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jueves, 15 de septiembre de 2011

El Temple destruido: IIª parte


Desde la encomienda de Barcelona seguimos con el apartado dedicado a la destrucción del Temple por parte de aquéllos que urdieron un maléfico plan para “eliminar” a los Templarios del panorama político-económico de la época y de esa forma extinguir toda posible deuda adquirida con ellos.

Para ello hemos seleccionado nuevamente un texto del novelista Piers Paul Read de su libro “The Templars”, donde de manera ilustrativa nos pone al corriente de la mencionada trama.

Desde Temple Barcelona estamos seguro que de buen gusto seguiréis su lectura.

No obstante, cuando llegó a España la noticia de que Jaime de Molay había admitido los crímenes imputados, el rey Jaime II ordenó capturar a los Templarios y secuestrar las propiedades que tenían en su reino. Algunos Templarios se negaron a rendir sus castillos: en contraste con Francia, en Aragón la Orden tenía una buena cantidad de hombres en armas y dispuso de tiempo para preparar la defensa. Fue tomada la fortaleza de Peñíscola y arrestado el maestre templario de Aragón, Exemen de Lenda, pero Ascó, Cantavieja, Villel, Castellote, Chalamera y Monzón permanecieron en manos de la Orden, mientras Ramón Sa Guardia, el preceptor de Mas Deu en Rousillon, resistía en la fortaleza de Miravet. Desde allí le escribió al rey Jaime II, recordándole la sangre que habían derramado los Templarios en las guerras contra los moros, y no mucho tiempo atrás contra Granada. Durante una época de hambruna, los Templarios habían alimentado a veinte mil personas en Gardeny y a seis mil en Monzón. Cuando los franceses invadieron Aragón y amenazaban Barcelona, fueron los Templarios quienes resistieron a pie firme. Por todas esas razones, el rey debía liberar al maestre y a los demás Templarios, que eran “leales, católicos y buenos cristianos”.

Sin embargo, la suerte ya estaba echada, no porque el rey se hubiera convencido de la culpabilidad de los Templarios, sino porque quería asegurarse los bienes de la Orden antes de que fueran expropiados por la Iglesia: le sugirió incluso al papa Clemente un quiad pro quo por el que dos de sus sobrinos recibirían tierras de Aragón si el Papa renunciaba a sus derechos sobre las propiedades del Temple en España Acaso consciente de que la avaricia era ahora la motivación principal del rey, Ramón Sa Guardia le escribió para decirle cuánta lástima le causaban él, “el rey de Francia, y todos los católicos relacionados con el daño que surge de todo esto, más que nosotros mismos, que tenemos que soportar la maldad”. Temía por el alma del rey si éste se había engañado y creía estar haciendo el trabajo de Dios y no el del Diablo. Al igual que Pedro de Bologna, le preguntaba cómo, si los cargos eran ciertos, tantos miembros de las mejores familias podían haberse unido a la Orden, algunos desde hacía seis años por los menos, sin haber denunciado todavía los abusos imputados.

El 1 de febrero de 1308, el rey Jaime resolvió sitiar las fortalezas que aún estaban en manos de los Templarios. Sin desear o sin poder lanzar un ataque frontal, su táctica era someter a las guarniciones por inanición. Ramón Sa Guardia, quien seguía en comunicación con el rey, le advirtió que estaban dispuestos a morir como mártires a menos que el rey Jaime garantizara protegerlos en tanto el papa Clemente siguiera bajo la influencia del rey de Francia. Pero el rey Jaime no sintió ninguna necesidad de comprometerse, y hacia finales de noviembre los Templarios de Miravet se rindieron por inanición. Monzón resistió hasta mayo de 1309; y a finales de julio, con la caída de Chalamera, la resistencia de la Orden había concluido.

Como la ley aragonesa no permitía la tortura, en los procesos que se siguieron contra los Templarios no se produjeron confesiones. Los prisioneros eran mantenidos en condiciones razonables y con una dieta decente. Ramón Sa Guardia fue tan franco ante los inquisidores como lo había sido en sus cartas al rey. Dijo que las admisiones a la Orden habían sido absolutamente ortodoxas, al igual que la práctica de la religión católica entre los Templarios; las imputaciones de negación de Cristo eran “horribles, sumamente abyectas y diabólicas” y que “todo hermano que cometiera un pecado contra la naturaleza” (esto es, sodomía) era castigado con grandes grilletes en los pies y cadenas en el cuello…”. Los cargos eran obra de “un espíritu maligno y diabólico”, y cualquiera que los hubiere admitido era un mentiroso.

En marzo de 1311, el Papa ordenó al arzobispo de Tarragona y al obispo de Valencia utilizar la tortura para extraer confesiones, pero el método, que había resultado tan eficaz en Francia, fracasó en España. Ocho Templarios torturados en Barcelona persistieron en su declaración de inocencia; en Tarragona, el 4 de noviembre de 1312, un concilio local de la Iglesia halló a los Templarios inocentes “a pesar de ser sometidos a tortura para la confesión de sus crímenes”.

Lo mismo que en Aragón ocurrió en los reinos de Castilla y León, y Portugal. Los Templarios fueron arrestados y llevados ante comisiones episcopales, pero ninguna de ellas pudo hallar evidencia para sustanciar los cargos. De toda la península Ibérica, sólo en Navarra, donde la influencia francesa era predominante, se extrajeron algunas confesiones de los crímenes imputados. […]

[…] El sábado 16 de octubre de 1311, tras una demora de un año, se reunió en Viena un concilio ecuménico de la Iglesia católica. Esa ciudad sobre el Ródano, a sólo unos veinte kilómetros al sur de Lyon, estaba construida entre las ruinas de su pasado romano. El anfiteatro romano en las colinas de Mount Pipet podía albergar a más de 13.000 espectadores, y el templo dedicado al emperador Augusto se usaba ahora como iglesia. Fue en Viena donde Arquelao, el hijo del rey Herodes, cumplió el destierro ordenado por Augusto; y donde la poco agraciada Blandina había muerto como mártir por Cristo: “Después de los azotes, después de las bestias, después del hierro candente, la pusieron finalmente en una cesta y la arrojaron a un toro”. Otro mártir de esa época, un oficial romano llamado Mauricio, había sido ejecutado río arriba en Augaune, Suiza, por negarse a hacer sacrificios a dioses paganos. Y fue en la gran catedral a orillas del Ródano, dedicada a este santo, donde el papa Clemente V recibió a los padres de toda la cristiandad e inauguró la primera sesión del concilio.

El número de concurrentes fue decepcionante. El Papa había convocado a obispos y príncipes de toda la cristiandad, incluidos los cuatro patriarcas de la Iglesia oriental, pero de los 161 prelados invitados, más de un tercio se había excusado, enviando delegados en su lugar. Los obispos que asistieron lo hicieron con poco entusiasmo: la ciudad estaba atestada, era difícil en consecuencia conseguir alojamiento decente, y en esa época del año, como se quejó el obispo de Valencia al rey Jaime II de Aragón, “el lugar es inconmensurablemente frío”.

Ningún rey apareció en los primeros seis meses de deliberaciones, aun cuando la recuperación de Tierra Santa, uno de los tres puntos en la agenda del concilio, era de mucho interés para ellos. El segundo punto, la reforma de la Iglesia, figuraba casi como una cuestión de rutina, pero el celo por limpiar la Iglesia de corrupción –que había animado a concilios anteriores- era difícil de mantener con un Papa que nombraba cardenales a cuatro de sus parientes y usaba todo artilugio posible para sacarles dinero a los fieles. El sentimiento predominante entre los asistentes era el cinismo: un cronista francés, Jean de Saint-Víctor, escribió que “muchos decían que el concilio se había convocado con el propósito de extraer dinero”.

El tercer punto de la agenda era la Orden del Temple. Para el papa Clemente era imperioso que el Concilio resolviera la disolución, y con ese fin había estado reuniendo todas las pruebas de los interrogatorios en los distintos países, obligando a utilizar la tortura cuando no se obtenía de los acusados las confesiones requeridas. Esto había tomado mucho más tiempo del que había previsto, y fue la razón por la cual el concilio se postergó un año. Hasta el verano de 1311, muchos de los informes aún no habían llegado. Cuando finalmente se recibieron y fueron estudiados por el Papa y sus asesores en la prioría de Grazean, distaban mucho de ser satisfactorios. Sólo los informes procedentes de Francia contenían confesiones creíbles; los del extranjero, en particular los de Inglaterra, Aragón y Chipre, sólo aportaban rumores de personas ajenas a la Orden como material para sustentar las acusaciones.(continuará)

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