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martes, 15 de enero de 2013

Conociendo a Jesucristo:”Fundador de la Iglesia”




Desde la encomienda de Barcelona, proseguimos con el objetivo de poder conocer mejor a la figura de nuestro Maestro y Salvador, a Jesucristo. Para ello hemos vuelto a recoger un nuevo texto extraído de la obra “Jesus Christ”, escrito por el teólogo protestante J.R. Porter, donde nos ayudará a comprender la postura de Jesús en la instauración de una Iglesia que perdurase en el tiempo.

Desde Temple Barcelona, os recomendamos su atenta lectura.

Representación pictórica de la conmemoración de la Santa Cena.

Con frecuencia se afirma que Jesús no tenía intención de fundar una Iglesia en el sentido de un colectivo permanente de seguidores. Se asegura que Jesús esperaba el final inminente de la era presente, pero estaba equivocado en este punto y la Iglesia y su misión se hicieron en realidad a fin de cubrir una situación para la que Jesús no había dejado ninguna directriz. La creación de la Iglesia puede explicarse por la teoría sociológica conocida como “disonancia cognitiva”, según la cual un grupo que se enfrenta al fallo de sus creencias aceptadas mantiene su forma –en este caso, la predicción de Jesús de un rápido fin del mundo- pero reinterpreta su sustancia. Así, la anticipación de Jesús del fin inminente se sustituyó por la esperanza futura de sus Segunda Venida, Parousia.

Sin embargo, muchos entendidos siguen afirmando que la fundación de la Iglesia era un objetivo central de Jesús. La palabra griega traducida como “iglesia” es ekkleisa, que originalmente significaba sólo “reunión” o “asamblea”. Pero la utilización del término en el Nuevo Testamento parece derivar del Septuaginto, la versión griega de las Escrituras hebreas, donde, además de reflejar asambleas populares de varios tipos, ekklesia con frecuencia denotaba también la nación de Israel. Así pues, los primeros cristianos se veían a sí mismos como la continuación y la verdadera realización de Israel, el pueblo elegido de Dios (Rom 9, 6-8; Gál 6, 16; Flp 3, 3; Pe 2, 9).

Podría parecer que, al llamar a los doce principales discípulos, Jesús quería establecer un grupo que, con él a la cabeza, constituiría las doce nuevas tribus de Israel en la renovación de todas las cosas (Mt 19, 28; Lc 22, 28-29). En las palabras de Jesús, el reino de Dios es tanto presente como por venir; aquellos que entran en él constituirán una “pequeña manada” (Lc 12, 32), una sociedad de los redimidos, cuando el reino esté completo y finalmente realizado. Si Jesús se identifica a sí mismo como el “hijo del hombre” en Daniel 7, también podría haber previsto a la creación de una nueva comunidad del “pueblo de los santos del Altísimo” (Dan 7, 27). La fundación de una comunidad también puede desprenderse de la concepción de Jesús de sí mismo como Mesías.

Es posible trazar una distinción muy precisa entre los puntos de vista de Jesús sobre la inminencia del fin del mundo y los de la Iglesia primitiva. Si hay que creer en el “Apocalipsis sinóptico”, Jesús dijo que él no conocía el momento exacto del fin (Mt 24, 36; Mc 13, 32). Él concebía una comunidad en un estado constante de alerta ante la inesperada aparición del hijo del hombre (Mc 13, 33-37 y paralelos) y advertía a dicha comunidad que debía dar los pasos necesarios para sobrevivir a las catástrofes que ocurrirían en el fin del mundo (Mc 13, 14-20 y paralelos).

Los miembros de la Iglesia más primitiva tenían el mismo punto de vista y las mismas esperanzas: creían que Jesús volvería pronto para establecer el reino ( 1 Tes 4, 15-18), pero el momento preciso era un misterio para ellos, de manera que todo lo que podían hacer era estar alerta y esperar (Act 1, 7; 1 Tes 5, 1-6).

Parece probable que Jesús entendiera que sus seguidores constituían un grupo distinto dentro del judaísmo. La Iglesia primitiva puede verse como un desarrollo orgánico de esta idea. La comunidad de Qumrán supone un interesante paralelismo. Se consideraba a sí misma la única representante verdadera del judaísmo y sus miembros creían que estaban viviendo los últimos días, esperando la inminente intervención de Dios en un momento desconocido. Probablemente, la Iglesia del Nuevo Testamento se veía de la misma forma, como un colectivo a la espera.

Un rito fundamental: La Santa Cena

La institución de Jesús de la Santa Cena, o Eucaristía, puede considerarse como la fundación formal de la Iglesia. En sus relatos de la Última Cena, Marcos y Mateo no hacen mención de la continuación del rito, y en la versión de Lucas no queda claro si Jesús lo concibió como tal o no. Pero Pablo, un testigo más antiguo que los evangelistas, consideraba la Cena como el acto sacramental central de la fe en la Iglesia: es lo que une a los creyentes en una sola congregación (1 Cor 10, 16-17; 11, 23-26).

En todo momento, los evangelios coinciden en que los actos de Jesús en la Última Cena eran un rito de compromiso, lo que hace referencia al compromiso con Israel en las Escrituras hebreas, por lo que se señalaba a Israel como el pueblo elegido de Dios: el compromiso en la sangre de Jesús señalaba a su Iglesia como el nuevo Israel. La Santa Cena representa el futuro gran banquete mesiánico en el Cielo para celebrar el regreso de Jesús, pero también es un sacramento que sus seguidores en la Tierra deben respetar en recuerdo de él.

Las palabras y los actos de Jesús también pueden considerarse como un sustituto del culto de sacrificio del Templo de Jerusalén, el cual representaba el verdadero núcleo de la vida religiosa del judaísmo. Una nueva comunidad necesitaba un nuevo modo de adoración; una comida simple sustituyó los alimentos de sacrificio del Templo.

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