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miércoles, 19 de marzo de 2014

El Temple: ¿inocente o culpable? Iª parte

Desde la Encomienda de Barcelona, continuamos con la conmemoración del setecientos aniversario de la ejecución del Gran Maestre templario, Jacques de Molay, con unas líneas del historiador francés Alain Demurger de su obra: ‘Vie et mort de l’ordre du Temple’, que reflexiona sobre si la orden fue inocente o culpable.

Desde Temple Barcelona esperamos que su lectura os sea interesante.


Por Alain Demurger

En 1914, Victor Carrière, uno de los mejores historiadores del Temple, afirmaba: “Hoy en día, está definitivamente demostrado que el Temple, en cuanto orden, es inocente de los crímenes que durante tanto tiempo se le han imputado”. Desde entonces, se han publicado numerosos estudios, que confirman, pero matizan también, esta afirmación perentoria. Dejaré de lado toda una corriente “sectaria” que, para defender su causa, necesita la culpabilidad de los templarios (al menos a los ojos de la opinión de la época), los que dicen, por ejemplo, que el Temple sabía que Cristo era un malandrín ejecutado por sus crímenes, razón por la cual la Iglesia “oficial” condenó el Temple.

En primer lugar, hay que situar bien el proceso, que no es un proceso criminal ordinario, sino lo que se denominaría en la actualidad un proceso político, siguiendo un procedimiento de excepción, el procedimiento de la Inquisición. No se propone “descubrir la verdad, sino convertir a un sospechoso en culpable”, como escribió en febrero de 1308 un templario inglés.

Las instrucciones dadas por el rey el 14 de septiembre de 1307 carecen de toda ambigüedad. Los comisarios reales harán primero una investigación sobre los templarios detenidos y luego “llamarán a los comisarios de la Inquisición y examinarán la verdad con cuidado, recurriendo a la tortura si fuere necesario…”. Se interrogará a los templarios “con palabras generales hasta que se les saque la verdad y perseveren en esa verdad”. Y el rey pide que se le envíe lo más de prisa posible “la copia de la declaración de aquéllos que confirmen dichos errores, principalmente la negación de Cristo” (pp. 27-29). Los dos templarios alemanes detenidos e interrogados en Chaumont negaron los cargos presentados contra la orden; no fueron torturados, pero el inquisidor se negó a poner su sello en las declaraciones, porque no hubo confesión. Se conoce la verdad por adelantado. “Se les dirá que el papa y el rey están informados a través de testigos muy dignos de fe, miembros de la orden, sobre el error…” (p.27). Los templarios se ven así ante un dilema: los comisarios “les prometerán el perdón si confiesan la verdad volviendo a la fe de la santa Iglesia o, de otro modo, que sean condenados a muerte” (p. 27).

Tal es el cuadro que fijan tanto Felipe el Hermoso y sus consejeros como la Inquisición, a la que aquéllos controlan en Francia. La veracidad de los cargos debe ser examinada teniendo en cuenta este contexto.

Ciertos cargos se refieren al comportamiento de los individuos: desenfreno, homosexualidad, avaricia, orgullo. Se puede afirmar sin temor a equivocarse que hubo templarios que no respetaron su voto de castidad, que sedujeron a damas o se entregaron a la homosexualidad. Recordemos la frase que el historiador árabe Ibn al-Atir achaca al rey de Aragón Alfonso I el Batallador: “El hombre que se dedica a la guerra necesita la compañía de hombres, no de mujeres”. Sin embargo, no hay que tomar al pie de la letra la acusación de sodomía. Constituye un estereotipo, empleado, antes o después del proceso del Temple, c ada vez que se quiere “aprobar” la herejía de aquel a quien se ataca.

La misma evidencia se aplica a la acusación de avaricia y de dureza. La actitud del maestre de Escocia, Brian de Jay, en 1298 demuestra sin ambigüedad que los templarios recurrieron a la violencia para expoliar a los demás. Pero también este cargo, lo mismo que el referente a la negativa a dar limosna, pertenece al viejo fondo del anticlericalismo medieval.

Se encuentran testimonios contradictorios sobre todos estos aspectos. Hay templarios que dan magnánimas limosnas y, por supuesto, no todos los templarios son sodomitas. Los hechos tomados aisladamente no prueban nada.

Las acusaciones contra las prácticas religiosas parecen más serias. Los templarios en general reconocieron haber cometido un error, y el propio Molay se lo había confesado al rey poco antes de su detención: la práctica de la absolución de los pecados por laicos. El maestre de la orden, los preceptores de provincias, los de algunas encomiendas importantes, aunque laicos, han dado la absolución a los hermanos templarios venidos a confesarse. William de la Forbe, preceptor de Denney (Cambridge), lo admite así. Y William Middelton, uno de los templarios escoceses detenidos, no reconoce más que este cargo.

Esta falta, que los acusadores convierten en un crimen, resulta de la ignorancia de ciertos preceptores, que creían obrar bien, y de una confusión. Al terminar el capítulo dominical, en el que se señalaban, discutían y sancionaban las faltas, el preceptor perdonaba al hermano culpable. Se pudo fácilmente confundir el perdón con la absolución, que sólo un sacerdote puede dar. No había hermano capellán en todas las encomiendas. Bien explotado, este pecado venial permitió a obtener otras confesiones.

El reproche hecho a los templarios de negarse a confesarse con otros que no fueran su capellán, es infundado, como demuestran los testimonios de los franciscanos de Lérida.

Los inquisidores que llevaron el proceso en Inglaterra descubrieron que John Mohier, preceptor de Duxvorth, que había pronunciado palabras herética. Un testigo, un monje agustino, recordaba haberle oído negar la inmortalidad del alma. Un templario entre ciento cuarenta…

Los acusadores hicieron recaer lo esencial de sus preguntas sobre el problema de la negación de Cristo y el escupir sobre la cruz. La mayoría de los templarios confesaron que se habían visto obligados a realizar esos actos y que lo hicieron de mala gana. Así lo dice Esteban de Troyes, recibido por Hugo de Pairaud hacia 1297, el cual le “ordenó que negase a los apóstoles y a todos los santos del Paraíso”. El abate Petel ve en este testimonio una broma, una especie de novatada para probar al postulante. Cuenta que, después de la ceremonia, los templarios decían riendo al aterrorizado recién llegado: “Vete a confesar, imbécil”. Las novatadas existían ya entonces. Los hospitalarios de Acre disfrazaban al postulante y le llevaban, al son de trompetas y tambores, desde los Baños al Albergue del Hospital. La práctica se prohibió en 1270. En este mismo sentido, se puede señalar la pregunta formulada por un inquisidor a uno de los templarios: ¿no sería un medio de probaros? Si os hubierais negado, ¿no os hubieran enviado antes a Tierra Santa? Otro testimonio: Beltrán Guasc, interrogado en Rodez, cuenta que fu recibido en la orden en Sidón (Siria). Mientras que le pedían que negase a Cristo, un brutal ataque de los musulmanes contra la ciudad obligó a interrumpir la ceremonia para ir a combatirles. Al regresar, el preceptor le dijo que no hablase de aquello, que se trataba de una broma y de una prueba.

¿Broma de un gusto dudoso? ¿Rito iniciático? Probablemente nos enfrentamos a un rito simbólico, cuyo sentido se ha perdido (¿un recuerdo de san Pedro, que negó a Cristo?). La confesión de Godofredo de Charney se puede interpretar en este sentido:

‘Dijo también bajo juramente que al primero que recibió en la orden lo recibió de la misma manera que él había sido recibido y que a todos los demás los recibió sin ninguna negación, ni ningún escupitajo ni ninguna otra cosa deshonesta, conforme a los estatutos primitivos de la orden, ya que se daba cuenta de que la manera en que le habían recibido a él era vergonzosa y sacrílega y contraria a la fe católica (p.33).’

En cuanto a Hugo de Pairaud, declara que, para recibir a los nuevos hermanos, se ha conformado al rito de la negación y el escupitajo porque tal “era el uso según los estatutos de la orden” (p.41). ¿No son reveladores esas contradicciones (no olvidemos la tortura) de un ritual que ha perdido su significación?

Pasemos ahora a las afinidades con el catarismo, que suelen explicarse por el contacto con Oriente. El catarismo, como se sabe, tiene sus fuentes en el maniqueísmo oriental y se ha hecho a veces a los templarios responsables de su introducción en Occidente. Pero la influencia cátara pudo penetrar en el Temple durante el siglo XIII de otra manera. Muchos sospechosos fueron enviados a Tierra Santa para expiar sus faltas. Tal vez allí contaminaron la orden. Resultaba relativamente fácil entrar en ella. Incluso en Languedoc, donde la represión fue muy dura, algunos cátaros, o simplemente personas que corrían el peligro de ser sospechosas de catarismo, pudieron entrar en la orden por precaución. Pero ¿por qué sólo los templarios habían de ser contaminados? ¿Y los hospitalarios? ¿Y los teutónicos? En el Midi cátaro, los templarios apoyaron más bien a los cruzados del Norte que a los herejes. ¿No se ha dicho que el odio de Nogaret contra el Temple se explicaba por el hecho de que el abuelo de ese “patarino” (la expresión es de Bonifacio VIII) murió como hereje en la hoguera a causa de los templarios? (continuará)



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