo en cuenta el fracaso de la expedición de Luis IX a Túnez dos años antes.

Como requisito previo para una cruzada de éxito, Gregorio X hizo lo posible por reconciliar a las facciones beligerantes de Europa, e intentó también acercamientos con el emperador griego de Constantinopla, Miguel VIII Paleólogo, invitándolo a enviar delegados a Lyon con la idea de unir las dos Iglesias. Después de tantos reveses, la prédica de una cruzada ya no era frontal: Humberto de Romanos, el quinto maestre general de la Orden de los Hermanos Predicadores, los dominicos de Domingo de Guzmán, había advertido a los frailes en su manual, De predicatione sancte crucis, que debían estar preparados para responder a críticas directas y hostiles, y que sus sermones muchas veces se toparían “con la burla y el desdén”. Humberto hizo una lista de los argumentos usados por sus opositores; por ejemplo, que era incompatible con las enseñanzas de Cristo matar en nombre de la Iglesia: “Los defensores de las misiones pacíficas a tierra infiel eran muy numerosos en la época del Segundo Concilio de Lyon.” Incluso entre aquellos que respaldaban una nueva cruzadas, había amplio consenso en que la misma no debía basarse en una leva popular como se vio en la primera Cruzada –el passagium generale- sino, como proponía Gilbert de Tournais, en una fuerza expedicionaria de soldados profesionales, el passagium particulare.

Un solo monarca europeo, el rey Jaime de Aragón, asistió al concilio reunido en Lyon el 7 de mayo de 1274. La ausencia del antiguo camarada de armas del Papa, Eduardo I de Inglaterra, fue una particular decepción porque podría haber aportado a los padres del concilio la ventaja de su experiencia. Sin el rey Eduardo ni el rey Felipe III de Francia, Gregorio recurrió al consejo de los grandes maestres de las órdenes militares: Hugo Revel, del Hospital, y Guillermo de Beaujeu, elegido gran maestre del Temple tras la muerte de Tomás Bérard el año anterior.

Guillermo era un Templario de carrera, con amplia experiencia en Palestina como combatiente y administrador. En 1261 había sido capturado durante un ataque y rescatado más tarde; había sido preceptor templario en Trípoli en 1271, y era preceptor del reino de Sicilia en el momento de su elección. No obstante, su ascenso se debió seguramente a sus vínculos con la corona francesa. Su tío había peleado junto a Luis IX en el Nilo, y a través de su abuela materna, Sibila de Hainault, estaba emparentado con la familia real de los Capetos. Los reyes franceses no sólo habían sido la fuente europea de ayuda más fiable para Tierra Santa, con una fuerza permanente de caballeros y ballesteros en Acre, sino que, con el triunfo de Carlos de Anjou sobre su rival Hohenstaufen en la batalla de Tagliacozzo, el dominio francés se extendía ahora a todo el Mediterráneo. Como resultado, Guillermo de Beaujeu, en el Concilio de Lyon, se opuso a la propuesta presentada por el rey Jaime I de Aragón de enviar una fuerza de 5.000 caballeros y 2.000 soldados de infantería como vanguardia de un passagium generale, argumentando que hordas de cruzados entusiastas pero indisciplinados y transitorios no serían de ninguna utilidad. Lo que hacía falta era, primero, una guarnición permanente en Tierra Santa, reforzada periódicamente por pequeños contingentes de soldados profesionales, y segundo, un bloqueo comercial a Egipto para minar su economía.

Guillermo de Beaujeu sostuvo que, como requisito previo para ese bloqueo, los cristianos tendrían que establecer en el Mediterráneo oriental una supremacía naval que no dependiera de las repúblicas marítimas italianas –Venecia, Génova y Pisa- porque el comercio de éstas co Egipto era sencillamente “demasiado lucrativo para ser abandonado”, con los venecianos incluso utilizando Acre para vender a Egipto material bélico procedente de Europa. Siguiendo ese consejo, el Concilio de Lyon ordenó a los grandes maestres del Temple y el Hospital construir una flota de barcos de guerra.

Había otra razón para que los Templarios apoyasen a Carlos de Anjou: le había comprado dos derechos al trono de Jerusalén a una pretendiente legítima, María de Jerusalén, por mil libras de oro y una pensión anual de 4.000 livres tournois. Para los Templarios, y sin duda para el Papa, un único soberano de la casa real francesa era, de lejos, mucho mejor base política que un reino mixto de Sicilia y Jerusalén para preservar la presencia latina en Tierra Santa; pero esto ponía a la Orden en conflicto con la nobleza nativa del reino de Acre, que apoyaba el reclamo del rey Hugo de Chipre. Cuando Guillermo de Beaujeu regresó a Acre en 1275 y se negó a reconocer la autoridad del rey Hugo, éste volvió a Chipre sumamente indignado y le escribió al Papa quejándose de que las órdenes militares hacían ingobernable Tierra Santa.

Carlos de Anjou, que también tenía el apoyo del papa Gregorio X, envió un bailli a Acre, Roger de San Severino, para gobernar en su nombre. La nobleza nativa no vio otra alternativa que aceptar la autoridad de Roger, que éste ejercía junto con Guillermo de Beaujeu. Con el fin de recuperar su posición, el rey Hugo hizo dos campañas con fuerzas expedicionarias, a Tiro en 1279 y Beirut en 1284, ambas frustradas en gran medida por los Templarios. El precio pagado por la Orden fue el secuestro o la destrucción de sus propiedades en Chipre, lo que a su vez generó protestas del Papa. (continuará)

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