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viernes, 30 de septiembre de 2011

Padre Gabriele Amorth: una vida consagrada a la lucha contra Satanás.


Desde la encomienda de Barcelona queremos abordar nuevamente las experiencias adquiridas por el padre Gabriele Amorth durante su labor como exorcista. Por ello recuperamos un texto de su libro “Memorie di un esorcista –La mia vita in lotta contro Satana-.

Desde Temple Barcelona estamos convencidos que estas vivencias nos servirán para observar que existe una lucha eterna entre el bien y el mal.

Me protegen desde arriba

Volvamos a su vida, don Gabriele. ¿Las sectas de las que me hablaba intentan importunarlo, obstaculizar su actividad?

No, estoy muy bien protegido. El demonio nunca me ha importunado, aunque otros curas exorcistas sí han tenido problemas: ruidos en casa, por la noche, que no los dejaban dormir, y perturbaciones de varios tipos. Pero a mí nunca me ha ocurrido nada, al menos hasta ahora.

Conviene recordar que, en torno a las sectas, se mueven constelaciones de personajes sin escrúpulos: brujos, cartománticos, videntes… Pues bien, el 98 por ciento no son más que charlatanes. Sólo tienen unos conocimientos psicológicos mínimos, que les permiten comprender a las personas. Evidentemente, quien recurre a un brujo ya se encuentra en un estado de debilidad psicológica, tiene un dolor o un problema y espera que el brujo se lo pueda resolver. Por tanto, se halla en una situación excepcional y está dispuesto a hacer las cosas más absurdas.

Voy a contarle un episodio que me ocurrió hace tiempo. Y no lo protagonizó ninguna viejecilla ignorante, sino un ingeniero electrónico. Fue a ver a un brujo, porque las cosas le iban mal en el trabajo, también en la salud, pero sobre todo en el ámbito laboral. El brujo le dio una bolsita que debía llevar siempre consigo. Él, muy obediente, se la metía cada día en el bolsillo de la chaqueta y, cuando se acostaba, en el bolsillo del pijama. Más adelante, cuando vino a verme a mí, me trajo esa bolsita. La abrí; dentro había una cuerda con unos nudos, nada más. Le dije: “Disculpe, señor, un hombre como usted…¿no se siente un poco tonto con esto?”. Y pensar que pagó cuarenta y dos millones de las viejas liras, ¡más de veinte mil euros!

Lo que quiero decir es que ser brujo tiene muchas ventajas. Les ofrecen a sus clientes amuletos específicos para el problema que quieren resolver y, aunque no sirvan para nada, los cobran a precio de oro.

Volviendo a la historia del ingeniero, el caso es que vino a verme, porque el brujo no había hecho más que agravar su situación, dejándolo en un estado de postración física y con grandes dificultades laborales. Además de todo esto, podía haber influencias demoníacas. Incluso llegué a exorcizarlo, aunque pocas veces, ya que no mostraba reacciones significativas. Y, si no hay reacciones, significa que los males tienen otros orígenes.

Siempre acaban echándome

Don Gabriele, volvamos a su experiencia más directa. Usted forma parte de una congregación religiosa: ¿cómo valoran su trabajo?

Como le he dicho, el oficio de exorcista es difícil e incomprendido. Me quieren tanto, que éste es el vigésimo tercer lugar en el que hago exorcismos. Siempre acaban echándome, siempre. Más que nada, porque a la gente le molestan los gritos. Aquí, en Roma, me han echado de todos los sitios donde he practicado exorcismos. El de ahora es el vigésimo tercer lugar.

¿Es difícil vivir sabiendo que a sus colegas les inspira desconfianza?

Al final, a uno le endurece la piel.

Realmente, libra usted una batalla en dos frentes: quienes deberían ayudar hacen todo lo contrario.

Así es. Incluso los obispos que nombran exorcistas suelen hacerlo a regañadientes. No se informan de cómo van las cosas, de cuántos hay y cuántos se necesitarían, ni del número de pacientes; y tampoco reúnen a los exorcistas para analizar la situación. Nada de eso. Se limitan a nombrar a alguien y luego el exorcista ya se las compondrá.

Gajes del oficio

¿Cuáles son las reacciones más comunes de sus pacientes? Durante el exorcismo, ¿cómo manifiestan su rechazo a las plegarias de liberación?

Muchos de ellos escupen; intentan hallar el momento justo para darte de lleno. El exorcista con experiencia siempre se protege, porque sabe que escupen, y suele colocarse un pañuelo de papel en la cara.

Recuerdo a un paciente que siempre escupía; una vez vi con antelación en qué momento iba a hacerlo, le puse la mano delante de la boca y se materializaron tres clavos. Aún los tengo guardados; los tengo en mi habitación, en el tercer piso. A veces he llevado estos objetos a la televisión, porque en la tele hay que mostrar las cosas.

No se sabe cuál es el origen de estos fenómenos. Hay muchas formas de preparar maleficios; las más comunes son meter algo dentro de una taza de café, de un bombón… Siempre digo: tengan cuidado, si hay alguien de quien no se fían, de quien esperan algo malo, tengan cuidado. Por ejemplo, una persona puede ir a ver a su tía, que ha hecho un pastel. La mujer le dice: “Éste es para ti”, y le ofrece un trozo ya cortado, en cuyo interior puede haber un maleficio.

Parece un ejemplo banal, pero ha ocurrido muchísimas veces. Un trozo de tarta, un pastelillo preparado aparte, una bebida. “¿No bebes?”, le preguntan a alguien. “No, no tengo sed.” “Anda, prueba esto”, insisten, y hay un maleficio dentro.

Maleficios que suelen estar hechos con sangre menstrual, porque están relacionados con la vida. Otras veces matan animales, sobre todo pollos, gatos y perros, y utilizan su sangre; la mezclan con tierra del cementerio, forman una masa irreconocible y son capaces de inyectarla en un bombón: “¿Toma un bombón”, “Aquí tienes tu café”… Meten dentro unas gotas de ese mejunje y el maleficio surte efecto.

Les he dicho a muchas personas que no vayan a comer a casa de su suegra, que no la inviten a su casa y le cierren la puerta en las narices. En definitiva, que no se relacionen con ella. A veces debe hacerse otro tanto con los padres. También he visto lo contrario, es decir, padres con hijos consagrados a Satanás, que se han convertido en personas negativas. Les digo: “Echadlos de casa, no los dejéis entrar. No los llaméis y, si os llaman, colgad el teléfono al oír su voz. No les escribáis…”.

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