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viernes, 3 de junio de 2011

Los Pobres Caballeros de Cristo: las actividades visibles y los saberes ocultos


Desde la encomienda de Barcelona, seguimos con el apartado dedicado a las Cruzadas, pero sobre todo a las órdenes militares que combatieron en las mismas. Para ello y siguiendo la estela de la Orden del Temple, hoy nos centramos en las actividades que la Orden realizó juntamente con las hipotéticas acciones que los templarios pudieron llevar a cabo.

Por ello hemos seleccionado el siguiente texto del periodista y escritor D. Juan Ignacio Cuesta de su libro “Breve historia de las Cruzadas”, donde nos acerca de forma escueta a los misterios del Temple.

Desde Temple Barcelona, confiamos que disfrutaréis de su lectura.

Foto de “la intrigante” ermita de san Bartolomé de Ucero (Soria)


La historia de la Orden y sus vicisitudes son fáciles y conocidas, porque se ha escrito lo inimaginable sobre estos hombres. Puede consultarse en numerosos sitios. Por eso analizaremos algo menos estudiado como tratar de averiguar qué posibles conocimientos adquirieron como consecuencia de su participación en las Cruzadas y que diseminaron a lo largo de cientos de rutas entre Jerusalén y Santiago de Compostela cruzando Europa.

La ciudad donde predicó Jesús era además punto de llegada de cuantos transitaban por la conocida hoy como “Ruta de la Seda” o más propiamente en aquellos tiempos “Ruta de las Especias”. Viniendo desde Extremo Oriente, no era sólo un camino donde se producían numerosos intercambios comerciales, sino también una vía por la que llegaron hasta nuestras latitudes muchos conocimientos de todo tipo, que fueron aplicados en muy diversos campos, y también dieron lugar a otros nuevos.

En primer lugar hay que señalar que el inmenso poder económico de los templarios les permitió convertirse en los primeros banqueros conocidos que funcionaron con eficacia. Un “pagaré” firmado en Jerusalén podía hacerse efectivo en cualquier lugar de Europa o Asia donde hubiera una encomienda regentada por ellos. Su prestigio fue creciendo y haciéndose inmenso gracias a su gran solvencia. Acumularon tal cantidad de riquezas y posesiones procedentes de las donaciones que iban recibiendo de casi todo el mundo, que se convirtieron en propietarios de gran parte de la hacienda de los reinos cristianos. Sus riquezas eran las principales garantías para aquellos que recurrían a sus servicios. Entre sus deudores no sólo había peregrinos, caballeros y señores feudales, también clérigos, príncipes de la Iglesia, reyes y estados.

En segundo lugar, su actividad militar consistió fundamentalmente en acudir en apoyo de los monarcas que participaron en las Cruzadas, pero no sólo en Asia Menor, sino en otros lugares, como Inglaterra, Italia o España, aparte del país donde nacieron, Francia.

Fueron soldados y gestores eficaces, aunque sufrieron algunas derrotas desastrosas que diezmaron sus huestes, como la famosas batalla de los Cuernos de Hattin (Qurunhattun), en la que también perdieron muchos efectivos los hospitalarios.

Ejemplo de la eficacia de su misión son la gran cantidad de edificios religiosos, hospitales y castillos templarios construidos o utilizados en el Camino de Santiago, como por ejemplo la iglesia de Santa María de Eunate, la “linterna de los muertos” de Torres del Rió o el castillo de Ponferrada. Particularmente, en el corazón más escondido de la provincia de Soria estuvo uno de sus enclaves más singulares, el Priorato de San Juan de Ucero. Y perteneciente a él nos queda la iglesia protogótica de San Bartolomé, en medio del Cañón de Río Lobos, recortándose contra las escarpadas peñas donde los buitres son los dueños legítimos del aire y del silencio. Un monumento único en el mundo por su extraordinario simbolismo templario, además enciclopedia de las misteriosas marcas de cantero, características de los edificios románicos y góticos.

Parte de su poder militar procedía de la circunstancia de que, para ser independientes, crearon una gran flota capaz de rivalizar con la de los mercaderes genoveses. Navíos como El Halcón del Temple o La Bendita, aparte de suministros y mercancías, trasladaban a los peregrinos hacia Tierra Santa o Santiago de Compostela. Se cuenta que de Marsella partían entre tres mil y cuatro mil cada año. Además, antes de embarcarlos, les alojaban en lugares como Barletta, Brindisi o Arlés.

Para atender a tan gran flota, construyeron o adquirieron puertos como Mónaco, Colliure, Mallorca o Ille-aux-Moines, en la costa bretona. También tuvieron muelles en lugares como Toulon, Marsella o Beaulieu. Alrededor de su puerto principal, La Rochelle, flota una de esas leyendas difícilmente demostrables que mitifican al Temple.

La gran cantidad de rutas que partían de este puerto, rodeado por otra parte de gran número de encomiendas, nos hace sospechar que no estaba destinado a los barcos que partían hacia Asia. Cruzar por el Estrecho de Gibraltar no parece el mejor camino para ir a Tierra Santa. Por eso, Jean de la Varande planteó la posibilidad de que la función principal de este puerto fuera la de mandar navíos a través del Atlántico que llegarían a México o Brasil, donde explotarían algunas minas de plata de las que tuvieron noticia por medios que desconocemos. Algunos expertos han señalado esta posibilidad observando algunos símbolos y documentos que están en las Islas Canarias.

¿Es posible que estos monjes, conociendo perfectamente las tradiciones, por ejemplo de los pescadores vascos que iban a pescar a Terranova mucho antes del nacimiento de Cristóbal Colón, o los viajes que realizaron drakkars vikingos a la costa americana, realizaran en secreto viajes a la costa americana y explotaran sus riquezas?

¿No existían entre los nativos tradicionales con las que se encontró el marinero genovés, supuesto descubridor de aquel continente, que hablaban de hombres barbudos que llevaban cascos? ¿Por qué colocó en las velas de la Pinta, la Niña y la Santa María la misma cruz que usaban los templarios? ¿Quizá viajó siguiendo la ruta descrita en algún plano antiguo que podría haber pertenecido a los marinos de la orden, una de cuyas ramas no disueltas, por cierto, se transformó en la portuguesa Orden de Cristo, muy cercanos a Enrique el Navegante?

El investigador Jacques de Mahieu afirma haber hallado algunas pruebas de la presencia de templarios en América tras analizar ciertos petroglifos. El canario José Antonio Hurtado, en el libro La ruta T y D, nos pone sobre la pista de un curioso cartulario elaborado por los cartógrafos Abraham y Jafudá Cresques en el siglo XIV, en el que aparecen una serie de signos que parecen indicar rutas que ya se empleaban para viajar a través del Atlántico, y los lugares importantes donde encontraron cosas reseñables.

Está por demostrar si tales viajes se produjeron y si con ellos obtuvieron metales preciosos, pero seguimos en terrenos abonados por simples conjeturas.

Tal sucede con el proceso seguido para disolver la orden, en el que fueron acusados de haber empleado métodos poco ortodoxos para obtener grandes cantidades de oro, en concreto la alquimia, aunque nadie fue capaz de encontrar entonces, ni después, tales riquezas en ninguna parte. Desde luego no tenemos constancia de que nadie lo haya hecho nunca. Sus tesoros realmente fueron los productos obtenidos de las donaciones y los procedentes de acciones de guerra y de su actividad como “banqueros”. Y éstos, en el caso francés desaparecieron como por encanto y aún así siguen sin aparecer.

En le caso de España existen también numerosas leyendas al respecto en lugares como la localidad segoviana de Maderuelo o en el castillo de Montalbán, donde tampoco han sido encontrados.

Sin embargo si tuvieron contacto con los secretos de la alquimia, que fueron obtenidos por el contacto con sabios árabes y persas, y si tuvieron otras consecuencias comprobables hoy. Las manipulaciones realizadas sobre distintos materiales permitieron la creación de las maravillosas vidrieras góticas y sentaron las bases de la actual tecnología del vidrio (aunque realmente desconocemos algunos de los procesos que descubrieron relacionados con la obtención de ciertos colores).

No sabemos cuántos templarios fueron “adeptos” iniciados en el llamado también Ars Magna. Desde luego muy pocos, seguramente los de origen noble pertenecientes a los círculos superiores, que realizaron sus prácticas en el más absoluto secreto.

Hasta aquí todo forma parte de un totum revolutum especulativo, aunque muchas de las sospechas están perfectamente justificadas. Sin embargo, hay asuntos sobre los que no existe duda ninguna. El gótico aparece en pleno período románico, como una verdadera revolución en el concepto de espacio sagrado. Los edificios anteriores eran recintos casi monacales, donde los clérigos estaban separados del pueblo llano. Con la construcción de las catedrales góticas, el pueblo pudo acceder al recinto sagrado en condiciones de igualdad con respecto a los religiosos. El nuevo espacio fue concebido como lugar de reunión, dotado de características especiales.

Esta era una idea aperturista acariciada por el Temple desde su fundación, que apoyó a los constructores de estos recintos y les indicó cómo debían realizarse.

La primera aplicación del nuevo estilo sería la girola que se añadió al panteón real de Saint Denis, cerca de París. La nueva incorporación, el “deambulatorio” que rodea al altar mayor, es la recuperación del concepto de Sancta Sanctorum, donde el creyente toma conciencia de quién es y es consciente de su verdadero lugar dentro de un evidente “Plan del Creador” para el que el nuevo recinto sagrado sirve de instrumento.

A partir de ese momento, cree en todas partes un ansia febril por constituir de este modo, lo que lleva a que todo el mundo quiera tener su catedral. Como consecuencia aparecen nuevos oficios artesanales relacionados con la escultura, el trabajo de la madera y de los metales. Se incorporan también nuevos métodos de trabajar la piedra para aligerar las paredes y convertirlas en espacios traslúcidos donde se plasma todo tipo de escenas, tanto religiosas como simbólicas. (continuará)

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