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jueves, 8 de septiembre de 2011

Las órdenes militares en Occidente: IIIª parte.


Desde la encomienda de Barcelona concluimos con este apartado seleccionando un nuevo texto de la historiadora y especialista en la Orden del Temple, Mrs. Helen Nicholson, de su libro “The Knights Templar”.


Esta vez podemos conocer de su puño y letra las diferencias que existieron entre las órdenes supranacionales (como la Orden del Temple) y las órdenes locales (como la Orden de Calatrava) en la península Ibérica, junto con las repercusiones e influencias en los distintos reinos de lo que hoy conocemos como España y Portugal.


Desde Temple Barcelona deseamos que disfrutéis de su apasionante lectura.


Jaime I concedió muchos privilegios a los templarios, pero, según parece, tuvo el firme convencimiento de no cederles un papel principal en la defensa del reino, y no cumplió el acuerdo sellado en 1143. A partir de 1244, Aragón dejó de tener fronteras con los musulmanes, y las posibilidades de enriquecerse con la conquista y los botines se vieron notablemente mermadas. Cabría especular si la determinación del monarca de no permitir que los templarios se hicieron demasiado poderosos en Aragón fue fruto o no de haberse criado con ellos en Monzón entre los seis y los nueve años de edad. El relato que ofrece el monarca de esa etapa de su infancia no indica precisamente que la tutela de los templarios lo colmara de felicidad.


A medida que avanzaba el siglo XIII, los reyes de Aragón fueron quejándose más y más de que las órdenes militares no cumplían con sus obligaciones castrenses. Las órdenes iban realmente escasas de dinero debido a las pérdidas sufridas en Tierra Santa y a la caída experimentada por las donaciones piadosas de todas las órdenes religiosas de Europa occidental, y por consiguiente estaban menos preparadas para asumir responsabilidades militares. Sus casas no disponían de muchos recursos. Alan Forey ha indicado que en 1289 la casa de los templarios de Huesca, siguiendo las órdenes del maestre provincial de Aragón, tuvo que prestar tres plaquines, o camisotes, y otras tantas cotas de malla a su casa de Novillas, quedándose tan sólo con cuatro plaquines y siete pares y medio de calzas de malla. Según parece, esta importante casa de la orden, pese a sus obligaciones militares, sólo esperaba armar a siete caballeros y tres sargentos, aunque resulta curioso que guardara una calza suelta.


Pero las órdenes militares no sólo andaban escasas de recursos en España: los reyes también pretendían más cosas de ellas. Querían que les ayudaran a defender su reino de los enemigos cristianos y de los musulmanes. En 1285 un ejército francés invadió Aragón (1276-1285) por su apoyo a los rebeldes de Sicilia en 1282. En teoría las órdenes militares sólo debían rendir cuentas ante el papa (que había convocado la cruzada), y uno de sus más importantes patrocinadores era el rey de Francia (que la dirigía), pero, a pesar de ello, Pedro III esperaba su apoyo contra los cruzados. La cruzada fracasó, y los franceses se retiraron, pero Pedro III murió al cabo de poco tiempo. Su sucesor, Alfonso III (1285-1327), atacó a los hospitalarios por haber prestado su apoyo al rey de Francia a pesar de la ayuda que en otro tiempo habían recibido de la Corona de Aragón. Jaime II de Aragón (1291-1327) escribió al papa pidiéndole que los templarios utilizaran los recursos que tenían en la península Ibérica para combatir a los moros sin compartirlos con Oriente.


En el resto de la península Ibérica los templarios no alcanzaron la misma prominencia que la que tuvieron en Portugal y Cataluña-Aragón. En Castilla les fue encomendada la fortaleza fronteriza de Calatrava, pero sólo hasta 1158. En 1236 Fernando III de Castilla y León (rey de Castilla entre 1217 y 1252, y de León a partir de 1230) cedió a los templarios el castillo de Capilla situado en el centro-sur de Castilla. En una ilustración del libro sobre el ajedrez, obra de su hijo Alfonso X (1252-1284), aparecen dos templarios jugando al ajedrez, lo que nos da a entender que la presencia de esos caballeros era habitual en la corte castellana. La orden tuvo algunas propiedades en el Camino de Santiago, entre otras, una fortaleza en Ponferrada. Sin embargo, para sus actividades bélicas, los reyes de Castilla prefirieron servirse de las órdenes militares locales en vez de las supranacionales, en especial la Orden de Calatrava, fundada en 1158 a partir de una confraternidad de caballería que asumió la defensa de la fortaleza fronteriza de Calatrava cuando los templarios la abandonaron; la Orden de Santiago, creada en 1170; y la Orden de San Julián de pereiro o Alcántara, que fue establecida en León aproximadamente en 1176.


Este tipo de orden militar local podía prestar al monarca el mismo servicio que las órdenes supranacionales: se movilizaban con suma rapidez y podían estar largo tiempo en campaña. Estaban preparadas para guarnecer los castillos y dar asesoramiento militar en los consejos. Como tenían su sede en la península Ibérica, no había peligro de que prescindieran de contingentes importantes para enviarlos a Oriente en ayuda de los cristianos, haciendo dejación de sus responsabilidades en la península (como hicieron los templarios en 1158 al abandonar el castillo de Calatrava) o sufriendo unas pérdidas tan significativas en Oriente que les impidiera colaborar en la causa española. El rey podía controlar la elección del maestre de una orden militar local, aunque en la práctica también podía hacerlo en el caso de los hospitalarios y los templarios. Como esas órdenes españolas dependían del monarca, no habrían desafiado su autoridad ni se habrían aliado con los enemigos de la Corona. Sus lealtades no estaban divididas, a diferencia de lo que ocurrió en Aragón en 1285 con los hospitalarios y los templarios.


Pero las órdenes militares de carácter local tenían dos inconvenientes: disponían únicamente de una pequeña base de recursos y no estaban capacitadas para actuar con autonomía. Tuvieron que disolverse o fusionarse con otras órdenes debido a su escasez de recursos para llevar adelante sus empresas, y el rey pudo emplearlas para conseguir sus propios objetivos, aunque con ello perjudicase su capacidad de combatir a los musulmanes, pues esta utilización las desviaba de su propósito original. En el siglo XVI las órdenes militares ibéricas se fusionaron con sus respectivas monarquías.


Las órdenes militares fueron mucho más que una fuente de contingentes militares complementarios a disposición de los príncipes de la península Ibérica. Al igual que hicieron en Oriente, los templarios asistieron también a los cruzados procedentes de diversos lugares de Europa que se dirigían por mar a Tierra Santa. Tras ayudar en 1147 a Alfonso de Henriques de Portugal en la conquista de Santarém, colaboraron en la toma de Lisboa, que se llevó a cabo con la participación de cruzados ingleses, alemanes, flamencos y Boulogne que se dirigían a Oriente. Asimismo, en 1147-1148, ayudaron a Alfonso VII de Castilla y a Ramón Berenguer IV, príncipe de Aragón, a conquistar Almería y Tortosa. En Portugal, la llegada en 1217 de caballeros renanos que se dirigían a Tierra Santa para participar en la quinta cruzada permitió que el rey Alfonso II pudiera servirse de ellos para intentar tomar la ciudad de Alcácer do Sal; los templarios y los hospitalarios también aportaron un contingente. El ataque al final resultó un éxito.


Las órdenes militares desempeñaron también un notable papel económico a la hora de impulsar la repoblación y la explotación de las tierras conquistadas. Además, como sucedió en Oriente y en los demás países de Europa, fueron utilizadas como depositarias de tesoros y les fue confiada la defnsa de castillos de gente importante. Por esa razón, se encomendó a los templarios la crianza del pequeño Jaime I de Aragón y la defensa de dos castillos portugueses en disputa, el de Montomor-o-Velho y el de Alenquer. En 1285 Pedro III de Aragón descubrió unas cartas que ponían de manifiesto que su hermano Jaime, rey de Mallorca, se había conjurado contra él con el rey Felipe III de Francia (1270-1285): las pruebas que acusaban a Jaime de traición fueron halladas en el cofre con el tesoro del monarca mallorquín que había sido depositado en la casa de los templarios de Perpiñán.


La importancia militar y política que supusieron las órdenes militares para los príncipes de la península Ibérica se hizo patente en los acontecimientos de 1274, durante el Segundo Concilio Eclesiástico de Lyon. En el transcurso del mismo, se propuso unificar todas las órdenes militares en una, pero los príncipes ibéricos se opusieron con firmeza, y la propuesta no prosperó. Los príncipes ibéricos arguyeron que una sola orden sería demasiado poderosa y que si se incluían las órdenes militares ibéricas en la nueva orden militar unificada, la cruzada contra los moros en la península Ibérica pasaría a un segundo término en beneficio de la de Tierra Santa. Las mismas objeciones fueron planteadas de nuevo en 1307 tras la detención de los templarios en Francia; Jaime II de Aragón sospechaba que Felipe IV de Francia (1285-1314) quería hacerse con el control de las posesiones de la Orden del Temple con el fin de ejercer su influencia en las plazas fuertes más importantes de Aragón, y se opuso con vehemencia a la propuesta de que las tierras de los templarios fueran cedidas a los hospitalarios. Los demás reyes de la península Ibérica se hicieron eco de las objeciones planteadas por el monarca aragonés. Cuando la Orden del Temple fue disuelta en 1312 sus propiedades de Portugal y Valencia quedaron exentas del cumplimiento de la orden de cesión y fueron utilizadas posteriormente para la creación de nuevas órdenes militares. (fin del apartado)

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