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jueves, 22 de septiembre de 2011

Conociendo a Jesucristo: Gentiles y Samaritanos


Desde la encomienda de Barcelona continuamos con nuestro compromiso en conocer de cerca la vida y obra de Nuestro Señor y Redentor. Para ello hemos seleccionado un nuevo texto del teólogo protestante J.R. Porter de su libro “Jesus Christ”.

En él podemos observar la convivencia que hubo en tiempos de Jesús entre Gentiles y Samaritanos.

Desde Temple Barcelona deseamos que su lectura os sea propicia.

Recreación de Jesús y la Samaritana

Pocos años después de la muerte de Jesús, el embrión de la Iglesia emergió como un cuerpo misionero con centro en Jerusalén. El punto de vista cristiano tradicional es que los líderes de Jerusalén se comprometieron a preocuparse por los judíos conversos, mientras que el apóstol Pablo y su compañero Barrabás se embarcarían en una misión dirigida a los gentiles. (Gál 2, 7-10).

Existen considerables evidencias que indican que el propio Jesús no asumió personalmente esta misión dirigida a los no judíos. Él dijo que había sido enviado “sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 15, 24). En alguna ocasión, incluso mostró clara antipatía por los gentiles, por ejemplo, describiéndoles como “perros” (Mc 7, 27 y paralelos), un epíteto empleado también en fuentes rabínicas. Cuando Jesús envió a los doce apóstoles a su viaje misionero, les ordenó que no se dirigieran ni a los gentiles ni a los samaritanos (Mt 10, 5).

Este tipo de dichos parece reflejar la verdadera actitud del propio Jesús, ya que él no comulgaba con la práctica ni de la rama judía ni de la rama gentil de la Iglesia primitiva. Vale la pena destacar que los primeros cristianos, en su enfoque de los gentiles y en la cuestión de la circuncisión, nunca apelaron a ninguna enseñanza directa de Jesús sobre estas cuestiones.

No obstante, algunas palabras y acciones de Jesús apuntan en otra dirección. Jesús declaró los doce discípulos se sentarían en tronos en el día del Juicio para juzgar sólo a las tribus de Israel (Mt 19, 28; Lc 22, 28-30), pero ambos evangelios también recogen su afirmación de que aquellos que se sentarán en el reino de Dios son, de hecho, gentiles, los cuales sustituirán a los judíos (Mt 8, 11-12; Lc 13, 28-29). Jesús dijo que había encontrado más fe en un centurión romano que en cualquier otro lugar de Israel (Mt 8, 10; Lc 7, 9) y reconoció la verdad en la afirmación de la mujer cananea de que un gentil podía compartir los privilegios de los judíos (Mt 15, 27-28; Mc 7, 28-29). Escrito está que Jesús sanó no sólo a los judíos sino también a las multitudes que se dirigían a él procedentes de zonas no judías (Mc 3, 7-8 y paralelos).

Estas actitudes opuestas hacia los gentiles reflejan el sentir de los judíos de la época. Es probable que Jesús considerara su ministerio como una preparación de Israel para el inminente advenimiento de la perfecta ley de Dios (Mt 10, 23), mientras que concedía que este mundo también alcanzaba a gentiles y samaritanos.

Así, incluso si concluye que la idea de una misión extendida a todas las naciones emergió sólo después de la Crucifixión (Mt 28, 18-20; Mc 16, 15; Lc 24, 47), una misión de este tipo puede entenderse como un desarrollo legítimo de las palabras y hechos del propio Jesús. En su doctrina existe una marcada corriente universalista, al igual que en la idea de que Dios cuida de todos los hombres y mujeres por igual, e incluso acoge a los enemigos de uno (Mt 5, 43-48; Lc 6, 27-28, 32-36). Uno de los rasgos más característicos del ministerio de jesús fue su compañerismo con los excluidos de la sociedad y su preocupación por ellos: recaudadores de impuestos, pecadores que se habían puesto a sí mismos fuera de la ley judía, samaritanos y minusválidos. Aquí puede verse la raíz del concepto de un evangelio para toda la humanidad, tal y como expresó Pablo: “No hay diferencia de judío y de griego; porque el que es Señor de todos, rico es para con todos los que le invocan” (Rom 10, 12).

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